Descubrimiento de América

En Montevideo las fiestas patrias de fines del siglo XIX se extendían durante cuatro días, tradición barroca heredada de la época colonial.

Con un programa que incluía desfiles militares, juegos, discursos de los gobernantes y Tedeums en la catedral, apoyadas de la cultura musical con funciones en los teatros. La ciudad fue el soporte para disponer la escenografía de estos festejos a través de la construcción de arquitecturas efímeras en puntos significativos de la trama urbana.

Las fiestas conmemorativas desempeñaron un papel indiscutible como herramientas destacadas del poder político en el proceso de construcción de la nacionalidad oriental ya que fueron instancias privilegiadas donde se negociaron discursos y representaciones con un público activo y heterogéneo. Además sirvieron para compartir y discutir puntos de vista sobre el objeto que se recuerda en común. El abordaje de la liturgia política de la segunda mitad del siglo XIX resulta clave para comprender la gestación de una nueva legitimidad donde conceptos como república y nación estaban en juego. Georges Balandier sostiene que el objetivo de todo poder político es lograr su aceptación y permanencia, no por medio de la violencia ni de la justificación racional, sino mediante la producción de imágenes, la manipulación de símbolos y la teatralización de su proyecto colectivo. Esto se dio en Montevideo. La ciudad cobró relevancia como soporte discursivo de las manifestaciones artísticas realizadas para tal fin, siendo pasible de ser leída como lienzo material donde se plasmaron los ideales, expectativas y esperanzas de la sociedad.

Las fiestas de 1858 fueron significativas por haber sido la primera vez que se logró vestir y ornamentar Montevideo como capital del Estado uruguayo independiente inaugurando a su vez, la aplicación de la ley sobre festejos patrios del 17 de mayo de 1834. Promulgada durante el gobierno de Fructuoso Rivera (1830-1834), establecía que las fiestas se harían con demostraciones solemnes en los días 4, 5 y 6 de octubre. La fiesta del 1894 lo fue por la fastuosidad de su decoración y su programa, enmarcada en una década signada por la modernización económica y social y el avance de una democratización efectiva en el marco de formación de los Estado nación. Colaboraron en este proceso, de la mano de una fuerte inmigración extranjera, las fiestas que realizaron las comunidades italiana en 1871 que celebró el primer año de la unificación de Italia o la española que en 1892 festejó los cuatrocientos años del descubrimiento de América.

Las fiestas de este período tuvieron en común haber sido realizadas en una ciudad sin grandes edificios, urbanísticamente precaria lo que la transformaba en escenario perfecto para bocetar en ella, en tela, cartón y yeso. Lo que no tenía en piedra, lo hizo en forma de construcciones con apariencia de arquitecturas durables, característica fundamental de la fiesta barroca, aquella que le presta atención al efecto sorprendente sobre quien las contempla. Se mantuvo de la época colonial aquel carácter colectivo impreso en la ritualización, en los recorridos, en el factor dinámico de los actos provocando el movimiento de la población que recorrió las calles de Montevideo generando espacios de significación que se anclaron en la memoria de los uruguayos y que hoy siguen, con algunas variantes, siendo elegidos para los mismos fines.

En 1892, a propósito de los cuatrocientos años del descubrimiento geográfico de América por Cristóbal Colón, se decoró la plaza Independencia con variados elementos, entre los más destacados dos arcos conmemoratorios desarrollados por la comunidad italiana y la española. Estos dos festejos fueron ejemplos testigo de la amplia y variada conformación de la población de Montevideo en cuanto a su origen e identidad social enmarcados en un periodo crucial en la conformación del Estado uruguayo y en la vida política y social del país.

se preparó la zona central de Montevideo, pero también, acorde con la expansión de la ciudad, Maroñas con carreras de caballos o el barrio de la Unión con corrida de toros incluida, formaron parte del elenco de los espacios elegidos para festejar lo que en aquel entonces significaba el 12 de octubre: el descubrimiento de América. Dentro de los escenarios pensados para las actividades, el mar fue protagonista con la presencia de las regatas a modo de homenaje a la cruzada marítima de Cristóbal Colón. En las calles Zabala y Solís, en el muelle se reunió la gente a jugar al palo enjabonado y a disfrutar de los diferentes entretenimientos. Juegos y tiradas al agua fueron diversiones que no faltaron en esta fiesta. El puerto fue lugar privilegiado y punto de encuentro de la procesión ya que allí se congregaron el presidente en ejercicio Julio Herrera y Obes, miembros de la elite diplomática y el pueblo en general para disfrutar de los vapores, embarcaciones, barcos de todas las formas y tamaños y, el espectáculo que la Comision de las Náuticas había preparado especialmente. El 15 de octubre de ese año, el periódico L’Union Francaise comenzó su artículo a propósito de las fiestas declarando el impacto y entusiasmo de la celebración.

Ciudadanos y magistrados, laicos y eclesiásticos, civiles y militares, proletarios y financieros, ricos y pobres, todas las clases, todas las profesiones, todas las opiniones, todas las nacionalidades, incluso aquellas que habrían podido pensar que les habían recortado en exceso la porción congruente que les correspondía, estuvieron a la altura de asociarse a la glorificación de Colón y de España, y a la apoteosis de su obra común.

Algunas sociedades italianas se abstuvieron de formar parte de la manifestación, entre otros motivos, por la polémica entre masones y clericales. Entre los últimos, la voz del ministro de Gobierno Francisco Bauzá se hizo sentir, en su férrea defensa de la comunidad española como aquella que echó raíces en el pueblo uruguayo contribuyendo de modo contundente, a su entender, en la generación del sentimiento de identidad nacional. Por otra parte, el presidente fue criticado desde diversos periódicos a causa de los gastos incurridos en esta celebración. Uno de ellos fue el editor el periódico El Pampero, Juan Bonifaz y Gómez, perteneciente a la de la Sociedad Filantrópica de Colón, masónica, encargada de dar comida a los pobres. El editor remarcó la gran cantidad de personas que acudieron a los puntos donde se entregaban los paquetes.

La organización de la fiesta estuvo a cargo de una comisión central conformada, entre otros, por monseñor Soler e Isidoro de María. El primero imprimiéndole el carácter eclesiástico a la fiesta y el segundo, influyente periodista e historiador que escribiera una biografía de José Artigas en la década del sesenta, nombrándolo ya allí como «fundador de la nacionalidad oriental». Los lugares privilegiados con iluminación fueron: los palacios de gobierno y municipal, la Casa de Correos, la Jefatura de Policía, el Tribunal de Justicia, la Bolsa de Comercio, las sociedades Unión Fraternal, el Centro Catalá, la Asociación Española, Operarios Italianos, la Sociedad Francesa, la Compañía de Gas, el Club Católico, la Aduana, el Centro Vascongado, entre otros. Todo esto acompañado por las cinco bandas musicales que ocupaban los balcones y además, con una escenificación de los tiempos de Colón con trajes y barco incluidos. La conjunción en un mismo espacio, la plaza Independencia, de los arcos de las dos comunidades extranjeras más importantes, fue fiel espejo de lo que sucedía en la vida cotidiana.

FUENTE: Montevideo: escenario de conmemoración Reflexiones sobre la organización de las fiestas patrias de la segunda mitad del siglo xix (1858-1894). Andrea Antuña Manganelli.

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