Salto en 1901

EL Salto es la ciudad coqueta por excelencia del litoral é interior de la República. Situada sobre una cuchilla que divide aguas en los arroyos Sauzal y Ceibal, es el término de un nudo de la que lleva el mismo nombre de la ciudad. Angosta en gran parte por los dos tributarios del Uruguay, se ha visto obligada a extenderse hacia el Este en esa larga calle Uruguay que, siendo el verdadero eje de su topografía, es el orgullo aristocrático y digno de sus habitantes.

La calle Uruguay es, en efecto, una hermosa calle, les pese a los que irónicamente niegan a los salteños el derecho y la imparcialidad de elogiarla. No tiene grandes paseos públicos, pero tiene en cambio esa gran avenida de la Naturaleza que se llama Ejido, en donde, en una extensión de sesenta kilómetros, se dibujan los panoramas mas elegantes y más variados en sucesión infinita de suaves lomas y cerros tapizados con la tierra labrada y cultivada en hermosisimas quintas, chacras y viñedos que traen a la memoria recuerdos del Paraná o de escenas granadinas, en un amparo perpetuo de un cielo purísimo con fuerzas de trópicos y exuberancia delicada de los templados climas.

Tiene, pues, la materia prima para transformar los toscos y anchos callejones del Ejido en espléndidas avenidas del porvenir. No tiene la ciudad grandes monumentos, pero tiene unos cuantos bonitos edificios. Nadie podrá negar que el Hospital, el Teatro y el Hipódromo ofrecen perspectivas agradables y responden a un estilo y a un plan arquitectónicos.

Andando un poco, en la visita, se encuentran desparramados el edificio de la Junta, de propiedad municipal, la Iglesia y la Jefatura que no tienen nada de particular, el «Ateneo del Salto» que es casi un lujo para la poca actividad del cerebro de esta región, La Casa de Aislamiento, el Instituto Politécnico, único centro verdaderamente intelectual de donde han salido centenares de educandos, de los cuales muchos de ellos militan hoy en los directorios de los partidos políticos, en la representación nacional, en las jefaturas de policía y en otros cargos públicos de esos que forman con bastante verdad y practica la corteza del ciudadano.

El Salto es la ciudad de los doctores, la Córdoba de los departamentos del Uruguay. No diré que anda el ergo en boca de todos sus habitantes, como sucedía en la ciudad colonial y Argentina, pero sí puede decirse que siempre se ha dado unos aires de inteligente triunfal que se ha revelado continuamente en esa aspiración de educar é instruir a sus hijos en el colegio ya histórico del instituto y en el derecho de la crítica que siempre ha poseído y usado y que con el ejercicio orgánico permanente, está adquiriendo perfecciones relativamente notables.

De veinte años atrás, siempre cuenta esta población con no menos de diez abogados, de once o doce médicos, ocho farmacéuticos, seis agrimensores, de entre los cuales casi todos son hoy hijos del Salto. El Salto es espléndido, generoso, A diario es atacado por suscripciones con mil motivos diferentes, y su gente todo lo soporta, aunque murmure luego. Socialmente no nos corresponde juzgarlo, porque si lo hiciéramos vendrían en competencia, desafiando a singular discusión, los de Paysandú, Mercedes y San José, al sentir de algunos forasteros que no quiero citar.

Digno de recordarse es este ejemplo. Cuando se inaugure la línea ferroviaria a Santa Rosa, durante el gobierno del general Tajes en 1888, vino representando a este último el doctor don Duvimioso Terra, Ministro de Justicia. El club «Casino Comereial» ofreció al regreso del ministro un baile que resulta colosal por su esplendidez, pues en el buffet solamente se efectúa un gasto por la cantidad de dos mil pesos.

Fué regio aquel baile, como lo fue el celebrado en los salones del Teatro el año 1872, con motivo de festejarse el suceso de la paz de Abril. La ciudad cuenta con las siguientes asociaciones:

Española 1.°, Española 2., italianas «Benevolenza», « Unione Cosmopolita», Portuguesa, Brasilera, Francesa, Suiza, (todas de socorros mutuos) xx de Setiembre, que patrocina un colegio, de Beneficencia y Caridad Pública regenteada por señoras, de San Vicente de Paul, Circulo Catolico de Obreros, Círculo de Obreros simplemente, Ateneo, Logia Hiram Unión que también tiene bajo su patrocinio otro colegio, de Empleados del Ferrocarril N.O., clubs colorados 1. y 2. secciones, clubs nacionalistas, edificio para el Partido Colorado, Casino Comercial, Siamo Diversi, Artesanos, Liceo Eslava, Instituto musical; Asociación de empleados de comercio y varias otras de menor cuantía y de pura sociabilidad, así como las sociedades anónimas del Teatro e Hipódromo.

La ciudad siempre demostró gusto por el arte, especialmente por la música. En el Teatro Viejo toco el arpa la célebre Esmeralda Cervantes y el violín don Saturnino Ribes, y por el escenario del tan impropiamente llamado Larrañaga, desfilaron artistas tan notables como Salvini, Rossi, Aramburo, Oxilia, Cuneo y Luisa Tetrazzini, esta última que llevó consigo un producto liquido de seis mil pesos obtenido en seis representaciones. A propósito de los triunfos de esta dira, hasta hoy no se dan cuenta los salteños del porqué no pudieron entregarse a expansiones de entusiasmo traducidas en aplausos, artículos y sonetos, sin provocar una burla de parte de un cronista de un diario de la capital que comento el hecho de modo tan urbano contra estos rurales.

Las iniciativas importantes de progreso común, siempre tuvieron en el Salto un buen depósito, Lleno de fecundidad. El señor Francisco Octaviano de Almeida Rosas, Ministro de Relaciones Exteriores del Imperio del Brasil, al pasar de transito para el Paraguay en 1866 o 1867, pronóstico para el Salto un futuro de prosperidad como pueblo progresista al observar tan solo el aspecto alegre de su edificación y el carácter de su selecta inmigracion y población.

Desde el final de esta guerra internacional, la ciudad tomó un incremento asombroso que se tradujo inmediatamente en multiplicación y aumento de cuantiosas fortunas que hasta hoy han mantenido equilibrada y vigorosa la economía del Departamento.

En el Salto fué donde se fundó la primera compañía de navegación fluvial «La Salteña» por acciones y de la que fué el alma el argentino don Prudencio Quiroga; donde se fundó también el primer Banco de la República y uno de los primeros saladeros del país a impulsos de tan progresistas vecinos como eran los Tejo, los Juanico y los Herrera.

En un tiempo no lejano fué el Salto un emporio comercial. Hoy está muerto, comercialmente, en virtud de complejas causas que no es del caso recordar. En su defecto, crece la ciudad — lo que llamaríamos el municipio — a pasos agigantados. Bien que no se inician actualmente grandes obras que sacudan enérgicamente su vida económica, flota siempre en el ambiente algo del espíritu que presidió sus primeros y más poderosos progresos.

Según es fama, fué en los campos de Cabal y Williams —que rodean como un cinturón el circuito comprendido entre el Uruguay, el Daymán y San Antonio— donde, en el año 1860, se construyó en el país el primer alambrado de importancia que cerraba grandes extensiones de estancia, lo que dio mérito a que una buena parte del vulgo, considerando demasiado audaz la empresa, pronosticara la bancarrota de los propietarios. El Salto fué siempre asiento de hombres de empresa y de progreso y entre ellos merecen ser citados en primera fila los Cabal, los Ribes (Saturnino) y los Tejo.

Cabal era un espíritu a lo Piria con mucha dosis de arrojos y audacias. Gracias a él se construye el espléndido y macizo edificio de la Aduana, que desde el año 1859 está aún esperando la mano definitiva de reboque y de blanqueo por obsequio de la desidia de muchos. A la ciudad le faltan un puerto y plazas aseadas.

En el Salto residió durante muchos años don Tomas Gomensoro que desempeño los cargos de Jefe Político y de Depositario Judicial. Su honradez siempre fué considerada como algo proverbial en este vecindario. Es el espíritu de sus habitantes altivo, casi indómito, y en las luchas políticas adquiere una característica vehemente que hace temible la lucha como rival.

Actualmente, se organizan los trabajos preliminares para fundar una Sociedad Ganadera y celebrar exposiciones ferias. Es posible que con este proyecto se sacuda la modorra de las gentes de esta ciudad política y coqueta, que a las veces suele dormir largas siestas paraguayas, recostada, como dijo su poeta Eduardo Forteza:

«Del Uruguay ante el azul espejo
Voluptuosa princesa reclinada
Envuelta en chal de rojas margaritas
Y con flores de ceibo por guirnalda. »

Atillo C. Brignole.

Revista Rojo y Blanco 1901.

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