La fuente de la aguada decisiva para el abastecimiento de agua a nuestra ciudad en toda la primera mitad del siglo xix todavía existe, en Av Libertador y Pozos del rey (que se llama así en referencia directa a esa fuente), pero enterrada bajo una plaza municipal donde antes estaba un baldío que oficiaba de improvisado estacionamiento de coches.
Parece condenada a un destino de indiferencia, cuando podría constituirse en atractivo turístico y en un paseo céntrico inigualable para los montevideanos. Allí se alzaba, hasta casi 1980, un añejo caserón de dos pisos construido en los últimos tramos del siglo xix, que albergaba por debajo del sótano y cegada la histórica fuente surgente.
Por el año 1960 el dueño del inmueble, el señor Poch (que tenía comercio en los bajos y vivienda arriba), al realizar una perforación en el sótano comprobó que brotaba agua con gran fuerza. Pensó que había perforado una cañería de OSE, pero luego comprobó que por allí no pasaba ninguna. Con asombro tuvo que aceptar que le había tocado en suerte nada menos que tener bajo sus pies la mítica fuente que dio nombre al barrio. Entonces procedió a tratar toda la extensión del sótano con cemento hidrófugo, y colocó después un caño con una canilla especial para mejor disponer de esa agua con historia.
El Concejo Departamental de Montevideo -la autoridad máxima municipal en aquel tiempo de gobiernos colegiados- extendió a la familia Poch un certificado donde se caracteriza el agua como: «Aceptable Grado II. Satisfactoria». La prensa se hizo eco del acontecimiento, los curiosos peregrinaron por un tiempo hasta el sótano de la entonces Diagonal Agraciada y Pozos del Rey, y el cronista urbano Jorge Tito Nasser recogió el hecho en el Almanaque del Banco de Seguros (publicación cultural anual de la empresa aseguradora estatal).
LA FUENTE OLVIDADA
Los años sesenta resultaron funestos en cuanto a la indiferencia y la desidia, cuando no al desprecio, por nuestros valores culturales urbanos. No olvidemos que con el beneplácito de una mayoría, aunque parezca ahora increíble, se demolió el viejo mercado ubicado detrás del Teatro Solís, y con él sucumbieron los locales originales del restaurante Morini y del tradicional bar Fun Fun. También desaparecieron los cafés Tupí-Nambá de la plaza Independencia, Ateneo de 18 de Julio y plaza Cagancha, Montevideo de 18 y Yaguarón y el Boston de la calle Andes.
En ese contexto, quién se iba a interesar por el destino de una fuente enterrada, para cuya puesta en uso había que invertir en la compra de la propiedad, luego demoler y después excavar para generar allí un entorno digno del monumento.
El baldío hoy es una pequeña plaza con juegos para niños:
Por algunos años, allegados, amigos y clientes de Poch eran invitados de vez en cuando a beber el agua, asombrosa por su grado de pureza. Pero los cambios llegaron en los setenta -otra década funesta- con el vetusto edificio abandonado, hasta que en el contexto de la depredación edilicia estimulada por el ministro de Cultura del gobierno cívico-militar, Darracq -que desafecto decenas de tesoros edilicios montevideanos para mayor gloria de la especulación inmobiliaria- el caserón pasó a mejor vida y se generó allí hasta el un patético baldío que años después pasara a ser una pequeña plaza con juegos para niños.
LAS PRIMERAS FUENTES DE LA CIUDAD AMURALLADA
Las dos primeras fuentes de agua potable de Montevideo colonial fueron la del Fuerte de San José -a la altura de la vieja calle Guaraní y Cerrito-, y la de Toribio o Del puerto, ubicada en la actual calle Piedras entre Treinta y Tres e Ituzaingó. Esta última estaba en el predio donde nuestro primer arquitecto, don Tomás Toribio, edificó su casa; el Cabildo le exigió hacer la vivienda en planta alta, y como el terreno era muy angosto hacer un pasaje público (jurídicamente: una «servidumbre de paso») en beneficio de los vecinos que venían a buscar el líquido elemento. Esta fuente por supuesto ya no existe, pero el escenario -la casa de Toribio y su pasaje- se han restaurado y se pueden visitar.
Había otras: la del Baño de los Padres, junto al muro de piedra que daba al mar al costado de la batería de San Francisco (se ubicaba justo donde ahora se alza el Mercado del Puerto). Cerca del portón de San Pedro -actual 25 de Mayo entre Juncal y Ciudadela- existía una fuente cuyas aguas alimentaban una cañada que desembocaba en la bahía. Otra más, de aguas algo salobres, estaba en el propio foso de las murallas; está todavía, debajo del Teatro Solís (se ha dicho que parte de la buena acústica de nuestra sala mayor tiene que ver con su presencia).
SURGE LA FUENTE DE LA AGUADA
Fue uno de los primeros pobladores de Montevideo, el chileno Luis Sosa Mascareño, el primero en encontrar un manantial cerca del arroyo De las Canarias, que corría entonces por el trayecto actual de Yaguarón y se desviaba más o menos por la actual La Paz hacia la bahía. El lugar era un verdadero páramo, por lo que construyó una bóveda sobre el hilo de agua para preservarlo. La fuente principal, descubierta poco después, fue la que ha pasado a la historia como De la Aguada. El nombre surge cuando los buques que venían al Plata o surcaban el Atlántico hacia el sur, tomaron la costumbre de hacer «la aguada», o sea el abastecimiento de agua potable, en nuestra bahía y en esa fuente.
Para ubicar mejor al lector, la playa llegaba hasta la actual calle Rondeau, y estas fuentes eran parecidas a muchas que es posible apreciar todavía en algunos balnearios, como Cuchilla Alta por ejemplo.
Hacia la fuente de la Aguada -a la cual se le hizo un gran brocal y otras dependencias- llegaban aquellos marineros de camisetas a rayas multicolores y bonetes de golilla encarnada, barbudos, bronceados y musculosos, provenientes de los cuatro confines. Para las todavía precarias condiciones de navegación de principios del siglo XIX, la provisión de agua era una labor esencial, que llevaba días. Se colmaban hasta el tope grandes barricas, que luego de cerradas se hacían rodar hasta la playa, y de ahí en grandes botes se transportaban hasta los buques.
Pero esta fuente se volvió estratégica -al contaminarse las urbanas- para la provisión de agua pura a Montevideo. Ahí comenzó la Industria de los aguateros, que llenaban sus carros especialmente acondicionados y luego, casi en caravana, enfilaban por el camino que más de un siglo después se transformaría en Diagonal Agraciada, para vender muy temprano su vital mercadería por las calles capitalinas. Esto se hacía casa por casa pues todos, ricos y pobres, dependían del abastecimiento.
La fuente de la Aguada siguió en funciones hasta mediado el siglo XIX, cuando al haber surgido urbanizaciones muy cercanas (con las letrinas y pozos negros correspondientes), se temió por parte de las autoridades a la posible contaminación. Para esas fechas, muchas casas de la ciudad, la vieja, y también la incipiente y nueva, disponían de aljibes mediante los cuales captaban el agua de lluvia, y por otra parte se comenzó a traer agua desde el río Santa Lucía.
Poco tiempo después -en 1870- se iba a instalar el servicio de agua corriente en Montevideo, pasando al olvido la vieja etapa de las fuentes, con su ambiente peculiar y su condición pionera.
Texto: ALEJANDRO MICHELENA
Ilustraciones: ARCHIVO DEL AUTOR
Fotos: VICTOR SEVCENCO
Publicado en Latitud 3035 el 14 de Diciembre del 2000