El Cerro de Montevideo generó el nombre de nuestra capital y siempre ha sido símbolo heráldico en nuestros escudos. Si bien está fisonómicamente documentado desde el siglo XVIII, hay muy pocos datos de cómo era su paisaje antes de la conquista y durante los dos siglos transcurridos entre su descubrimiento por Magallanes (1520) y la fundación de Montevideo (1726).
¿Sería igual el cerro que vieron nuestros indígenas, Magallanes, Zabala o Artigas? En mapas realizados por Petrarca (1724), en representaciones pictóricas o fotográficas del siglo XIX y los albores del XX, y en relatos de época, el cerro aparece desprovisto de cobertura arbórea. Su arbolado urbano con especies exóticas es reciente.
Vista del Cerro en el Siglo 21
Se constata en ese entonces la abundancia de los hoy amenazados venados (Ozotocerus bezoarticus), de ñandúes (Rhea americana) y posiblemente de carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), entre otras especies. La ausencia de vegetación arbórea en el Cerro de Montevideo recién es mencionada por Francisco Coreal en 1708, y más tardíamente por Mariano Berro (1912). La destrucción del monte nativo montevideano es señalada por José M. Pérez Castellano (1813): «de ese abuso [la corta fuera de época] ha provenido que ahora, [lo que hace] cincuenta años parecía imposible que se acabasen en muchos siglos […] los destrozan a tan gran priesa, que muy pronto va a quedarse la ciudad sin leña para su consumo». A fines del siglo xix los botánicos Mariano Berro y José Arechavaleta identificaron en el cerro ejemplares relictuales de tala (Celtis tala), canelón (Myrsine laetevirens), envira (Daphnopsis racemosa) y pico de loro (Ephedra tweediana), lo que sugería la existencia anterior de monte y/o matorral subxerófitos.
Estas especies suelen coexistir con el coronilla (Scutia buxifolia), frecuentemente asociado al sombra de toro (ladina rhombifolia). Hace pocos años la tuna Opuntia aurantiaca —típica de estas formaciones— abundaba en el cerro. Analogías biogeográficas con cerros costeros (Piriápolis) y con Barrancas de Melilla (Montevideo) avalarían la posible antigua presencia en el cerro de Berberis taurina (espina amarilla), Schinus englerivar. uruguayensis y Schin-us longifolius (molles rastreros), Xylosma tweedianum (espina corona), Allophyllus edulis (chalchal), Blepharocalyx salicifolius (arrayán), Cephalanthus glabratus (sarandO, Citharexylum montevidense (tarumán), Lan-tana camara (lantana), Lithraea brasiliensis (aruera), Myrceugenia glaucescens (murta), Myrcianthes cisplatensis (guayabo colorado).
Mientras que otras localidades cercanas (La Colorada, Punta Espinillo, Santiago Vázquez) aún tienen ejemplares de Erythrina cristagalli (ceibo), Acanthosyris spinescens (quebracho flojo), Acacia caven (espinillo) y Dodonaea viscosa (candela). Existe notoria similitud entre la fauna de arañas y escorpiones del monte serrano de la Sierra de las Ánimas y la del Cerro de Montevideo, posible biota relictual del desaparecido monte.
En el siglo XIX Isidoro de María reporta extensos pajonales con jaguares (Panthera anca) y campos con mulitas (Dasypus hy-bridus) y perdices (Nothura maculosa) en el entorno del cerro. Aún persisten pajonales de cola de zorro (Cortaderia selloana), posiblemente desde épocas prehispánicas. Los extintos jaguares tal vez habitaran anteriormente el antiguo monte del cerro.
Todos estos datos avalan una matriz de pradera en torno a éste, con manchas y corredores de monte nativo, pajonales y posibles juncales costeros. El cerro exhibiría una cobertura de matorral serrano subxerófito ralo —permitiendo subir a De Souza— con tapiz herbáceo y cactáceas en la cima. Sobre protegidas concavidades surcadas por cañadas, cerca de la base de sus laderas, habría habido un monte serrano con árboles de mayor porte (hasta seis u ocho metros de altura); un refugio sombrío hoy inimaginable con vocalizaciones de una eventual avifauna ya ausente, y una posible flora de helechos y otras especies de sombra (esciófilas).
Señala Berro: «Pero ese limitado bosque debía desaparecer y así sucedió». Desde 1516 los navíos tendrían allí leña fácilmente accesible desde las playas y transportable ladera abajo. El monte desaparecería pronto, y el matorral rebrotaría cada vez menos. La tala, posibles quemas, y la ganadería durante el siglo XVII eliminarían esta vegetación antes de 1726. La urbanización desarrollada a partir de 1834, y la posterior industrialización desde 1870, los auges y crisis socioeconómicas, han perpetuado el deterioro ambiental del cerro y su entorno con erosión, contaminación y pérdida de biodiversidad.
La temprana destrucción del patrimonio natural en este referente simbólico de nuestra nación debería hacernos tomar conciencia de la importancia de conservar lo que aún existe..
Fuente:
Alamanaque 2013
BIBLIOGRAFÍA
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