La tienda Corralejo, construida por la empresa Adolfo Shaw SA, según proyecto atribuible —sin confirmación documental— a Humberto Pittamiglio, socio de Shaw. La fachada-cartel se convierte en un acontecimiento urbano, referente de una tienda que compite con el Cabildo y la Matriz.
El negocio sufrió los embates de la crisis de los años treinta y por esos años cesó sus actividades. En 1936 el Banco Hipotecario decidió ubicar allí su sede. La obra no implicó demolición, sino un «reciclaje» profundo que hizo un buen aprovechamiento de los espacios interiores, pero no dejó huella de la fachada, legando la que hoy podemos ver (respetada por posteriores intervenciones, ya en la órbita del BPS).
Su autor, el arquitecto J. J. Aubriot, no tuvo dudas en marcar un cambio radical de paradigmas y el resultado es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura uruguaya de los años treinta. En 1941 Hart Preston realizó para la revista Life un amplio reportaje fotográfico de Montevideo, captando con notoria calidad formal y reconocido buen criterio los lugares más significativos de la ciudad. La fachada de la sede del Banco Hipotecario proyectada por Aubriot está entre ellos. De haber conocido la tienda Corralejo ¿también le hubiera interesado? ¿Y una Comisión de Patrimonio, trasladada a aquellos tiempos?
Fuente: Arquitecturas Ausentes en Montevideo
Mapa:
El reloj de la Tienda Corralejo se fue para Rivera
Cuando se construyó la torre de la Iglesia de la Inmaculada Concepción en Rivera, se había previsto la posibilidad de colocarle un reloj, dejándose abiertos los huecos para las respectivas esferas.
En vista de que pasaban los años y el reloj no aparecía, alguien propuso en la Junta Departamental que la Municipalidad lo proveyera. Esta moción fue discutida, apoyada por unos y rechazada por otros, quedando al fin en punto muerto. – Fue entonces que, visitando de paso al Padre José Felipe Elizalde en la Curia de Montevideo, vi un montón de engranajes y campanas. Le pregunté qué era aquello. Me contestó: «Es un reloj de torre que compré en el remate de la Casa Corralejo; no faltará algún sacerdote que lo quiera. Su precio es irrisorio. Vale solo doscientos cincuenta pesos». «Yo lo compro», le contesté sin» titubear; y lo envié a Rivera.
Mientras era instalado en la torre, la gente comentaba: «¡Tanto escombro en la junta Departamental por el reloj, y ahora llega en silencio y se coloca sin saberse por cual arte de magia!». -Años después, conversando con un antiguo empleado de la Casa Corralejo, me enteré que aquel reloj había sido adquirido en Inglaterra a principios de siglo y había costado varios miles de libras esterlinas.
Memorias de: Carlos Parteli