Los Yuyos

En la primera década del siglo pasado y cuando Montevideo era todavía la gran «Aldea». Cuando el desayuno, el almuerzo y la cena congregaban a las familias en torno a la mesa y la oración era el inevitable soliloquio con Dios y los prejuicios, los convencionalismos y la tradición. Y al que no se ordenaba fiel a esos dictados del vivir cotidiano, lo consideraban «calavera y desalmado». ¿Querés imitar a Roberto de las Carreras, a Leoncio Lasso de la Vega, a Angel Falco?», le recriminaban al que se empinaba el codo más de la cuenta y fuera de su casa.

El Prado era en los comienzos del siglo, el lugar residencial de la gente de apellidos distinguidos y gente acomodada. Tal vez el Barón de Buschental al comprar por 120 mil pesos fuertes el epicentro de esa zona a fines del siglo 19, fuera su bastonero a cuyo conjuro los chalets señoriales y las casas quinta, delimitaban su poder económico, frente al pobrerío circundante.

El trago aquel entonces

De allí el almacén y despacho de bebidas de Kose Verneiro, en la esquina de 19 de Abril y Lucas Obes, en cuyo rincón del despacho (escondidos) iban todos los días a librar sus buenas cañas de la habana, ciertos señores de pro, que se bajaban en esa esquina al regresar a sus casas (dos o tres cuadras de distancia) en los tranvías «2» y «20», para que sus vecinos no se enteraran de su amor al trago. Y lo mismo sucedía con los vecinos del almacén de Verneiro; iban a tomar viruendelas al despacho de bebidas del vasco Urtazer, en Reyes y Suarez, allí donde muchas veces el Dr. Julio Herrera y Obes, se bajaba del tranvía de caballitos (su eterna novia Elvira Reyes vivía a una cuadra) a tomar en «lo del vasco», una copita de su cognac preferido; «Carlos V». También un famoso almacén y boliche en Suarez y Lucas Obes (frente a la cancha de River Plate) » El mirador de Cisplatina», aglutinaba a una clientela ávida de caña y vino garnacha, anis carabanchel y el famoso «rhum Negrita» a real la copa.

El insólito mundo de los yuyos

Hasta que al promediar el sexto año del siglo pasado (1906) hace su aparición en esa zona que circunvala el Prado montevideano, un despacho de bebidas (más redondo y rotundo boliche) que no tiene para sus clientes, las inhibiciones de sus colegas (el rincón o el escondite) en la esquina de Larrañaga (hoy Luis Alberto de Herrera) y Cubo del Norte. Fundado por el inmigrante italiano don Juan Ursi, ese boliche (mostrador y botellas) será con los años el refugio de una rara mezcla para etílicos y yuyeros (mejor herboristería) y se constituye con personalidad propia y con el derecho que le otorgan los discípulos o adláteres de Baco, en la cátedra o jurisprudencia del yuyo.

Y ya nadie desde aquel lejano 1906, tendrá que esconderse; tomar en un rincón del pueblo (porque el boliche es mersa. hombre en zapatillas, arrabal en tono mayor o menor) al costado del estaño o la madera, esa caña estimulante y fraterna de todos los días, las noches y las madrugadas. Entonces esa esquina de la «belle epoque», de un Montevideo insólito, no será más ni Larrañaga (hoy Luis alberto de herrera), ni Cubo del Norte. Simplemente, como creándose su propio nomenclator, se llamará para siempre en el bendito rumiar del trago: «Los Yuyos».

Desde luego que, don Juan Ursi, no se había propuesto hacerle la competencia a un ilustre cofrade de las gargantas ansiosas: el «Fun. Fun» del Mercado Central. Ni tampoco al «Yerumín» de Goes. Ni al «Pomery» de Reconquista y «Pérez. Castellanos; ni al «Hacha» de Buenos Aires y Maciel o al «Barril» de Pérez Castellanos y 25 de Mayo. Los Yuyos fueron 200 botellas sin rótulo que su alquimista creador conocía al vuelo rápido del pedido clienteril.

De allí, la leyenda popular que le atribuía, la caña con tomate, pepinos, ajo, cebolla, repollo, zanahoria, etc. Y que a don Juan hacia sonreír. El se limitaba a decirle al cliente: «¿Qué le pasa amigo?» y él tipo entre azorado y cohibido: «Ando mal de la garganta; como si me rascaran…. Entonces don Juan se limitaba a sacar (como quien saca un libro de una biblioteca) la botella mágica: yerba e’la piedra y el tipo a medida que apuraba la cura (se tomaba de un saque cinco o seis balsámicas cañas) volvía al otro día, aunque viviera en la Curva de Maroñas o fuera ese señor, distinguido vecino de la calle Sarandí. Y así fueron apareciendo (tal vez únicos en el mundo) los pacientes de yuyos, pero no en la infusión de un té, sino consustanciados en el néctar rubio de los sueños blancos: la caña o la «asquerosa vieja», según el discurrir de »Peloduro».

Y se hicieron célebres frases que condensaban toda una terapéutica para reencontrarse con la salud perdida, al conjuro del yuyo milagroso; «pitanga», «Mío mío», «Carnicera», «Malva»; con solo anunciar el propósito o la visita impostergable: «Me voy a los yuyos»; «Anoche estuve en los yuyos»; «Venimos de los yuyos»… Frases que le iban ganando una carrera a la muy famosa frase de: «Me Voy un rato al Fun Fun» cuyo epilogo y/o excusa de mamado, eran las «uvitas». Pero mientras Fun Fun. se quedaba en la uvita, «Los Yuyos» aglutinaba en torno suyo a la clientela más exigente en materia yuyera. Porque ahí estaban la asepsia y la profilaxis del yuyo, en su variado y rico folklore. «Y para el reuma don Juan; ah, y los nervios también». Y allí la caña con «burucuyá» o «palobueno» y con una irreverencia al Dios Baco, sus hijos se tornaban en espúreos militantes de una secta argumentadora de dolencias inexistentes, pero apoyando al nuevo sacerdocio de una caña balsámica y protectora.

Ilustres Escabiadores

Porque ese mostrador mágico de Los Yuyos, anduvo el genial creador de los «Polirritmos»: Juan Parra del Riego y el no menos intenso poeta Vicente Basso Maglio; el injustamente olvidado Prunelt Alzáibar, el pintor Alfredo de Simone; el dramaturgo José Pedro Bellán y otros ilustres personajes como José Luis Zorrilla de San Martín. Boxeadores, jockéys, artistas como Carlos Brusa, los Arrieta; de la Argentina, en alguna escapada, se mandaron sus virundelas sabrosas, Carlos Morgartti, Luis Arata; Gómez Cou y otros que llegaban en taxímetro a enyuyarse en ese laboratorio milagroso de la caña con pitanga, palma imperial, uva amarga, uva dulce, coquitos del Paraguay, Molles y otros yuyos de resonancia indoamericana.

En los años 70 se le cambió el piso, cuyas tablas eran un peligro anti-yuyo y se, le embaldosó austeramente, mientras un sobrino de don Juan Ursi (Arnoldo Oggerino) continuo al frente hasta el año 1977, donde por un lapso de un año cerro sus puestas.

En la década del 90 nuevos dueños transformaron el lugar añadiendo mesas y una opción gastronómica con parrilla y si bien la venta de caña con yuyos ya no es lo exclusivo del hoy restaurante, la gloria etílico – yuyera perdura con mas de 100 años de existencia y desde el ángulo de un Montevideo insólito, que aún se resiste a desaparecer.

En base al articulo de El Bastonero publicado en la revista Cuestión de 1972.

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