Antecesora de la Feria Tristan Narvaja

La Feria Tristan Narvaja es sin lugar a dudas la feria mas importante y diversa de Montevideo. En ella podemos encontrar frutas, verduras, variedad de libros, flores, cachorros, peces y todo tipo de animales pequeños, discos de pasta, antigüedades y todo lo que se pueda imaginar.

La feria tal y como la conocemos hoy se inauguro el el domingo 3 de octubre de 1909 con la particularidad de que en ese entonces la calle se llamaba Yaro.

Feria Tristan Narvaja en 1920

Antes de que la feria se instalara en la calle Yaro, que luego cambiara su nombre en honor al jurista Argentino que redacto nuestro Código Civil en 1868, la feria (llamada entonces Feria Dominical) comenzó en la Plaza Independencia. Según el libro de la Intendencia «Cronología de Montevideo» la feria se inauguro en 1870 pero solo como feria de frutas y verduras. Luego con los años se traslado a la calle Rondeau desde la plaza Cagancha hasta la calle Uruguay y del otro lado de la plaza por la calle Ibicuy hasta Maldonado.

Hoy les compartimos una crónica del año 1900 sobre la antecesora de la feria Tristan Narvaja, pero como podrán leer a continuación, la feria dominical ya tenia la misma fisonomía.

La Feria Dominical:

Cualquier mortal que se pase, un domingo de mañana por la avenida Rondeau, desde Uruguay hasta la plaza Libertad, y de ésta por la calle Ibicuy hasta Maldonado, —que es donde sienta sus reales nuestra feria— se encontrará con un vasto mercado al aire libre, pero un mercado especial, único, sui generis, en el que se venden, desde las prendas de vestir, hasta las baratijas superfluas que siempre encuentran compradores, ya que es rasgo típico de nuestra idiosincrasia malgastar en lo inútil, para correr luego el riesgo de carecer de lo necesario.

Pero, fuera de toda duda, la feria ofrece un espectáculo lleno de vida, algo así como una vista interesante, pletórica de movimiento, de un cinematógrafo colosal, en la que las figuras variadas suceden rápidamente unas a otras, llamando la atención del espectador.

Es tan pronta la obesa silueta de un buen padre de familia que hace las compras de la semana, regateando hasta medio céntimo, como la persona de una activa Menegilda que, canasta al brazo, marcha presurosa a la casa de sus patrones haciendo cálculos de todo lo sisado, ya que es buena regla en todo comerciante el apreciar a cada momento el monto de las ganancias líquidas.

Tiempo hacia que no me paseaba por la feria pero uno de estos últimos domingos, obedeciendo no sé a qué impulsos me dió por recorrerla a vuelo de pájaro, sin detenerme mucho porque aun cuando gusto de saborear observaciones, mi temperamento es enemigo declarado de la calma y no he podido jamás ejecutar — aun cuando los admire — ninguno de esos trabajos, sean de la índole que sean, en los que entren en juego dosis abundantes de paciencia.

A nuestra feria, sería mejor aplicado el refrán aquel que dice: , puesto que allí el más exigente halla hasta lo que ni soñó encontrar.

Junto a un puesto de zapatería con charoles y alpargatas, un mostrador con libros al alcance de todos los gustos y do todos los bolsillos; desde un tomo del Diccionario Enciclopédico, hasta las décimas del Payador Argentino; codeándose con los poemas de Campoamor, el Manual del Perfecto Cocinero; un Quijote avergonzándose de la vecindad del Novísimo Secretario del Amor.

Lindero a una venta de pájaros (no están todos los que son ….) un tendal de repollos, alcachofas y moniatos. Próximo a éste, una sucursal de Catrera, en donde el comprador puede munirse de un sacacorchos inválido, ó de un almanaque de pared. Cerca de una florista que pregona violetas frescas y baratas, un robusto italiano vendiendo cigarros insecticidas.

Frontera a una expendeduría de fiambres, cuya mesa no siempre responde a los altas preceptos de la higiene, una exposición de cachorros de todas dimensiones, muy módicos, pero más frágiles que la condición humana. Y entre ambas, un propietario de tinas y macetas, que perfora el timpano con su vozarrón de bajo profundo…

Y en la plaza, mientras los soldados del Ejército de Salvación cantan salmos y más salmos, un charlatán elocuente les hace la competencia, dejándose arrebatar en medio de sus discursos, frasquitos llenos de un líquido para sacar manchas… visibles, porque para las otras no se han conocido hasta el momento las aguas de ningún Jordán, capaces de borrarlas. Por aquí y por allá, vendedores de fósforos y periódicos, de yerbas buenas y jabones de olor, de perros finos y perdices ordinarias, de fruta madura y verde y de novelas mas verdes todavía, de tintas indelebles y esencias falsificadas de retratos de hombres celebres y de grandes criminales. Y en medio de tanta baraúnda, sobresale la figura simpática de «il cuco», con un enorme ramo en el ojal, desgañitándose en la oferta de un quinteto particular de la próxima lotería.

Un grupo compacto que oye boquiabierto la jerigonza italo-criolla con que un moceton de barba rubia enaltece las excelencias de un infalible matacallos, y que al decir de uno de los concurrentes, sirve también para aliviar el dolor de muelas, me cierra el paso, y me veo precisado a detenerme delante de un puesto de legumbres, a cuyo frente distingo al hijo de un antiguo verdulero de mi casa, sosteniendo con una elegante señora animado diálogo sobre el precio de unos espárragos: diálogo que concluye con esta frase, que llega a mis oídos y que ha sido pronunciada dando a la fisonomía un marcado gesto de arrogancia: Avise, si cree que los he robao!,

Logro abrirme paso entre el grupo, y después de haber caminado unas cuadras, en cuyo trayecto me he encontrado con personajes de ambos sexos y de todas categorías, quiénes de paseo, estos de compras, aquéllos de dragoneo pegajoso, otros de simples aburridos ó de aburridos simples, y muchos sin saber quizás a qué han ido por allí; y durante el cual me he visto asediado por lustradores, mendigos y chiquillos que me ofrecían: «Caras y Caretas, Rojo y Blanco, Vida Galante y Blanco y Negro, etc, — me veo obligado una vez más a detenerme, pues ha ocurrido un incidente entre un individuo que tiene cara de listo y un vendedor de perros, con clavel en la oreja, que alega ante el guardia civil, que su cliente le ha dado un peso falso,

Prosigo luego mi paseo, encantado con la exuberancia de vida que a mi vista se ofrece; entretenido con tantas escenas en alguna de las que tal vez he sido actor inconsciente; oyendo todavía, como si un fonógrafo invisible lo repitiera, palabras sueltas, frases gráficas, comentarios sabrosos de algunos que acaban de pasar; regocijado con aquel paréntesis a mi monotonía; haciendo reflexiones más ó menos risueñas y pensando que nuestra Feria no es mas que un remedo, en pequeño, de la vida social: todos afanados en el toma y daca, todos gesticulando y gritando, y todos sin darse cuenta de que no es el que más vale el que está arriba, y no es el que menos sirve aquel que su desgracia colocara en lo más bajo!

Y por no irme sin llevar algo, compro al marcharme unas pocas violetas… y un objeto muy necesario según me dijo el andaluz que me lo ofreció, y que constaba de:
L.A.R
15 de Julio de 1900
Rojo y Blanco

Vista de la calle Rondeau donde estuvo en 1900 la Feria Dominical

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