En noviembre de 1835 se celebró solemnemente el acto de consagración del Cementerio Central. La necrópolis sería la sede menor de la grandeza y de la humildad emparejadas por el olvido. Y bien, casi treinta años después de esta ceremonia, hacia 1863 para ser más exactos, se tomo una fotografía de la calle que llevaba al Cementerio, llamada hoy Yaguarón. El lugar aparece como un desolado desierto, lleno de baldíos y yuyales.
Hacía el este hay un grupo de casitas que brotan como blancos hongos en la soledad de los eriales. Una de ellas luce esta leyenda: «Almacén de Comestibles de la Nueva Ciudad de Palermo». No se estaba en Sicilia, sino en Montevideo. Sin embargo, en ese naciente barrio se prolongaría en el tiempo ese nombre, había italianos y criollos iniciando la ruda hermandad que imponían las orillas pueblerinas. Aparecía empequeñecido por la Rotonda del Cementerio Central, proyectada por Poncini, pero iba a crecer, y mucho…
La Nueva Ciudad de Palermo figura inscripta contigua al Cementerio Central en el plano editado por Mege y Williams de 1862 y en los levantados por el Ing. Pablo Neumayer en 1865 y por el Agr. Pedro D’Albenas en 1867. Años más tarde se produce en la zona un salto edilicío hacia el progreso. La empresa de Emilio Reus construye hacia 1887 el Barrio Reus al Sur, próximo a la playa Ramírez, hoy limitado por las calles Tacuarembó, San Salvador, Minas e Isla de Flores. Su calle príncipal era la llamada Particular, actual Ansina.
Un periodista que lo visita hacia 1890 lo describe como «el refugio de un centenar de personas, proletarias en su mayoría, atraídas por la equidad de los alquileres». Las viviendas, de altos y bajos, son cómodas y están rodeadas de casas de comercio: almacenes del Barrio Reus, almacén y fonda de la Bella Italia, Café y Confitería de los Treinta y Tres, etc. La vecindad -prosigue el periodista- es obrera en su mayoría y de buenos hábitos, de manera que no se producen allí incidentes desagradables.
Agrega en la crónica que su verdadero objetivo al ir al barrio Reus del Sur era visitar la Escuela de Artes y Oficios, situada a escasa distancia de la calle San Salvador. Su edificio, que recogiera fecundas jornadas del Dr. Pedro Figari, construido bajo la dirección del ingeniero Rafael Maggio, quedó terminado en 1890 y se inauguró con la presencia del general Tajes, entonces presidente de la República. La primitiva sede de la escuela estaba situada donde hoy se halla el edificio de la Universidad de la República. Al trasladarse al barrio Reus del Sur creció su capacidad y en ella, al decir del mencionado cronista, «se asilaron varios cientos de muchachos que ayer nomás vagaban por calles y plazas mendigando o cometiendo raterías.»
Según Andrés Alvarez Daguerre el barrio Palermo abarcaba, de 1895 a 1910, el espacio así limitado: por el lado sur, el Río de la Plata; por el este, la calle Médanos; por el oeste, la calle Arapey, hoy Río Branco, y por el norte la calle Canelones. «Prevalecíán –escríbe el autor citado– los barracones y barracas para depósitos de carretas, carros, animales y galpones para acopio de frutos del país. Existían también buen número de casas de inquilinato, compuestas por numerosas piezas, casi siempre con un amplio patio, en cuyo centro hallábanse las piletas para el lavado de la ropa de sus habitantes, marginado por algunas higueras o parrales e iluminado durante ciertas noches por un gran farol a base de querosene.» Entre estos inquilinatos se hallaba «El Candombe», ubicado en Ibicuy esq. Durazno y el tantas veces evocado «Medio Mundo», en la calle Cuareim entre Durazno e Isla de Flores. Las construcciones más modernas surgían por la calle Maldonado y Canelones y sus laterales.
En los conventillos del barrio Palermo perduraban las viejas tradiciones que llegaron al Río de la Plata con los esclavos. Allí se bailaba el candombe, una especie de drama ritual, que recogía en su ritmo extraño la emoción y el misterio del ancestro negro. Francisco Acuña de Figueroa y el cronista Isidoro de María mencionan algunos nombres de las «naciones» o comunidades negras del Montevideo antiguo, que anotamos con las correcciones que les hiciera el Cnel. Rolando A. Laguarda Trías: camunda, casanches, cabíndas, benguelas, munyolas, congos, mozambiques, minas y malembas. En la costa del Sur, en el Recinto, «espacio comprendido entre las Bóvedas hasta el Cubo del Sur», celebraban los negros sus fiestas, en las que se bailaban candombes. Hacia 1859 se realizaban en las inmediaciones del cementerio viejo (Durazno y Andes), y luego también a techo cubierto. Hacia 1889 ya habían desaparecido, pero desde 1870 surgen con las comparsas de negros que darían permanente brillo al carnaval montevideano. En este siglo llegaría la época de los famosos «Esclavos del Nyanza» y posteriormente «de las llamadas», lo único auténtico del carnaval actual.
Palermo tuvo también su historia de coraje turbio, protagonizada por bailarines y matones que entre el humo y las músicas quejumbrosas del tango, jugaban a «quién era más». El escritor Vicente Carrera ha retratado en «El Cubil de los Leones» a esas sombríos y valerosos personajes que imperaban en el lugar cuando las calles estaban empedradas y los cercos tenían glicinas … y madreselvas. También fue Palermo barrio de guerrillas con hondas y «marías»; Cuando la Rambla Sur que hoy conocemos no existía! el bajo, tantas veces evocado en las crónicas, y el barrio Palermo, dialogaban mano a mano con el río. Pero el progreso de la ciudad exigía un cinturón vial, que hiciera ceder terreno al pintoresco y sórdido trasmundo de casuchas, lenocinios y boliches noctámbulos. En 1922 el Ing. Juan P. Fabini, que integraba el Concejo Departamental de Montevideo, inició las obras de la Rambla Sur, que comprendían 700 metros detrás del Cementerio Central.
A la altura de la calle Minas se instaló la fábrica para construcción de bloques. Y «la piqueta fatal del progreso»,como dice la canción, comenzó a trabajar. Los extraños pobladores costaneros, «bichicomes», seres marginales, parias de la sociedad, fueron desalojados. Las playas de Patrício, pertenecientes· al barrio la Estanzuela, y Santa Ana, deL barrio Palermo, fueron rellenadas. Se ganaron al rio 180.000 metros cuadrados. La Rambla costó 15 millones de pesos. Y se llevó con su belleza urbanística los recuerdos viejos del barrio y la añorada muralla, que en el 1930 despidieron con nostalgia los muchachos de la Oxford.
Del libro: Los Barrios de Aníbal Barrios Pintos