Bautismo del Cuerpo de Bomberos

Antaño, los incendios eran muy raros. Y cuando ello ocurría, la ciudad aldeana se movilizaba al angustioso repicar de campanas que tañían con alarma.

Cadenas de baldes, colaboración con la policía por parte del vecindario y muchas veces ayuda militar. Pero a partir del nacimiento de la República, cada vez que desde las torres de los templos el bronce solemne de las campanas señalaba a la población que había estallado un incendio, los elementos de extinción de alguna de las naves extranjeras de estación en nuestro puerto era con lo que se contaba preferentemente para apagar llamas.

Es cierto que careciendo la ciudad de grandes edificios de depósito de importancia o de peligrosos inflamables, los siniestros por fuego, además de no ser frecuentes, cuando se producían, nunca adquirían gran magnitud.

La primera Bomba. Fue antes de la Guerra Grande, allá por 1841. Se reunieron fondos para comprar una bomba a mano y otros implementos. Hubo un poco de entusiasmo que trascendió en la prensa epocal, pero no estamos seguros si la idea pasó de proyecto a realidad. Allá por el año 57 o 58, Montevideo ya tiene un «carretel» con no muchos metros de manguera y una pequeña y rudimentaria bomba a mano. Varias docenas de baldes, un par de escaleras y otros útiles adecuados.

Don Pablo Bañales, junto a la bomba a vapor y rodeado de su segundo y de algunos de sus hombres, el 14 de abril de 1888, al inaugurarse el Cuerpo de Bomberos.

Los bomberos en el cabildo.

En el histórico edificio, que era sede de las cámaras, jefatura de policía y cárcel, también se destinó una pieza para guardar los elementos de extinción del fuego. Estaban a cargo de la Policía y cuando se necesitaban sus servicios, los bomberos improvisados eran los presos que custodiados por soldados armados, arrastraban por las calles la bomba y el carretel, rumbo al lugar donde ardía una casa.

La necesidad de tener bomberos. Con esos elementos materiales tan precarios y encargado de su manejo a gentes que solían aprovechar la «cortina de humo» como se diría ahora, para darse a la fuga, convirtiendo un incendio en una persecución a balazos de presidiarios prófugos, era indudable que Montevideo no podía sentirse muy tranquila en cuanto a la extinción del fuego…
La tragedia originada en 1868 por el incendio de un almacén naval en Solis y 25 de Mayo, sacudió a la población. Para evitar que el fuego se propagara a las casas vecinas, la artillería de la plaza disparó cañonazos, volteando el edificio; pero una bala rebotó y dio muerte a una niñita que a distancia presenciaba el siniestro.

Al año siguiente la aduana fue presa de las llamas. Dotaciones de marinería extranjera, debieron desembarcar para pagar el fuego con sus elementos, considerados muy modernos para su tiempo. Cada vez que se registraba un episodio semejante, el clamor público reclamaba con unanimidad, la creación de un cuerpo de bomberos.

14 de abril de 1888Bajo el comando del inolvidable Bañales -el padre, porque también el hijo dirigió los bomberos más tarde- en esa fecha se instaló el Cuerpo de Bomberos. El local que tuvo era por Yi, el mismo donde actualmente está el Departamento Central de Policía, siniestro «Taller de adoquines», antes aun sede de fundación del tristemente célebre 5 de cazadores y más lejos en el tiempo, dependencia policial.

A Bañales le dieron unos 40 hombres; un segundo que creemos era un extranjero inglés o algo así, una buena bomba a vapor de procedencia británica, tres carros de mano y tres a tracción animal.  Se organizó con entusiasmo el Cuerpo de Bomberos, fundado realmente aquel 14 de abril de 1888.

Los uniformes eran llamativos: casaca y pantalón de un mismo color, botas, casco de metal con plumero rojo. Disponen de una máquina y permanentemente un foguista mantenía encendida la caldera de la bomba, la que, en caso de necesidad cobraba las libras necesarias de presión en pocos minutos, lo que se podía hacer durante el trayecto desde el cuartel al incendio.

Una vista total del patio del edificio de Yi y San José, con todos los elementos de que disponía la nueva unidad, cuyos efectivos eran 40 hombres. El bautismo de fuego del Cuerpo tuvo lugar en la Aguada, 22 días después de la fundación.

Un llamado sin mucha importancia

Los bomberos de Bañales, antes de iniciar maniobras de entrenamiento, ya fueron llamados por un incendio. Habrán dudado los hombres de Bañales, cuando a pocas horas de entrar en servicio, ya se les requería…

Fueron a la calle Cerrito 173 y hallaron que por descuido de una doméstica de la casa de familia Bein, había tomado fuego un cortinado. La bomba no tuvo necesidad de actuar y con unos hachazos y pocos baldes de agua, aquel principio de incendio sólo sirvió para abrir el glorioso historial de los bomberos montevideanos. Y por una quincena, el nuevo cuerpo no tuvo ocasión de hacer otra cosa que maniobrar y hacer ejercicios, poniendo práctica a su gente.

Fuego en la aguada

El 6 de Mayo de 1888, desde el apartado barrio de la Aguada, los «celadores» comenzaron a «pasarse» la llamada de fuego. Como se estilaba entonces, de un vigilante a otro en pocos instantes el angustioso pedido de socorro estaba en la esquina de 18 de julio y Yi. El agente de facción corrió hasta la puerta del Cuartel y el clarín dio la nota patética que se escuchó en toda la vecindad.

En la aguada había estallado un incendio. El primer incendio verdadero en que iban a actuar los bomberos. Y donde, por la tremenda magnitud del siniestro, los soldados que mandaba don Pablo Bañales recibieron su bautismo de fuego, dicho esto sin eufemismo.

Los bomberos por la calle de la agraciada.

Adelante, marchaba uno de los carros de transporte, en el que iba Bañales y algunos de sus colaboradores. Seguía a este vehículo un carro con mangueras, picos, hachas, etc y otro con escaleras. La bomba cerraba la columna. Una campana de bronce anunciaba el paso del convoy y algunas teas encendidas, llevadas en alto por los bomberos, daban más patetismo a la marcha. El foguista alimentaba la caldera que según estaba calculado a los siete minutos de animado el fuego, podía tener la presión necesaria para expeler el agua. Claro que el problema era de donde se sacaba esta.

Estaba ardiendo el molino de «San Luis»Por la calle de la Agraciada venían los bomberos. La gente corría para ver la novedad. Saltando sobre el pavimento de cuña de piedra, los carros, lanzados a toda velocidad, hacían un ruido endemoniado. La bomba echaba humo por la chimenea y todos podían ver al foguista esforzándose por poner la leña en el hornillo sin perder equilibrio. Algunos vecinos del mismo centro de la Aguada gritaban como un anticipo de la ruta de los bomberos; Está ardiendo el molino «San Luis»!… Y efectivamente sobre agraciada, casi frente a la iglesia todavía en construcción y limitando con el conocido llamado «El Jardín del Siglo» donde se vendían plantas y flores, el Molino era ya una hoguera. 

 La playa de la Aguada con Montevideo al fondo. Así era, poco más o menos, la costa en el paraje, en el tiempo del gran incendio del Molino San Luis en la calle de la Agraciada frente al templo nuevo, todavía en construcción.

La primera gran lucha de los bomberos.

Los cuarenta hombres comandados por don Pablo Bañales estaban frente a un incendio de verdad. Y que era el primer siniestro en que les correspondía actuar, a solo 22 días de fundado el cuerpo. Se tendieron mangueras y la bomba inglesa funcionó a maravillas. Se sacó agua improvisando hidrantes y con la clásica cadena de baldes, se trajo también de la bahía, por entonces allí al lado.

Los vecinos colaboraban con bomberos y Policía. Pero era evidente que, con una fuerza orgánica para combatir el fuego, ya no se estaba en los tiempos en que todo era improvisado. Bañales dirigió las maniobras como un veterano. Y su gente en aquel primer encuentro con el fuego se mostraron disciplinados, llenando de admiración a todos.

Bautismo de los bomberos en la aguada.

En el mismo corazón del barrio que tenía tantas y tan largas mentas, calle por medio donde en los días de fundación de la patria había sesionado los constituyentes, el molino «San Luis» había ardido totalmente.

Pero los heroicos bomberos, bisoños todos ellos, aislaron los edificios linderos y salvaron toda una manzana. Cuarenta mil pesos de pérdidas fue el saldo del siniestro. Luego de horas de lucha entre escombros y humo, bañales hizo sonar el clarín. Había terminado el trabajo. Los bomberos montevideanos habían recibido su bautizo. Y en la Aguada quedó el recuerdo de aquella primera actuación del Cuerpo de Bomberos montevideano.

Revista Mundo Uruguayo, número 1910, año 1955.

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