Incendio apagado a Cañonazos

Corría el medio día del 28 de marzo de 1868, cuando la población montevideana, presa del pánico busca asilo huyendo hacia el Sur de la ciudad. Es que en la Ferretería y Almacén Naval de Borrelli y Cía. —instalado en las calles 25 de Agosto y Muelle Viejo—, ha estallado un violento incendio y en su interior hay depósitos de pólvora!

Un Incendio apagado a Cañonazos

La decidida actitud del comandante Olave, salva a los montevideanos de una verdadera catástrofe. 

Montevideo carece aún de Cuerpo de Bomberos, por lo cual una larga fila de vecinos de buena voluntad, a fin de extinguir el incendio, extrae baldes de agua desde el río, pasándolos de mano en mano hasta llegar al lugar del siniestro.

Pero las llamaradas crecen por momentos y si entran en contacto con la pólvora ocurrirá una tremenda catástrofe. De todas las estaciones navales surtas en el puerto de Montevideo, con sus bombas más potentes colaboran con la policía y vecinos, empeñandose en aislar la casa incendiada y localizar el fuego.

Vista de la península montevideana, en que puede apreciarse el Muelle Viejo y edificios adyacentes, en uno de los cuales ocurrió el siniestro que se menciona.

EL FUEGO TOMA DRAMÁTICAS PROPORCIONES

A pesar de todos los esfuerzos, la lucha contra las llamas es muy lenta y, el incendio sigue en proporciones imponentes, habiendo arrasado ya con todas las existencias del Almacén Naval. Entre tanto, el público agolpado a la distancia, desde balcones y azoteas, sigue azorado las alternativas de tan sensacional suceso.

INTERVIENE EL REGIMIENTO DE ARTILLERÍA

Como recurso extremo, se pide la intervención del Regimiento de Artillería de Montevideo, para que preste su ayuda en tan difícil situación. Este Cuerpo, con su jefe el comandante Eduardo T. Olave al frente, llega al lugar del siniestro, y luego allí ordena como primera medida sacar a la calle la pólvora almacenada.

Completando la orden con la acción, Este jefe, con algunos de sus arrojados hombres, abren una brecha en uno de los fuertes muros linderos con la casa de don Rafael Ruano y con riesgo de su propia vida, logran extraer para la calle las barricas de pólvora.

A los pocos minutos, el fuego ha consumido cuánto había de inflamable, quedan aún ardiendo las paredes del edificio y amenaza propagarse a las fincas vecinas. Es entonces cuando el comandante Olave —en gesto muy suyo—, decide acabar con el incendio volteando las paredes a cañonazos.

El entonces Comandante D. Eduardo T. Olave que, como en todo acto de su vida militar, demostró en este episodio que comentamos, su temple de valiente.

Ordena, pues, instalar en la vieja plazoleta cercana al muelle una pieza de artillería perteneciente a su regimiento. Suenan uno, dos… varios disparos de cañón, y van cayendo poco a poco los muros incendiados.

Se ha dominado —al fin— el fuego por completo, y por lo tanto, se han salvado cientos o miles de vidas, más toda la edificación circundante a la zona del muelle.

HONORES A LOS VALIENTES

El pueblo en masa tributó un entusiasta homenaje a los bravos del Regimiento de Artillería por su comportamiento heroico. Y toda la prensa, al día siguiente, dedicó páginas enteras elogiando la conducta del comandante Olave, sin cuya intervención decidida, habría sido reducida a escombros una vasta zona del Montevideo de 1868.

Plano de Montevideo de la época, en que puede verse, en el término Norte de la calle Treinta y Tres, sobre la bahía, el recuadro de la calle que constituía el llamado Muelle Viejo.

Revista Mundo Uruguayo, número 1890, año 1955.

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