En julio del año 1923, Montevideo fue escenario del peor temporal que recuerda la historia, con efectos aún más imponentes que el de 2005. Los vientos huracanos soplaron a más de 150 kilómetros por hora y barrieron literalmente toda la costa sur de la ciudad.
«Toda la Rambla Wilson ha desaparecido, así como los balnearios de Ramírez y Pocitos», tituló El País al día siguiente.
Las aguas del estuario se elevaron hasta 3,30 m. llegando hasta la Plaza Independencia. La furia de la crecida hizo desaparecer el muro de la Rambla y hasta la famosa terraza de madera del Hotel de los Pocitos; levantó el empedrado de la Ciudad Vieja y hundió todos los barcos del puerto del Buceo.
Casi 30 años antes, en 1895, se había registrado otra gran inundación en El Prado, cuando se desbordó el arroyo Miguelete. Un violento temporal, acompañado de una lluvia torrencial, se desató en la noche del 27 y en la madrugada del 28 de marzo de 1895.
Decía la crónica del diario El Día: «No se recordaba desde hace mucho una lluvia tan fuerte y abundante. Después de un chaparrón a modo de prólogo y de la abundante granizada que siguió, parecían haberse abierto las cataratas del cielo».
El desborde del Miguelete hizo que se viniera abajo el puente del Paso Molino, pero no fue el único percance que vivió la ciudad ese día aciago. El viento volteó columnas del telégrafo, la capital quedó incomunicada con el interior y con Buenos Aires, los servicios ferroviarios quedaron cortados y la policía quedó acuartelada en previsión de que la ciudad quedase a oscuras, y los soldados fueron destinados a desagotar sótanos.
El diario, El Amigo del Obrero (n.2253, 14 jul. 1923) publicaba lo siguiente:
La nueva generación montevideana, no ha conocido un temporal tan imponente como el que se desencadeno el martes a la hora 13 y prosiguió en alarmante «crescendo» hasta altas horas de la noche. A las 20 horas el vendaval era imponente. Inmensas ráfagas, que duraban segundos, arrastrando nubes de agua a raz de tierra, imposibilitaban el transito hasta a los mas audaces.
Era todo un espectáculo cinematográfico. Los pocos que en su temerario arrojo, desafiaban al tiempo, tenían que librar una verdadera batalla: si iban contra el vendaval el esfuerzo para avanzar era extraordinario; si iban en favor, debían hacer esfuerzos inauditos para no ser llevados como una simple hoja a merced del viento.
Restos de la terraza de madera del Hotel de los Pocitos
Hace veintiocho años, nos decía un viejo amigo, Montevideo no resiste tan formidable prueba de los bravos elementos. Los destrozos causados son innumerables. Si hiciéramos reseña de ellos no nos alcanzaría el espacio. Jamas se recuerda de un temporal que haya detenido totalmente el trafico. Los tranvías, desde las ultimas horas de la tarde, tuvieron que interrumpir sus itinerarios. Los cables caídos o quemados imposibilitaron su marcha. Los autos, previniendo sus conductores las interrupciones provocadas en la vía publica por la caída de los cables y palos telefónicos no circulaban. Y para completa el espectáculo, los teléfonos no funcionaban.
Muchas son las familias pobres damnificadas, y muchas las que, al quedar sin hogar, han perdido completamente sus modestos enseres domésticos. Se impone por lo tanto no solamente la acción benéfica del Gobierno a favor de los damnificados pobres, pero sobre todo la acción de la caridad publica y la manifestación de los sentimientos piadosos del corazón montevideano, que ha respondido siempre con generosidad al llamado de la desgracia. Formense pues comisiones populares, debidamente autorizadas que vayan recogiendo casa por casa y por la calle el óbolo de la caridad.
Galería de fotos
Y ya que hablamos de temporales, recordamos el que nos toco vivir hace unos pocos años en el 2005. En este vídeo se puede ver un resumen de lo ocurrido por el Canal 10