El Mercado del Puerto y el otrora famoso tramway (tranvía) de caballitos, están unidos en el común denominador de un bautismo: el Mercado se inauguró en Marzo de 1868 y el mismo día inauguraba sus servicios el tramway de caballos para el recorrido calle Andes-Villa de la Unión. El tranvía lucía un letrero sugestivo: «Hoy se inaugura el Mercado del Puerto, concurra Ud. a extasiarse ante tanta maravilla alimenticia». Y a su vez el Mercado publicitaba en un gran cartel: «Desde la calle Andes, parte hoy hacia la Villa de la Unión, el primer tramway del Uruquay, movido por poderosos caballos y atendido por un personal limpio y eficiente».
Mientras el asmático tranvía de caballitos abrió caminos entre baches y hondonadas, cuando aún nuestra Avenida (calle «del 18 de Julio») no estaba adoquinada, como un cansino carromato iba levantando pasajeros a un vintén el boleto, anunciándose en la corneta de guampa de su conductor y el guarda oficiaba de chasque, portador de cartas y paquetes sobre el motor sanguíneo de cuatro caballos…
Cuando las calles del puerto tenían su pavimento con piedras de punto o de cuña y la simetría adoquinal era un lujo, las lluvias invernales convertían esa populosa zona en un lodazal. En cambio cuando el sol, bañaba con sus fulgores esa parcela portuaria, era un encanto.
El Mercado como un pintoresquista abanico abierto con sus negocios liliputienses a su vera, donde entre coliflores y lechugas se podía adquirir un reloj Longines de bolsillo (de oro o de plata) por doce pesos o un kilo y medio de pan dulce importado «Torino, italiano, precintado en papel de la India por seis reales.
El Mercado de las tres puertas
Los vecinos del Puerto, tenían el orgullo de tener en su zona el primer Mercado Montevideano y con tres puertas (Piedras, Pérez Castellano y 25 de Agosto) al año siguiénte (1869) se inauguraba el Mercado Central, también con tres puertas y el gozo se les Viene al suelo…
No obstante se recuperan pronto y en los fueros de su acérrimo localismo, consiguen algo que, en la época aldeana de aquel entonces, tenía ya todas las características de una salsa promocional al mejor estilo de las relaciones públicas (que le dicen… ).
La gran solución: pasajeros al Mercado
Una nueva Compañía empieza a exploar el tramway de caballitos: «La Oriental», que pasa precisamente frente a la puerta del Mercado del Puerto, sobre la calle Piedras. Entonces una Comisión de empecinados localistas portuarios, logra que los desvios se hagan frente al Mercado y con 15 minutos de tiempo para poder »avituallarse los pasajeros».
Era la venganza del Mercado del Puerto contra el Mercado Central. Porque antes del «eléctrico», ‘ya era de buen tono, que la familia saliera en el de «caballitos» a conocer la ciudad. Llegaban a destino Paso del Molino y sacando nuevo boleto (tres cts. o «seis cobres» como decían) los niños comían bollitos o rosquillas y los mayores señalando con la mano: «Aquí vivía Joaquín Suárez», «Esta es la casa donde vivía la novia de Julio Herrera y Obes», «Allí enfrente vivió Acuña de Figueroa».
La zarabanda de los negocios
Cuatro panaderías (famosas por sus especialidades) rodeaban al Mercado del Puerto: «La Brasilera» por sus mandiocas y napoleones; «La Central» por sus bocados de monja y sus bolas de fraile, la «del Puerto» por sus galletas marinas y la «del Futuro Puerto» por sus plantillas valencianas y bizcochos borrachos.
Pero en la acera del mismo Mercado (por Pérez Castellanos) allí estaba la gran pomada pintoresquista de esa manzana famosa.Cruzaban a su vera los comisionistas del interior que llevaban cuidadosamente empaquetados bizcochos o galletas marinas, como quien llevara ricas especierias o extrañas confituras de un continente a otro.
Allí el aviso que informaba del saloncito de don Vicente, con tazona de chocolate Meniers y seis plantillas por nueve vintenes o don Nicola, con sus tres postas de pescado frito (con aceite de oliva) y un pancito flauta a cuatro vintenes. La cigarrería de «Chilone» con sus toscanos importados: ‘ Cadorna» y «Fiume» a dos vintenes cada uno.
Tranvías llegando y saliendo del Paso Molino
Y ves llorar la biblia contra un calefón
Y mientras la promoción del Mercado del Puerto al empezar la primera década del siglo 20, alcanzaba ribetes sensacionalistas, ya no eran los pasajeros del tramway de caballitos Ios que tenían quince minutos de espera para comprar en el Mercado, sino que dos vaporcitos rivales partían del Muelle Maciel a la Villa del Cerro por diez centésimos el viaje y con sendos avisos en sus tolditos de cubierta, favoreciendo a los pasajeros en sus compras en el área del Mercado.
Platería y joyería ‘del Oriente»: «caravanas de oro con diamantes» a 14 pesos y aillos de oro gruesos para compromiso matrimonial a tres pesos. Fonda la «Italiana», de doña Genoveva, a tres vintenes el plato y una taza de caldo gratis. «Póngase los zapatos de don Agustín y dejará de tener callos». Zapatos de charol a cuatro pesos y botas de caña blanca con taco a la poteña a cuatro pesos y medio.. Y hasta una pequeña Botica «de don Cayetano Anfore, con sus dos especialidades: «Jarabe indio» contra la diarrea verde a dos reales el frasco y las famosas pastillas inglesas «La condesa» contra la jaqueca, a 25 cts. el sobre.
Esa vereda pintoresca del mercado (por Pérez Castellanos) junto a un pavimento que vio nacer al primer vendedor en plena calle por no haber más locales en el Mercado: la mesita con un pizarrón anunciando: «doce agujas de primos por cuatro cts; «un kilo de azúcar negra brasileña por cuatro vintenes y una «docena de palillos para la ropa» por un medio… Mientras el tramway llegaba hasta el Mercado del Puerto y el cornetín de guampa del cochero, se hacía clarinete en la lejanía con pretensiones de zorzal.
Publicado en la revista Cuestión. Año 1972