La violencia anarquista en Montevideo

El filme de Héctor Olivera comienza con el asesinato del teniente coronel Varela y de allí retrocede, en un enorme flashback, para relatar la represión sangrienta de la huelga de obreros rurales de la Patagonia,que condujo a esa muerte. Pero lo que sucedió después de esa ejecución tiene tanto interés como sus causas y antecedentes. Gracias a la reconstrucción de Osvaldo Bayer, proseguida en el exilio de Alemania Federal, se aclaran contextos y protagonistas de acontecimientos policiales ocurridos hace más de medio siglo en Montevideo. Ellos también eran leyenda y ahora son historia.

Como los carbonarios, como Avelino Arredondo, Kurt Wilckens se apartó de sus compañeros y desapareció de los circulos anarquistas de Buenos Aires. A más de sesenta años, existe la tentación de interpretar ese retiro como la ceremonia de purificación de un samurai. Se trataba, en cambio, de proteger a sus instructores. «Fui yo solo. Unico autor. Acto individual», proclamó el joven Wilckens en su español gutural apenas la policía lo aprehendió.- Era su consigna y se matuvo fiel a ella, porque jamás delató.

Wilckens pertenecia la vertiente más pacifica e idealista del movimiento libertario, la tolstoiana y vegetariana. Un revólver se consigue en eualquier lado, pero una bomba, arma favorita de los anarquistas, no se compra en el almacén de la esquina. Es preciso fabricarla y recibir entrenamiento especial para manipulerla.

Hubo, entonces, complot; pero en el momento mismo del atentado, Wilckens actuó solo, sin apoyos, porque herido como estaba un auto habría podido recogerlo. Como siempre calló, todo queda reducido a una mezcla de certidumbres y sospechas que los contextos históricos hacen razonables. Como a igual código de silencio se sometió su ejecutor, el también joven Pérez Millán, cabe la conjetura de un enfrentamiento de dos organizaciones que comenzaron a hostigarse del mismo modo que lo hicieron durante más de medio siglo en ese gran modelo, borrador o anticipo que fueron las luchas sociales en el prolongado ocaso de la Rusia zarista.

Amar la bomba

Según informaron a Bayer, quien entregó el revolver a Wifckens fue Miguel Angel Roscigna, o Roscigno, según puntualizó en 1931, desdeñosamente, al policía uruguayo que lo detuvo en un local de General Flores. Además, Roscigna proporcionó instrucción de tiro a Wilckens en un lugar apartado del Riachuelo; con él u otros el joven alemán aprendió a amar la bomba.

Malos años corrían para el movimiento libertario. La carnicería que significó la primera guerra mundial había reducido el recuerdo de la Era de la Dinamita, protagonizada por Ravachol, Auguste Vaillant y Emile Henry, y los asaltos de la banda de Bonnpt. En la desintegración del imperio Ruso, los anarquistas, herederos de Bakunin, Kropotkin y Netchaiev, eran apenas grupos en un mar revuelto de organizaciones revolucionarias. De febrero a octubre de 1917, durante el gobierno provisional de Kerenski, compitieron todos, hasta que se impuso la fracción bolchevique, que fue la más férrea, dúra y disciplinada. Los anarquistas lucharon bravamente contra los autoritarios, tanto en la insurrección de Kronstadt (febrero de 1921) como en la guerrilla de Majno; pero a partir de entonces se inició en todo el mundo la serie de gloriosas derrotas que se extendieron a Rusia a España, también tuvieron lugar en Argentina y llegaron a Montevideo. Cuando le tocó a Uruguay, el «relámpago negro» estaba casi extenuado.

Las huelgas de trabajadores rurales en la Patagonia (1921), con su sangrienta represión que convirtió al tolstoiano y vegetariano . Wilckens en un ejecutor de lo que entonces se llamaba la justicia proletaria, llegó dos años después de la Semana Trágica, protesta insurreccional cuyo fuego se había iniciado en los Talleres Vasena. Como la derecha nunca se engaña, poco caso hizo a los intentos conciliatorios del Presidente Irigoyen y se preparó para defenderse por las buenas y por las malas.

A su vez, la impaciencia de la utopía revolucionaria de los libertarios agotaba sus fuerzas en constantes debates ideológicos y luchas intestinas, no tanto en cuanto a fines como a métodos de lucha. A partir de las tácticas, la discusión se perdía en el laberinto de las evaluaciones de las campañas de terror y destrucción, en un enredo confuso que los hombres de acción del movimiento cortaban sin más por medio de la violencia, que descolocaba e intimidaba a gradualistas y reformistas.

Como toda organización debe sustentarse financieramente, luego de la bomba llegó al Rio de la Plata la tradición de las expropiaciones (las «ex», según eran abreviadas irónicamente), con su secuela de asaltos a bancos, oficinas de correo, fábricas, tiendas, casas particulares y hasta trenes en marcha. A la secuencia «rebelión y represión» se agregaba, por influencia italiana y española, el bandidismo político, que habitualmente venia a morir en manos de la policía.

Ases de las «ex»

Argentina tuvo dos grandes expropiadores: Severino Di Giovanni y Miguel Angel Roscigna. El primero fue un italiano romántico y violento sin piedad, valiente y operático; el segundo, más astuto y menos ostentoso, era cauto y de aspecto casi inofensivo. Uno ante otro, fueron algo así como el león y el zorro.

Cuando se agotaba la ola de vendettas que arrancó con el asesinato del teniente coronel Varela, de Estados Unidos provino otro casus belli: el discutido juicio y posterior ejecución de Sacco y Vanzetti. Los quince meses que consumieron las instancias y formalidades legales entre que se dictara sentencia y ella se cumpliera (agosto de 1927), conmovieron al mundo y no sólo a los anarquistas. Para éstos, como antes en los casos del teniente coronel varela, Kurt Wilckens y Pérez Millán, estaba en juego el honor libertario, aunque ello significara enredarse en una dialéctica de atentados y represiones que con el tiempo perdía sentido.

Esto fue público, pero también hubo un acontecimiento secreto: la llegada de Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, quizá a fines de 1927. Ambos habían emprendido una campaña financiera para liberar a compañeros presos que se inició en España, siguió por Cuba, México y otros países del Pacifico, incluyó Chile, Buenos Aires y Montevideo, para perderse otra vez en Europa. Ases de las «ex», carecían de modales para solicitar fondos: en Buenos Aires asaltaron el Banco San Martín, con la ayuda de Roscigna, y de allí huyeron a Montevideo.

Hay quienes dicen o sospechan que fueron Ascaso y Durruti quienes indujeron a Roscigna a practicar las expropiaciones. Las fechas, sin embargo, no parecen coincidir. Ya en 1919 Roscigna y los hermanos Moretti habian intervenido en la Semana Trágica, cuando Roscigna era dirigente metalúrgico. Lo vimos  entregar el arma a Kurt Wilckens. Su prontuario dice que fue detenido cuando «elementos ácratas» (era ellenguaje periodístico de la época) atentaron en 1926 contra la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires, con motivo de las movilizaciones por Sacco y Vanzetti. En octubre de 1927 la banda de Roscigna y Moretti asaltó a los pagadores del Hospital Rawson y se escondieron en Montevideo.

Montevideo santuario

Es que el Uruguay fue, durante décadas, meta de perseguidos políticos, amparados por una legislación muy benevolente y una práctica muy generosa y firme de asilo y refugio. Para los anarquistas, Montevideo se habia convertido en un santuario al que podían acceder con facilidad. Así se forjó una suerte de pacto tácito que por un lado garantizaba amparo y por otro cerraba ciértos extremos de la protesta social. Tanto desde la presidencia como desde el llano y la prensa, Batlle vigiló el cumplimiento de ese pacto, hasta convertirlo en tradíción aceptada.

Aquí es preciso internarse en algunas sutilezas del embrollado mundo de los libertarios, que por ahora carecen de apoyo documental y es preciso manejar a través de alusiones y testimonios orales. Osvaldo Bayer, en el libro que le dedicara a Di Giovanni, díce que Diego Abad de antillán siempre consideró a Roscigna un hombre bueno, arrastrado al delito por Ascaso y Durruti. Luego agrega: «Ya en ‘montevideo, los hermanos Moretti -contra el consejo de Roscigna- realizan un segundo asalto, con éxito, contra la casa de cambios Messina. Luego financiarán la falsificación de moneda argentina que hará Fernando Gabrielevsky, un verdadero maestro de las artes gráficas, que también profesaba ideas anarquistas.»

No compagina bien la versión acerca de la bondad de Roscigna cuando el propio Bayer lo presenta entregando las armas a Kurt Wilckens en su libro sobre La Patagonia rebelde y en el de Severino Di-Giovanni indica que fue Roscigna quien disparó la escopeta contra la cara del subcomisario Velar en Santa Fe (22 de octubre de 1929).

O quizá no haya contradicción alguna, puesto que la oposición de Roscigna al asalto del cambio Messina (25 de octubre de 1928) sería consecuencia de la decisión de mantener el pacto de no violencia en el santuario que era Montevideo. Aquí mismo funcionó el tribunal de honor revolucionario. (compuesto por Luigi Fabbri, Hugo Treni, T. Gobbi) que solicitó Severino Di Giovanni para juzgar su conducta frente a los ataques que recibía de las alas moderadas del movimiento libertario, desgarrado ya en el Rio de la Plata por el pistolerismo. Esto sucedió menos de dos años después del asalto del cambio Messina, el que contrariamente a lo que afirma Bayer no fue un éxito financiero y tampoco una operación limpia, ya que dejó tres muertos y varios heridos. Poros días después cayeron, en el enterradero de la calle Juan Jacobo Rousseau, los autores, que eran: Agustín García Capdevila, Antonio Salvador Moretti, Pedro Boadas Rivas y Jaime Tadeo Peña. Antes de entregarse, Antonio Moretti prefirió suicidarse. En el lugar no se encontraba Miguel Angel Roscigna. En fecha dificil de precisar, pero posiblemente a principios de 1928, en Montevideo/santuario se produjo la conferencia de Severino Di Giovanni, Roscigna y los hermanos Moretti.

El Buen Trato

La historia de dos ciudades que enhebró Roscigna al entregar el arma a Kurt Wilckens siguió prolongándose, como se sabe. Por elementales principios de solidaridad anarquista, Roscigna volvió a Montevideo para ayudar a sus compañeros presos. En una finca en la calle Solano García se estableció un comercio cuyo nombre, la carbonería El Buen Trato, serla festejado en esta aldea durante mucho tiempo. La impaciencia revolucionaria de atentados y expropiaciones adquiría a veces remansos de prudencia y lanificación, porque el local había sido arrendado, por Alcides López Gutiérrez, en 1930 y la evasión se produjo el 18 de marzo de 1931, a través de un túnel de cuarenta y tres metros y que exigió la remoción de treinta metros cúbicos de tierra. Como obreros de la carbonería figuraban Roscigna y Gino Gatti, ambos vinculados, de una manera u otra, con Severino Di Giovanni.

Dicen las crónicas periodísticas de la época que una vecina de la avenida General Flores obsero gue un cliente adquiría demasiados alimentos en un almacén del barrio y pasó el dato a la policía. La delación condujo a la policía a un club político de la zona, donde Roscigna, un hombre menudo, de lentes y vestido con modestia obrera, se entregó sin resistir. Ante el policía que lo arrestó, tuvo oportunidad de negar que él fuera Roscigna porque en realidad se llamaba Roscigno. ¿Seriedad o buen humor? Un año después, el 14 de febrero de 1932, los anarquistas mataron en una emboscada, en Bulevar Artigas y Monte Caseros, al comisario Luis Pardeiro, que había conducido los interrogatorios policiales de la banda de expropiadores.

Con este ajuste de cuentas se cerraba aquí el capítulo de la violencia anarquista y el Uruguay retomaba a su condición de santuario Interrumpido, el pacto tácito que otorgaba asilo y refugio se prolongó durante treinta años más. En los nueve días de la RevoJución de Enero ( 1935) y en el atentado contra Terra, (palco de Maroñas, 1935) los elementos ácratas nada tuvieron que ver. Siempre fueron duros en el enfrentamiento sindical: alguna bomba estallaba en el portón de la fábrica de un patrón recalcitrante, pararon los frigoríficos del Cerro en plena segunda guerra mundial pese a la oposición del Partido Comunista, se hicieron legendarias las huelgas en FUNSA, conservaron su bastión en el gremio de los panaderos (Sindicato de Resistencia) y en realidad la huelga de plomeros y cloaquistas, iniciada hacia 1942, prosigue formalmente hasta hoy.

Abandono y soledad

En la Argentina, en cambio, se había «acabado la joda», según anunciara el teniente coronel Varela cuando llegó con sus tropas, al puerto Santa Cruz, en febrero de 1921. Nueve años después, en setiembre de 1930, el general Uriburu derrocó a Irigoyen, separado de los anarquistas por un rio de sangre que fluia desde la Semana Trágica, e implantó la ley marcial. En febreo de 1931 fusilaron a Di Giovanni y Paulino Scarfó.

Las autoridades argentinas solicitaron la extradición de Miguel Angel Roscigna (o Roscigno ). Cuando cumplió su pena en Uruguay, fue internado en el penal de Ushuaia. Se desconoce su suerte final, excepto la de ser el primer desaparecido en Argentina, cronológicamente hablando, claro está. El legendario Buenaventura Durruti cayó en el frente de Madrid en noviembre de 1936, en circunstancias nunca del todo aclaradas, aunque predomina la versión. de -una bala perdida. Con la derrota de la República Española se derrumbaba también la CNT/FAI, el más poderoso movimiento libertario que existía en el mundo.

Iniciamos estas crónicas con la referencia a un filme; coñviene cerrarlas con otra. ¿Recuerdan los lectores el personaje que en Reds, de Warren Beatty, interpretaba la eminente actriz norteamericana Maureen Stapleton? Se trataba de Emma Goldman, una enérgica judia de limpia trayectoria revolucionaria. Devota e incansable, dedicó sus últimos esfuerzos a socorrer a los anarquistas perseguidos y destrozados por las chekas de Stalin. Poco antes de morir, en 1933, Emma Goldman escribía a Max Nettlau: «Con frecuentia pienso que nosotros, los revolucionarios; somos como el sistema capitalista. Sacamos de los hombres y mujeres lo mejor que tienen y después nos quedamos tan tranquilos viendo cómo terminan sus días en el abandono y la soledad.»

Casi medío siglo después, el 5 de setiembre de 1971, otro tunel atravesaba la calle Solano García, paralelo, sesgado, diferencia de metros, al que se había horadado desde la carbonería El Buen Trato. Nuestro pais contempló azorado este premeditado laberinto subterráneo,’ donde se cruzaba y repetía la historia.

Ruben Cotelo

Publicado en la Revista Jaque, numero 98 en el año 1985

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