En nuestra recorrida por Ja calle San José en busca de la nota periodística, nos encontramos de pronto con una carbonería ubicada, justamente, en San José y el Callejón del Mercado. Decimos de pronto, porque de tantas veces y en tantos años que hemos pasado por ese lugar, es la primera ocasión en que la vemos. Indiferentes habremos pasado por su frente, pero ahora, que andábamos a la casa de la nota curiosa, la descubrimos.
Es una «auténtica» carbonería, como las de antes; como aquellas que tenían la piedra de carbón pendiente de un hilo en la puerta de entrada; las de la balanza cuyo brazo y plato estaban siempre empolvados de negro; las del gato retinto y lustroso, morrongueando entre el polvillo de carbón. Todo es igual en esta carboneria de la calle San José, menos el carbonero. Antes nos encontrábamos con un carbonero ennegrecido, con tremendas orejas que le tomaban buena parte de las mejillas y uno no sabia nunca si el comerciante era blanco o negro, sólo que era el carbonero y eso bastaba; de entre aquella oscuridad aparecian unos ojos brillantes, a veces irritados, como se asoman los ojos detras de un antifaz.
Es la única diferencia que anotamos. Aquí la carbonera es una señora blanquísima, española, de amplia y sonora risa, que nos atendió cordialmente. No quiso fotografiarse, «Con que saquen ustedes el frente del comercio, basta” — nos dijo.
Esta carbonería — según los datos de la blanca y alegre carbonera doña Carmen Gorin de Román, tiene más de 60 años. «Nosotros hace 22 años que estamos aqui y seguiremos hasta que echen abajo la casa. Los vecinos, — sobre todo los que han levantado estos grandes edificios, — están ofendidos porque no nos vamos y han hecho todo lo posible para que nos desalojaran, pero hasta ahora seguimos vendiendo carbón».
La española carbonera ríe mientras nos cuenta varias incidencias tenidas con algunos vecinos «copetudos”. «Esto ha cambiado mucho —nos dice—; el Palacio Municipal le ha dado otra vida al barrio y muchas casas de varios pisos se han levantado en nuestro alrededor, pero el mercado y nosotros vamos defendiendo las casas viejas”. Muy graciosa en sus expresiones esta carbonera que difiere totalmente de aquellos tiznados de la cabeza a los pies (hasta los niqueles que nos daban de vuelto tenían el color do la mercadería que vendían, como ocurre también con el cambio de los carniceros).
Nos dice doña Carmen: «Nosotros nos defendemos bien; tenemos buena clientela por aquí, por el centro; mi esposo hace el reparto en un carrito de mano y yo atiendo el negocio». Creemos, — le decimos a la dueño de casa —, que ésta debe ser la única carbonería que queda en el centro, a lo que ella responde: «Si… es decir… queda otra-, allá en la calle Canelones, cerca de la Oficina de Trabajo, pero… es un sotanito nomas, que no dice nada a lo calle…».
La carbonería del callejón, cuyo frente ilustra este articulo, está en San José, frente al Mercado «La Abundancia». La ubicación es perfecta: quien va al mercado a buscar los elementos para una parrilladita de «entre casa», se lleva el carbón necesario de ese comercio que atiende una blanca y española carbonera.
Publicado en la revista Mundo Uruguayo, año 1955, numero 1901.