El Hacha

Para, enfocar con el lente evocativo a una de las esquinas más insólitas de un Montevideo con sabor a Aldea (Buenos Aires y Maciel) y allí, como un hueco o morada de su destino edilicio, «El Hacha» almacén y despacho de bebidas, vamos a circunvalar el área de sus calles vecinas, aire de un nomenclator llamado don Pedro Millán. Aquél de las «32 calles de varas cuadradas» … Ese despacho de bebidas con sus 130 años de historia y su interior abovedado con ladrillos españoles de 4 kilos y sus vigas de madera, aún amurallándose contra lo nuevo, pero entibiándose, arrellanándose entre el vino Carlón y la caña habanera, el anís escarchado y el ajenjo de Verlaine. Porque todavía está en pie con su orgullo colonial, desafiando al tiempo con su montón de recuerdos.

Los Vecinos

(Romain Rolland)
Al llegar la década del veinte, su vecino más cercano «La Proa» (Reconquista y Maciel) estaba ahí como su padre mayor, en las letras de su pared, ah, esquinero orgullo: Edificio construido en 1819″. Toda serenata cumpleañera o casamentera se iniciaba en La Proa y terminaba en El Hacha, como un misal de adoración y misterio. Era en el tiempo en que los guardas llamaban a la puerta de los rezagados y los motormans daban sendos campanazos urgiendo a los dormilones su presencia.

Y a pocos metros, «La Enramada» de Pachón. Una sala inmensa pintada de celeste con farolitos de papel colgando del techo. Allí se bailaba el tango a media luz y con la cara pegada y cuando las damas tenían sed o urgencia en el diente allí estaban las famosas bandejitas de El Hacha: por dos reales y medio, una gaseosa «bolita» y un bizcocho borracho (mojado en vino y espolvoreado en coco), tres caramelos, una naranja, una banana y tres galletitas «María».Un aire camorrero circundaba ese barrio. Era la presencia de la. «Guardia Republicana» (Recinto y Lindolfo Cuestas) enfrentándose a ese rumor de oleaje golpeando monocorde y cansino sobre su vieja muralla …

El rito de las fogatas

Buenos Aires y Maciel, esquina de las famosas fogatas, donde los «judas» se sacrificaban en medio de la vocinglería familiar. Algunas de esas fogatas se festejaban una vez extinguidas con un asado en la barraca de los «Beiro», con un asado a la criolla o un puchero a la española. A veces sucedía que caían cuatro o cinco «celadores» (eufemismo de guardia civil) para impedir tal rito y allí empezaba la gresca. La posta policial regresaba a la comisaría a buscar refuerzos -después de una soberana tunda- y el fuego comenzaba a crepitar…

Cuando la hermandad se anuncia

Mientras allá en el »Pomery» (Reconquista y Pérez Castellano) se festejaban las victorias (box y fútbol) con ginebra Bols a doce reales el porrón y los conventillos lucían en las cuerdas de colgar la ropa, los banderines de las viejas alas olimpistas desde la calle Lindolfo Cuestas, se iba formando un compañerismo de barrio: uruguayo -libanés, también desde El Hacha hasta la calle Misiones iba haciendo tina fraternidad juvenil: uruguayo -sefardita.

Refugio de nostalgia

El Hacha ya tenía despacito y con los años su fama de fantasmón evocativo y plañidero y por eso después de luchar en el ring el trago hachero, era estímulo vigorizante. De ahí la presencia de Alfredo Maresca (el empatador tres veces de Elío Plaisant, el famoso mediano argentino); de ‘Pepe» Contatore una victoria, un empate y una derrota frente a Angelito Rodríguez; el «Mudo» Tapia, Campeón Sudamericano de los gallos, del «Petit Dempsey» Juan Samas, de Isabelino Gradin, el extraordinario atleta y entreala de Peñarol.

Cuando la «Yapa» imperaba

Dicen que El Hacha abrió el camino de la yapa: una chufla o dos aceitunas un caramelo chupetín por cada pedido. Un día las panaderías vecinas de El Hacha, La Alsaciana, La Central y La Éspiga de Oro, resolvieron unirse al Hacha. Por cada medio kilo de pan, la inevitable yapa: un polvorón o una mantequilla o un napoleón…

Los tres misteriosos

Un día se bajan de un Overland, tres tipos de rostros franciscanos, ganan el pedacito acogedor del despacho de bebidas y piden caña. Toman tres o cuatro vueltas. Y así durante un mes todos los días y otra vez al Overland, corno en un juego etílico automovilístico. El despacho y el almacén ardían de curiosidad, sobre quienes eran tan raros personajes. Un día dejaron de allegarse a esa esquina centenaria, porque creyeron ser descubiertos. Y eran el poeta Alfredo Mario Ferreiro («El Hombre que se comió un autobús»); el inolvidable Julio E. Suárez «Peloduro» y Julio C. Puppo »El Hachero». Tal vez El Hachero había tenido la tentación de conocer a su simbólica consorte: El Hacha …

El Hacha en 2018

Dicen que El Hacha fue pulpería, ojo insomne de conjuras o reunión de pescadores. Pero lo cierto es que desde el año 20, los viejos parroquianos -copa de caña mediante- preparaban cartas de amor para los tímidos enamorados, levantaban la paletilla caída o curaban el empacho de los niños con un cinturón de mío-mío haciendo cruz en el ombligo. Años felices que fueron esbozando aquel día glorioso, en que «Un real al 69»  cantara en la -puerta del boliche su célebre «Marabú», mientras al «Tuerto» Venancio se le aflojaban las piernas y Conrado Maidana, «Cabeza e’pescado», iba tirando la manga en un sombrero. Pero no para la troupe, sino para la mersa de El Hacha, con su montón de recuerdos …

Publicado en la revista Cuestion el 16 de Marzo de 1972

Foto del diario El Observador del año 2013

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