El Caballo Montevideo de Napoleón

Durante sus largas campañas, Napoleón 1ro que era un excelente jinete y se mostraba incansable montando a caballo —especialmente cuando las circunstancias lo requerían— contaba con un haras exclusivamente a su servicio, cuyos anímales eran obviamente de excelente calidad, desde que provenían de selecciones realizadas con extremo cuidado por verdaderos expertos en la materia y de obsequios ofrecidos por reyes y magnates «a ese semidiós de la guerra cuyos imbatibles ejércitos avanzan de victoria en victoria amenazando someter a toda Europa».

El haras imperial estaba en Saint Cloud, y aun cuando la cifra no podamos darla con exactitud, se puede calcular que alrededor de treinta o cuarenta animales se hospedaban allí regularmente.

Equinos de todas las razas que exhibían sus rasgos más sobresalientes, eran permanentemente mantenidos en perfecto estado de salud y adiestramiento por un «picador» de confianza y optima capacidad, de nombre Jardín. Gabriel Louis De Caulaincourt, duque de Vicenzol era el encargado y responsable del haras imperial, quien le sugería al emperador la compra de cualquier ejemplar que considerara valioso por sus condiciones y digno, por lo tanto de figurar en el selecto núcleo de caballos para uso exclusivo del General Bonaparte.

Por otra parte, si el caballo de Napoleón era muerto en el curso de una batalla ( episodio que ocurrió repetidas veces) el «Gran écuyer» que permanecía constantemente a su lado, debía cederle inmediatamente el suyo. Varios son los nombres de estos animales cuyo único y altísimo honor era el de transportar sobre su lomo con la mayor seguridad y rapidez posible a quien era la primera figura de Europa en su tiempo.

Del diccionario de Jean Tulard extraemos los primeros nombres de algunos caballos imperiales:

L’ingénu (El Ingenuo). Conocía perfectamente a su jinete que lo mimaba y por el que sin duda sentía un tierno afecto. Le había sido obsequiado a Napoleón por el emperador de Austria. Era un pura sangre árabe de color gris claro con manchas blancas.

Bonaparte sentia marcada preferencia por los caballos de color claro, grises pálidos o blancos, aunque por cierto no desdeñaba una buena monturas. Fuera azabache o cierto alazán tostado, al que mas adelante nos referiremos concretamente,

Roitelet (Reyezuelo). Algo rebelde pero sumamente resistente.

L’embellie (El Embellecido o El Hermoso) Desirée. Una hermosísima yegua blanca que fue su cabalgadura en innumerables ocasiones y que sin duda le traía reminiscencias de su juventud.

Marengo. Un animal de poca alzada, cuyo esqueleto se conserva aún en Londres.

Coquet, Moscou, Courtois, Varsovie, Friedland y Pimpant son los nombres de otros que a través de las páginas de la historia han llegado a nuestros días. Emir, su caballo árabe más famoso. El Tauris un hermoso persa de crienes blancas regalo del zar Alejandro de Rusia después de Tilsit.

Y finalmente un nombre que sin duda asombrara a muchos: Montevideo. Napoleón tuvo un caballo con ese nombre «originario de América Meridional». Como puede verse, casi todos los caballos tenían nombres que le recordaban su lugar de nacimiento, una batalla importante o una característica propia que había podido captar el ojo perspicaz de Napoleón.

Sin duda además de ser los caballos el único medio de transporte de la época, adquirían una importancia fundamental en circunstancias azarosas, cuando muchas veces de la docilidad, valor, velocidad y resistencia del noble bruto, dependía la llegada de un mensaje a tiempo, la suerte de una batalla o el transporte de medicinas y alimentos para los grandes cuerpos de ejército que movilizaban las testas coronadas de Europa.

De todos los caballos utilizados por Napoleón, el que más nos interesa es, por obvias razones, Montevideo. Este animal, según Frederic Masson, el gran historiador del imperio, tenia una soberbia estampa distinguiéndose por su manto tostado y era oriundo de esta región del Plata.

El emperador lo utilizó en ocasiones especialmente graves y urgentes con singular éxito, ya que se trataba de un ejemplar particularmente fuerte y resistente a la fatiga y la sed.

Citaremos alguna de ellas. 17 de enero de 1809. El emperador está en España, cuando le llegan noticias de París que lo obligan a retornar inmediatamente. Sale a caballo desde Valladolid para alcanzar Burgos a 120 km de distancia en una carrera desenfrenada. Se eligen cinco caballos para los relevos, Montevideo es uno de los elegidos y será empleado en la parte más difícil y ardua del trayecto, que es cubierto en escasas horas.

14 de julio de 1814. Campaña de Rusia. Napoleón está en Vilna, los rusos emplean la táctica de «tierra arrasada», mientras la Grande Armée continúa su avance hacia Moscú. Esa tarde el emperador pasa revista de inspección a las tropas montado en Montevideo. Durante cuatro horas, sin apearse del caballo un solo instante, recorre, examina, interroga, averigua, para conocer el estado de las divisiones al mando del general Deroy, dando ordenes y formulando  planes, ya diagramados en el panel de su memoria Increíble.

En abril de ese mismo año, cuando Napoleón ya vencido ante la actitud renuente de sus mariscales para continuar la lucha, abdica por primera vez y es enviado a Elba, lleva consigo a 8 de sus caballos favoritos, entre los que se encuentra nuevamente el hermoso alazán tostado, criollo, y casi seguro oriental, llamado Montevideo.

Después la pista se pierde entre los vericuetos del tiempo, y por otra parte la Leyenda napoleónica que culmina en Santa Elena, cubre casi todo rastro de quienes fueron quizás sus más leales servidores, que lo llevaron a través de Europa en ancas de la gloria y lo acompañaron sin renunciamientos cuando llegó el ocaso de su vida meteórica.

Mario REBUFFEL

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