Carlos Darwin en Uruguay

Vivimos ya el centenario de la magna fecha en que Carlo Darwin diera a conocer al mundo su célebre obra «El Origen de las Especies» que tan profunda revolución llegara a causar en el campo de la Biología. El nombre del ilustre naturalista inglés es evocado en los países del Plata, no sólo por su contribución decisiva al progreso de las ciencias naturales, sino también por su invalorable aporte al mejor conocímiento geográfico de una parte del continente sudamericano, y en forma particular del territorio uruguayo. Aquí nos vamos a referir a este segundo aspecto.

Dice el propio Darwin en su conocida obra «Viaje de un Naturalista alrededor del Mundo»: «El capitán Fitz-Roy, comandante de la expedición, deseaba llevar un naturalista a bordo (se refiere al Beagle) y ofrecía cederle parte de su cámara. Me presenté, y gracias a la amabilidad del capitán Beaufort, los lores del Almirantazgo se dignaron aceptar mis servicios». El mar, celoso ante la posibilidad de que se dévelaran sus secretos, sacudió al navío en dos oportunidades con tanta furia que la partida hubo de postergarse, llegando a ser efectiva sólo el 27 de diciembre de 1831.

Tras de una provechosa experiencia insular y atlántica, la expedición arribó a Bahía y Darwin tuvo oportunidad de contemplar el esplendor de la selva tropical con sus policromas manifestaciones de vida, volviendo a admirarla en las cercanías de Río de Janeiro. Zarpando de esta ultima ciudad el 5 de julio de 1832, el Beagle se enfrentaba pocos días después al anchuroso Plata y allí el naturalista tuvo la clara sensación de hallarse en presencia de un elemento fluviomarino, con la doble circulación característica de los estuarios positivos. Efectivamente, escribió al respecto lo siguiente: “Con grandísimo interés observo en la boca del río la lentitud con que se mezclan las aguas del mar y las fluviales. Estas últimas, fangosas y amarillentas, flotan en la superficie del agua salada, gracias a su menor gravedad específica».

Izquierda: El arroyo de las Vacas, hoy muy humanizado, y que fuera cruzado por el célebre naturalista. / Derecha: Alumnos de geografía física de la Facultad de Humanidades y Ciencias, marchando tras las huellas del gran sabio inglés. (Punta Gorda. Colonia).

El 26 de julio del año citado el Beagle echaba anclas en Montevideo. En la Banda Oriental la actividad de Darwin es intensa. Visita Maldonado, donde queda admirado ante la magnificencia de los campos cubiertos por la «margarita colorada» (Glandularia peruviana) y aunque hace resaltar el atraso cultural y la relativa pobreza de los pobladores de esa parte del país, destaca también su gran hospitalidad y destreza, sobre todo en relación al manejo del lazo y de las boleadoras. La visita a las zonas serranas (Pan de Azúcar, Sierra de las Animas) cubiertas en gran parte de matorral serrano y árboles bajos, le sugiere las siguientes observaciones: «En la Banda Oriental existen pocos árboles; podría decirse que no hay ninguno, lo cual allí es un hecho muy notable. Se encuentran matorrales achaparrados en una parte de las colinas pedregosas, y junto a las orillas de los cursos de agua más considerables, sobre todo al Norte de «las Minas» se halla un gran número de sauces. He sabido que cerca del arroyo de los Tapes había un palmar. Aparte de estos arboles y los pocos que plantaron los españoles, falta por completo el bosque. Esta pobreza en árboles hace que Darwin especule acerca de las posibles causas que han dado lugar a semejante situación, recordando que Australia, sin ser muy húmeda posee árboles gigantescos, y la Tierra del fuego, bastante fría, está cubierta de bosques. Hemos mostrado alguna vez, por nuestra parte, que la escasa efectividad de las precipitaciones, los vientos, las sequías y el hecho de que el clima del país haya sido hace algunos milenios más arido, podrían explicar en parte tales características.

Monolito recordatorio del sabio naturalista en él Cerro de los Claveles (Soriano).

Pero sigamos con Darwin. Sus observaciones acerca de las fulguritas o tubos vitrificados por el rayo, descritos con lujo de detalles resultan altamente instructivos; los vio en las inmediaciones de la Laguna del Potrero, sobre montículos de arena. Sus referencias acerca de formaciones de esa clase de 30 pies de largo y diámetro interior de pulgada y media, no resultan extraordinarias ya que han podido ser vistas en nuestros tiempos fulguritas de tamaños similares; las observaciones del naturalistá se ajustan pues totalmente a la realidad. Merecen la atención del sabio observador las aves, que son descritas con pinceladas maestras, pero no escapan tampoco a su interés las demás especies funísticas; se ocupa además de los terrenos geológicos, de los fósiles, de la vegetación del paisaje, de las costumbres de los habitantes, y hasta de hechos al parecer tan nimios como «las piedrecillas amontonadas en las cercanías de la cima del Cerro de las Animas». En su obra “Observaciones geolóricas sobre la América del Sur» Darwin intercala agudas observaciones acerca de la geología de nuestro territorio.

Punta Gorda, que fue visitada por Darwin en 1833, ofrece un aspecto muy diferente, pero siempre atrayente.

Sobre el particular se expresó el lamentado investigador K. Walter del modo siguiente: «Quedamos asombrados ante la agudeza con que hace 100 años, este genio investigador reconociera en una fugaz visita importantes rasgos de la estructura geológica de una región hasta entonces desconocida para él». Y como dice el propio Walther, no importa que Darwin confundiera los ópalos y geles silíceos de los terrenos sedimentarios que visitó con productos hidrotermales observados por él en el Brasil, y que supusiera que en Punta Gorda, los estratos fosilíferos entrerrianos yacen sobre un material de la misma naturaleza que el limo pampeano». Estos errores frente a sus aciertos y sus observaciones atinadas, en una época tan distante de nosotros, carecen de entidad. Darwin dejó interesantes referencias acerca de las areniscas ferruginosas (arenscas de Palacio), sobre los depositos entrerranos, brechas volcánicas, el basamento cristalino. el fruto de sus peregrinaciones por Maldonado, Minas (hoy Lavalleia). Montevideo. Colonia, Soriano (llegando en este último departamento hasta el Cerro de los Claveles, sobre el rio Negro donde se ha levantado un monolito en su honor).

Izquierda: Añosos árboles en el fondo de un valle del Cerro de las Animas (Maldonado). / Derecha: Torrente serrano, junto al cual debió detenerse hace más de cien años Carlos Darwin.

Desde lugares elevados constituidos por capas sedimentarias en parte silicficadas, el naturalista observa el paisaje que rodea la confluencia del arroyo Perico Flaco con el río Negro y anota: «Mirado desde la sierra, el río Negro ofrece un gol, es de vista de lo más pintoresco. Ese Rio, ancho, profundo y rapido en aquel lugar, rodea la base de un acantilado que cae a pico; una zona arbolada recubre las orillas… «Al parecer en Soriano, pero en un arroyo Sarardi que Darwin dice ser afluente del río Negro, el ilustre viajero pudo coleccionar restos fósiles da Taxodon, Mylodon y de gliptodonte. Su travesía por el departamento de Soriano ha sido tan rica en resultados como su estadía en el departamento de Maldonado o su pasaje por el litoral costero de Colonia. Allí como én otras partes Darwin colecciona restos fósiles, observa perfilas geológicos, atisba las costumbres de las especies fennisticas y estudia a los habitantes, demeatrando al mismo tiempo cualidades de explorador, de naturalista y de geógrafo.

En la historia del desarrollo de los conocimientos geográficos y geológicos acerca de nuestro territorio, el que Darwin visitó durante los años 1832 y 1833, la obra del gran viajero inglés ha sido decisiva. Aunque el monolito levantado en el Cerro de los Claveles (Soriano) -es un claro testimonio de nuestro agradecimiento al gran naturalista, pensamos que, habiendo otro cerro en Paysandú (junto al rio Uruguay) con esa denominación, y con el objeto además de evitar por lo menos en este caso la fatigosa repetición de topónimos, que hace confusa nuestra nomenclatura geográfica debería cambiarse el nombre del Cerro de los Claveles, de Soriano, por el de Cerro de Darwin, en homenaje al famoso autor de «El origen de las especies», obra trascendental para la historia y la orientación de la biologia moderna.

Jorge CHEBATAROFF
(Fotografías del autor y de A. P. de Maneiro.)
(Especial para EL DIA.

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