Promediaba el año 1879 cuando un grupo de visionarios patriotas gallegos abordó la idea de aglutinar inquietudes. Aquellos quienes dejando atrás su Galicia natal, se lanzaban a la aventurada búsqueda de un futuro mejor, deciden reunirse bajo un mismo techo en una casa gallega donde poder mitigar aquella “morriña” y la tristeza de la lejanía.- Precisamente el 30 de agosto de aquel año, nacía el “Centro Gallego de Montevideo”.
El edificio de su Sede Social que fuera construido en el año 1923, constituye una verdadera reliquia arquitectónica y y uno de los palacios mas hermosos de Montevideo en el que se encuentran la sala “Valle Inclán” la sala de honor “Rosalía de Castro” la Biblioteca “Concepción Arenal”, su sala de lectura “Castelao”, parrillero “El Viejo Pancho”, su magnífico restaurante, varias salas de reuniones, sala de juegos y sala de ensayos las cuales brindan en su conjunto un amplio servicio y comodidades para sus asociados.
Edifico del Centro Gallego
Las líneas arquitectónicas del edificio que se inaugura, así como los elementos expresivos de su decoración, han surgido inspirados en las obras maestras de ese periodo del Renacimiento español que se conoce con el nombre de barroco, designación ésta que, ya por incomprensibilidad o por confusión, con decadentes producciones de rebuscada fantasía, entrañaba, hasta hace poco tiempo, un concepto despectivo dentro del léxico artístico, a lo que no era ajeno tampoco, el prejuicio académico y la indisposición preconcebida para abordar el análisis sereno de las positivas cualidades de belleza que aquel estilo posee.
Tal concepto estético sobre las producciones de aquella magnífica época del arte peninsular, ha variado con el tiempo y en la actualidad, al decir de Ortega y Gassset, «la nueva sensibilidad aspira a un arte y a una vida que contengan un maravilloso gest de moverse; por lo cual nos interesa más el arte barroco» produciéndose así un movimiento de desagravio o rehabilitación para esta modalidad renacentista, que reivindica para sí un esplendor, que con el criterio de excesivo clacisismo le fue negado.
Nada más apropiado que el barroco para expresar una idea estética de cepa española, pues el pueblo ibero, artista e independiente, nunca pudo aceptar – según nos lo dijera el ilustre profesor Góme Moreno – la rigidez de los cánones clásicos y modificó las proporciones que acusaban cierto hermetismo de disciplina estricta, por no amoldarse a su perpetua inquietud espiritual, las composiciones severas de los Ordenes de Arquitectura, los que solo fueron importados a España como reacción oficial, para contrarrestar los excesos imaginativos – expresados en turbulentas líneas de decadencia – pero que no tuvieron, aquellas disciplinas, arraigo en el alma popular.
No es ajeno también en la elección del barroco, el hecho de haber sido el estilo dominante en España durante los días en que se fundaba la Ciudad, que de puesto militar avanzado, llegaría a convertirse en urbe capital de la República, nuevo hogar de la colonia que levanta el edificio.
Por otra parte, causas de índole sentimental y de respeto a la tradición hispana, hicieron que se procurara obtener en formas españolas la faz artística de la obra, pues se pensó que así se contribuía, no solo a dar una nota de originalidad en nuestro ambiente, invadido por todas las influencias extranjeras en materia cultural y artística, menos por la del viejo solar de la raza, sino que también esta obsecuencia quiere ser demostrativa de una estricta comunión y solidaridad con el arte de la madre patria.
Por las razones expuestas – que como se ve son varias – se eligió para la obra un estilo español, y dentro del estilo – pensando en la modalidad independiente y un algo individualista del gallego – las líneas que epresaran esta característica, lo que no significa, desde luego, una tendencia de desvinculación con el conjunto histórico.
Claro es que estos concepctos fundamentales – que por lo demás se avienen perfectamente con el entronque racial de nuestra población – tenían que ser ajustados a un programa de índole moderna, que conspiraba un tanto con algunas características esenciales de la arquitectura española de la época renancentista, principalmente en lo que a predominio de los macizos sobre los vanos respecta, pero como no se trataba de hacer historia y menos aún arqueología – que además muy mal cuadraría tal tendencia – lo que se buscó, fue conservar el espíritu de las líneas y el poder evocativo de los detalles, sin caer tanto en éstos, como en aquellas, en la copia servil.
Obra española, no podía ir a pedir a arquitecturas extrañas las galas de sus líneas y obra gallega, sobre todo, no debíase olvidar en ella el recuerdo de las joyas, regionales, aunque fuera en detalles parciales como ser balaustres, pináculos, chambranas, etc. Por eso sin ser idénticos sino sugeridos, o inspirados – si se quiere – se ven el edificio, detalles toledanos, como algunos de la casa del Greco en pisos con olambrillas y rejerías de ventanas, en techos de formas semejantes a los artesonados del Hospital de Santa Cruz; en columnas, arcos, vigas y zapatas de algún palacio de Alcalá de Henares o de Guadalajara, en azulejos que recuerden los de Talavarea de la Reina por su colorido y en cuanto a lo regional se presiente la influencia de los detalles de algunos edificios compostelanos.
Todo lo dicho, teniéndose muy en cuenta magnitudes y destinos diferentes; distancias en el tiempo y en el concepto, en fin, revelando solo en formas parecidas la consecuencia de una sugestión o reminiscencia que pasó por el ánimo del arquitecto al dibujar sus trazas, pero sin pretender copiar y sobre todo, ajustándose a la modestia impuesta por la magnitud de la fábrica a levantarse.
En lo espiritual se quiso – se intento al menos – que se notara esa consecuencia que se invoca hacia el patrimonio común, buscándose por otra parte, ambientes internos gratos y evocadores para la mayoría de los socios, de modo que se sintieran más cerca de la tierra lejana; y para que aquél que llagare a esta casa gallega, no se encuentre extraño con lo que le rodea.
Con las ideas expuestas se proyectó la fachada, su escultura y herrería, la carpintería, vitrales, cerrajería, artefactos de luz, empapelados, mobiliarios, tapicerías, etc. Todo se trató de armonizar y en todo la misma mano trazó el dibujo que luego artesanos de excepcional capacidad manual y artística, lo harían realidad.
Detallar cada elemento no hace al caso; esta reseña solo quiere llevar a los componentes conjuntos del conjunto social la explicación del espíritu que alentó el proyecto, y el entusiasmo y amor que se puso ensu ejecución para edificar obra española.
Alfredo R. Campos. Arquitecto. Año 1923.
FUENTE: Revista Arquitectura. Número CXXVIII. Julio de 1928.