Hay en el centro de la hermosa bahía de Montevideo, una pequeña isla de larga y accidentada historia, que figura en los mapas con el nombre de Isla de la Libertad. Habiendo sabido que quizá muy pronto dicha isla pierda el carácter de tal, a consecuencia de un proyecto que quiere convertirla en península en servicio de nuestro puerto comercial, no dudamos embarcarnos en una lancha automóvil para conocer y dar a conocer esa pequeña joya de nuestra bahía, ignorada por la mayoría de los habitantes de Montevideo.
Nosotros íbamos en viaje, recordando las lecciones de Araújo, nuestro profesor de Historia patria: la isla de Libertad, tuvo siete nombres, a saber: de las Guerrillas, de las Gaviotas, de los Conejos, de los Franceses, de las Palomas, de la Pólvora y de las Ratas. Este último nombre es el que le ha quedado y con el que mayormente se la conoce.
Desembarcamos en la isla, por un magnífico muelle. Allí con todos los honores del caso, nos recibió el «gobernador «, Francisco Rosellón, viejo sargento de marina que hace como veinte años pilotea ese barco inmóvil, ayudado por los impagables servicios de su ayudante, el marinero Antonio Pérez, única dotación permanente de a isla de Ratas.
El gobernador, que se encontraba en traje de » home» algo » deshabillé » por efecto de su trabajo y funciones, al enterarse de nuestra misión, corrió al gurda ropa a colocarse un vistoso uniforme de particular, de botones relucientes y solapa impecable, calándose con elegancia única, un hermoso, inmaculado y brillante sombrero de paja. En cuanto al ayudante, no dio muestras de pensar cambiar de traje, y así en actitud tiera de conquistadores y gobernadores, sé plantaron ambos ante el objetivo.
Después, guiados por ambos ciceronés, emprendimos la visita de la isla, que guarda muchos recuerdos. Hoy en día, olvidando sus grandezas pasadas, está convertida en un vulgar depósito de materias inflamables. Estas materias, se guardan en un gran galpón que ocupa por lo menos una tercera parte de la isla que tiene tres hectáreas de superficie. Frente a este galpón se encuentran las celdas de la vieja cárcel que existía en la isla y de la cual cuando la revolución de Aparicio se escaparon a nado varios presos. Esta vieja cárcel es un en depósito de cartuchos cargados. En el centro en el gran patio que queda entre ambas construcciones, se alza todavía una monumental cisterna construida por los españoles para que no faltara agua a las tropas destacadas en ese punto.
Todas estas maravillas nos las enseñó Rosellón y su ayudante con galantería exquisita y gran lujo de detalles. Nos llamaron la atención, a un costado del muelle, varios cañones viejos abandonados que se asomaban melancólicamente, sobre la superficie del agua. Nos explicaron, que al dragar el puerto fueron encontrados y depositados allí. Por más que se ha hecho para dar con el origen de esos cañones, todo ha sido inútil, pues no se les ha encontrado seña al escudo de ninguna especie.
Son muchos los recuerdos históricos que guarda la isla. Su posición geográfica, en el centro de la bahía, la ha hecho centro de muchos hechos famosos. Los españoles la fortificaron, teniendo en cuenta su aislamiento. En tiempo de la independencia, los patriotas se fortificaron en ella y cuando la Guerra Grande, los defensores, merecieron un elogio del Gobierno de la Defensa, por la resistencia hecha a la escuadra realista al mando del almirante Bronw. Mas tarde fue convertida en cárcel y hoy, es depósito comercial de materias inflamables.
Publicado en la revista La Semana en 1913