La ciudad que el tiempo se llevo

Por poco que se hable de Montevideo, el titulo dice al menos avisado que nos referimos al casco viejo de la Muy Fiel y Reconquistadora. Al conglomerado urbano disperso entre las cincuentaidos manzanas, cuna de pueblo e historia; lengua de tierra y piedra que avanza hacia el mar, cerrando Ia hermosa bahía. Al tramo que en 1819 albergaba 7116 almas, incluidos 1745 africanos esclavos, hábitat y sepulcro, por que la vida activa Iatente entre calles y techos dormía el ultimo sueño bajo, los pisos de Ia inconclusa Iglesia Matriz.

Con todos Ios avatares de guerras, sitios e invasiones, Ia dinámica edilicia siguió sus alternativas, tanto como Ia buena o mala fortuna del vecindario. A Vuelo de pájaro de una a otra orilla, un paisaje de chatas casas blancas impresiono al ojo avizor, hasta golpear en las escarpas formidables de la Ciudadela. Estas cerraban el recinto, defendido ademas por el Fuerte de San José y ambos Cubos.

 Edificio de la quinta Sur Oeste de las calles Piedras y Misiones. Muestra una típica apertura para comercio de los años 70, y los infaltables cartelones en boga a principios del siglo 20.

Una Plaza Mayor, numerosos baldíos, y los infaltables huecos, entre éstos el de las Animas, eran pulmones abiertos, por donde a diario trajinaban peatones, mientras en las calles las carreteras dejaron tras ellas la impronta de sus golpes y chirridos. Alguna rara calesa o Ia sopanda señoril marcarían a veces el paso de un personaje de predicamento, togado o religioso, Camino de sus funciones, hasta que las sombras comenzaban a invadirlo todo.

Con el toque de oración, bien se apuro el paso por extramuros para no encontrar cerrados los portones de Ia Ciudadela, pues de no hacerlo se corría el riesgo de dormir atraso, o buscarse albergue en los rancherios de la Aquada.

Macizo edifico erigido en tiempos de la Patria Vieja. Desapareció con la demolición del Barrio Sur.

Entre tanto el recoleto silencio nocturno, y las nieblas cada vez mas densas desleían hasta los perfiles de las blancas torres de San Francisco y la Matriz, puntos de mira desde el campo y la mar, ese mar siempre tornadizo, hecho furias a veces en Ia playa de Santa Ana, contra el Baño de los Padres, o vuelto un espejo sin limites. Recién con la auras de la patria libre, comenzó su firme renovación edilicia, para caer derribado por la piqueta el muestrario fundacional, hecho en su mayor parte de residencias domésticas. Pero convengamos en que su estilo de fuerte influencia portuguesa, distaría de los convencionalismos pretendidos en el  siglo 20. La primera centuria montevideana lego casas por lo general muy bajas. Sus paredes de vara y media en adelante, ya de piedra o ladrillo asentado en barro, los techos salientes de teja, sus rejas por lo común avanzadas a la vereda, las gruesas puertas dobladizas a cuarterones, le otorgaron de suyo características propias.

Una proa sobre la calle Maciel, digno telón dieciochesco para un drama de capa y espada.

Al auge demoledor del año de 1830, sobreviene la finca mediterránea con doble piso muchas veces, gran balconada, dentro casi siempre, de un nuevo estilo. Sin embargo logran salvarse por entonces muestras principales del viejo que hacer edilicio. Permanecen en pie las casas del portugués Manuel Cipriano de Mello, la finca solariega de los Artigas, del extinto arquitecto Toribio, del naturalista Pbro. Pérez Castellano, los Altos de Gomez, de Carreras, la propia casa del Procer, de Oribe, Lamas y entre tantas otras, las célebres esquinas y proas, destinadas en su mayor parte a caer demolidas en el futuro. Quedan de lado a propósito las grandes construcciones fiscales y religiosas, salvas por su misma condición de valor publico, aunque Ia vieja Ciudadela iniciara la nomina a plazo no predecible de un incierto futuro.

 Dos exponente coloniales en ruinas sobre la calle piedras entre Treinta y Tres y Misiones. Al fondo el entonces Asilo Maternal.

Hasta ,muy avanzado el siglo, y raras en el nuestro (siglo 20), alcanzaran a sobrevivir numerosas esquinas de trágico renombre. La del Hacha, por un sonado crimen, que hizo época, perpetuado allí con la figura pintada del instrumento. Casi enfrente del viejo embarcadero, la esquina del Tigre, donde el mentado Juancho, sujeto muy popular, dio cuenta de un felino colado de rondón, venido con la creciente que barrio el Plata en los años del 30.

 Esquina del Almacen El Hacha

Para mas noticias, otro cruce de renombre patriótico fue el del Café de los Catalanes, mentidero de patriotas y realistas en plena revolución. Frente al Cabildo subsistió largo tiempo, otro Café, el del Agua Sucia, heredando mejor nombre el Del Ruso, famoso en la década del 70, por la pintoresca clientela, sin mengua de la concurrencia de la mejor Sociedad.

Cada azotea, cada media agua, el portal o la reja contigua, guardaron un pedazo de historia. Se precisa tiempo, memoria y pasión, para revivirlos. Aquí estuvo la sala artesonada de urunday, donde el general Garzon conoció a su Angelita Furriol. En sus buenos tiempos solía pasar atildado, vestido de cabildante, el rumboso Mendez Caldeira. Años mas, y frente a la puerta que hoy conserva Manuel Mujica Lainez, caerá asesinado su bisabuelo el doctor Florencio Varela.

Típico edificio de la época española. Fueron sus últimos dueños los esposos Dr. Vicente Ponce de Leon y Francisca Lacaze Estrazulas. Se levantaba en la calle Ituzaingo entre 25 de Mayo y Cerrito.

Junto a la Matriz, receta infalibles homeopatías, el sapiente Monseñor Estrazulas. Sobre un muro del despacho promoverá siempre comentarios el discreto cartelillo que reza: “Aquí no se curan enfermedades vergonzosas”.

Casi a plaza travieza, reside el general Carlos Lacalle. En plenas carnestolendas fue a visitarlo su colega argentino Lucio Mansilla, ex guerrero del Paraguay y minucioso relator de la campaña contra los salvajes ranqueles. Vestido de rigurosa gala, sus medallas y entorchados por de seguro impresionaron a la vieja criada de color que acudió a su llamado. Con las circunstancias del carnaval encima, lo anuncio al patrón con una frase que hizo época: “Viene a saludarlo un mascaro bien puesto…”

Restos de la casa solariega de los Artigas sobre la intersección de Pérez Castellanos y Washinton. Sus cimientos datan del año 1745.

Existía por entonces en cruz, la conocida Librería de lbarra, ligada al desarrollo intelectual y artístico de las naciones platenses. Sustituyo a un encalado perfil colonial, el mismo donde setenta y cinco años atrás un día de bochornosa canícula, apenas entrados los invasores portugueses, el rubio y aun apuesto Brigadier General Carlos Federico de Lecor se apeo de su cabalgadura para pedirle agua a una joven de Ia casa con la mas fina pleitesia cortesana. Entre tanto presentaban armas a su jefe, no pocos soldados que le siguieron junto a Wellington, en las jornadas victoriosas contra Napoleon.

Bello exponente de los tiempos coloniales. Conjunto noble de impecable traza ya mutilado por la infaltable puerta y avisos comerciales. 

La campana amiga de Ia Matriz nos recuerda que es media noche. Las luces opalecen los edificios, entre los primeros vahos otoñales. Todo parece retrotraido al caserío antiguo. Algún raro encapotado se pierde como el eco de su pasos. Place velar el sueño del casco viejo, como el del eterno abuelo de todos, sumido en la placidez del tiempo.

Fuente: Suplemento dominical de El Dia numero 2384 del 24 de Junio de 1979

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