La foto que cuenta algo 2

Hoy compartimos la segunda entrega de las fotos que cuentan algo. En este caso nos vamos a ir a los principios del siglo 19 para conocer algún personaje callejero y la visión que tenían los montevideanos de algunos cambios que se realizaban en la ciudad.

Si queres ver la primer entrega de la foto que cuenta algo pincha aquí.

Pedrín, el enano.

Estais, lectores, en presencia de un enigma. Así como le veis, chico y regordete, de piernas cortas y cabeza enorme, llamando la atención por su estatura singularmente pequeña, quizá no se trata de un atorrante, ni de uno de esos tipos vulgares cuya existencia no parece destinada á dejar rastro.

Pedrín, el enano, el lustrador de botines, ha de tener su historia, sus vínculos, y tal vez, su misión que desempeñar en este mundo… Pero, estimados oyentes — que diria un orador — desde el apellido de nuestro hombre hasta su actual domicilio, como desde el día de su nacimiento hasta sus propósitos como inventor moderno, tienen desgraciadamente que permanecer en el misterio. Porque Pedrín no sabe, ó no puede ó no quiere decir otra cosa que su nombre: ¡Pedrín!

Arcano profundo y misterioso encerrado en seis letras miserablemente pronunciadas… , Pedrín! — Palabra que no se sabe si significa degeneración cariñosa del nombre puesto en la pila bautismal ó si revela el mote aplicado por inhumanos labios. — ¡ Pedrín ! — ¿Hombre ó cosa? — Y ¿quién lo sabe ? Nada puede afirmarse respecto á ese ser que vive solitario, sin otro compañero que su caja, grande como la mitad de su cuerpo, y en cuyo rostro está estereotipada la eterna risa de la idiotez.

¡Pobre! Tal vez llegue á sus oídos, alguna vez, el rumor vago de estas frases, trazadas al correr de la pluma, para hacer su presentación en las páginas de Rojo y Blanco, y quizá entonces, mascullando palabras, en su jerga incomprensible, deje decir pacientemente que son también unos desgraciados aquellos que le ven pasar, sin mirarlo, ó que. mirándolo, le revelan compasión, —porque no le han comprendido, ni le comprenderán jamás, y porque no han podido profundizarlo, inconsciente como parece, ajeno a todas las demostraciones, extraño á todos los afectos.

Pobre Pedrín!… Ahí vá, entrando á lo de Basselli para subir uno á uno los escalones que reclaman á sus piernas cortas un supremo esfuerzo, para caer luego en el engaño, junto al caballito de madera que le acompañará desde aquel momento en la reproducción fotográfica como trasportándolo á la niñez, la época de los juegos, tal vez por él ignorada, desconocida, quizá envidiada en un íntimo y profundo deseo de ser lo que los demás hombres han sido -niños un día! —

De la fotografía de Baselli salió con paso más rápido, á aquella hora de gran sol que precedió á estos días grises y abrumadores. Era más ligero su andar, parecía más grande su boca y en su cara se hallaba estereotipada en todo su esplendor la risa eterna de la idiotez. ¡Pobre! — ¡Pedrín! le llamamos. Y él dio vuelta, rió una vez más, plantó su caja en el suelo y con sus brazos de á cuarta y sus manos de á pulgada empezó la faena resbalando la lengua gruesa hacia el vértice izquierdo de los labios, mientras echaba cera á los botines….

El articulo fue publicado en la revista Rojo y Blanco en 1900

Un ladrón perseguido

La casualidad, y una decisión rápida del joven aficionado Panchito Lusala, hace que hoy podamos publicar una instantánea que llamará por cierto la atención de nuestros lectores. Hace como un mes,  próximamente, durante la hora de la siesta, fue sorprendido detrás del mostrador del Hotel de los Pocitos un joven con aires distinguidos que se apropiaba indebidamente de una botella de licor Benedictino.

El mozo que lo sorprendió dio cuenta del hecho al señor gerente del Hotel, que seguidamente se propuso atrapar al caco audaz, el cual trató de poner los pies en polvorosa por el patio del restaurante, desde donde subió al techo de la cocina y de ahí se vio obligado á dar el enorme salto que deja ver en la precedente vista fotográfica.

La casualidad quiso que en ese momento el joven Lasala se entretuviera en sacar la fotografía de los fondos de la casa que actualmente ocupa su familia en los Pocitos, y que sin sorprenderse por tan inesperada aparición aérea, hiciera mover tan oportunamente el obturador que le resultara así una de las instantáneas que mas sera celebrada entre los aficionados.

El articulo fue publicado en la revista Rojo y Blanco en 1901

Progresos edilicios; Las cinco bolas de los nuevos faroles

Hay calles sin pavimentar, rincones vetustos y sucios, conventillos siniestros donde los pobres se pudren en silencio. Hay un barrio central de pocas cuadras asfaltadas y plazas arboladas, limpio, rico, ventilado, cuidado, adornado.

Cuando sobran diez, veinte,o cien mil pesos (por lo visto sobran con frecuencia) ¿en qué se van a gastar? ¿En los conventillos? iEn los barrios desamparados de la periferia? ¡Qué  esperanza! Lo difícil es descubrir como gastarlos en ese centro tan reducido, asfaltado, limpio, rico. ventilado…. Fuentes, monumentos, arboles, canteros imitación de torta de confitería, todo está hecho ya. Sólo queda un recurso: cambiarlo. Y es lo que se hace. Periódicamente, un ejército de jardineros transforma el aspecto general de las plazas. Ya le toca turno a los canteros, ya a las veredas, ya a los árboles.

Ahora les ha tocado a los faroles. Las antiguas lámparas de arco altas y bien situadas iluminaban perfectamente. Las nuevas bajas, chalas, rematadas en cinco bolas de luz que se le meten a uno en los ojos incomodan la vista, son muy inferiores, pero son nuevas y son doradas y son barnizadas y sobre todo, se usan en otro país…

Así progresamos, los charrúas.

Esto pensaban los montevideanos de 1919 cuando cambiaron las farolas. En opinión personal creo que es una muestra de que los Montevideanos no cambiamos mucho en casi 100 años, seguimos siendo reacios a los cambios. Hoy si sacaran esas farolas me molestaría mucho y en 1919 se molestaron porque las pusieron… El articulo fue publicado en la revista Mundo Uruguayo.

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