Todos y cada uno de los detalles ciudadanos de Montevideo parecerían provistos de un toque mágico, de algún detalle oscuro o particular en su origen o en su vida anterior. Ahí, en Propios, a una cuadra de la ciudad, existe un mercado donde concurren diez mil personas, construido sobre una antigua laguna.
Propios fue en un tiempo limite teórico y practico de la ciudad. Como una defensa de la misma, ante una posible expansión que la llevara a diluirse en la entonces campiña oriental, el Gobierno adquirió los terrenos limítrofes, de manera que resultaban así de su propia pertenencia, eran terrenos «propios». He ahí el origen oscuro que tuvo el nombre de Camino Propios.
Propios… el Miguelete… anillo ciudadano de cuando era chica, hace tiempo que aprieta sus carnes y hace tiempo también que ha sido cortado en varios lados, que presenta ranuras por las cuales se ha colado la ciudad en busca de su propio destino, de su natural expansión. No hablamos ya de 8 de Octubre, verdadero pseudopodo ciudadano arrastrando tras si toda la masa capitalina, sino de esos pequeños intersticios por donde se escapa hálito de ciudad venciendo el anillo liminal con que quieren apresarla.
Uno de esos requisitos era hace diez años una laguna, una inmensa laguna, y hoy es un mundo donde acuden diez mil personas. Propios, Cadiz, Centenarios, eran limites -en el plano- de una inmensa masa de agua estancada, paraíso de los pescadores de ranas que venían allí a proveerse de los conocidos animalitos para bastecer a nuestros hoteles céntricos del apetitoso plato que ellos brindaban. Hoy sobre la antigua laguna se levanta el notable mercado motivo de esta nota.
Tal vez el origen humilde del Mercado lo ha hecho tímido; se animo si, a escapar de la ciudad, pero por poco, se fue solo una cuadra y eso escondiéndose. Metido en un bajio, escondido a las miradas de la gente que no llega hasta el por intereses de comercio, se encuentra el mercado. He ahí la laguna transformada, que la voluntad del hombre y de los hombres logró domnñar: primero venció a las aguas, luego, al excavar un sótano gigantesco venció al barro con pilotes, volcó toneladas de cemento sobre iguales miles de metros cuadrados e indirectamente a la antigua laguna.
La vida hierbe debajo del inmenso techo. Facetas variadisimas presenta el mercado. Infinidad de tipos de humanos se encuentran en el. Españoles, italianos, lituanos, unos agricultores, otros changadores, otros puesteros, otros compradores, cada gremio se reparte las nacionalidades con cierta uniformidad. La teoría marxista del comercio, la viveza criolla, la oferta y la demanda, la guerra de nervios, todo va de la mano en eada operación mercantil.
Las hortalizas cobran vida propia, la solanácea se convierte en la vulgar papa del pobre (o del rico; y apiñadas o en bolsas buscan evitar su dispersión en las maletas de los compradores, pero inútilmente. Combinado el precio, las manos del quintero, como cometiendo crímenes, las apartan de sus hermanas con rudeza. Todo lo que toma contacto con el mercado adquiere un sello particular, la gente, el lenguaje sobre todo, toma matices insospechados.
— Eh… Pascual, cume va?
– Cosi… cosí… y la carga?
— Eh… se la vendí al «lechuza».
La «carga», el ‘»lechuza», el «balancita», designan respectivamente todo el contenido del carro, el individuo que compra toda la mercadería apenas cae el quintero al mercado y el que compra al final, el último resto de mercadería, por unos vintenes y sigue vendiendo al menudeo.
Atrás del Mercado se vino un sin fin de gente que vive con su movimiento comercial: fondas, vendedores de pasteles, de baratijas, de cepillos, choriceros; costó traerlos al nuevo ambiente, a un mercado nuevo pero inmediatamente se acostumbraron. Lo mismo sucede con el movimiento interno. Antes las ventas eran de noche, el quintero venía al caer la tarde y la venta empezaba a la madrugada. Al pasar a la venta de la tarde todo fueron protestas, y ahora a las cinco de la mañana piden «luz» para comenzar a vender de «tarde».
Espectáculo grandioso es la visita al mercado.
—Cuánto me das?
—A ver. . . te doy uno cincuenta.
—¿Por qué no me das un peso, si te parece?
—A la vuelta, si me alcanza la plata.
Y el probable comprador amenazó irse cachazudamente, esperando el grito del quintero, con los nervios en tensión, que lo haría dar vuelta rápidamente para cerrar trato. Pero aquel también estaba en el mismo juego. Esperaba que el marchame cediera, que volcara la cabeza mostrando el más mínimo interés para no aflojar. De repente la tensión se rompió.
—Che, vení…llévalo a uno cincuenta.
Y marchó el cajón de duruznos.
Articulo de la Revista Guion del año 1947
Una de las primeras etapas del trabajo consistió en desecar la enorme laguna que abarcaba el predio a construir. Dicho aprovechamiento se realizo por intermedio de una canalización del terreno y para contener la enorme estructura se realizaron pozos que sirvieron de lecho a patines de hormigón.
El changador de mercado debe poseer ademas de fuerza y resistencia ciertas cualidades que hacen de el un hombre especial. En la foto aparece con doce cajones, que de otra manera hubieran significado por lo menos, cuatro viajes. Con un poco de equilibrio la maniobra se reduce a uno. Tiempo y riesgo, que disminuye por la celeridad con que se abre paso con su amenazante cargo.
La inmensa calle central, sirve en los momentos de mayor afluencia de compradores, de playa de estacionamiento complementaria de los aleros laterales situados en los costados del edificio. La colocación en diagonal de los carros aumenta el numero de usufructuarios y deja al centro espacio suficiente para salir en cualquier momento.
Gentes que compran y venden. Que se mueven en ambiente de natural existencia, que forman un marco humano a productos de la tierra, que establecen relaciones en el fondo de una bolsa, entre el verde y colorado y que una deja con pena, atraído por la vida y por ese mismo rumbo ignoto que la vida encierra.
El Mercado se tubo que habilitar antes de que fuera terminado totalmente, cumpliendo así con la fecha fijada en el contrato. La presente foto tomada en aquella época nis muestra la primer imagen que se le apareció a los deslumbrados ojos de los que traían sus productos, como augurios de mejores épocas.