Luego de la llegada de Magallanes al Río de la Plata anotará Francisco de Albo en su Diario de Viaje: » … de allí adelante [desde el cabo de Santa María, hoy Punta del Este] corre la costa este oeste, y la tierra es arenosa, y en derecho del Cabo hay una montaña hecha como un sombrero. al cual le pusimos Monte Vidi; corruptamente llamado ahora Santo Vidio … » Nacia así un topónimo que tanto ha desvelado a quienes han intentado desentrañar su significado. Entre ellos, Paul Groussac se inclina por la denominación primitiva de Monte del Santo üvidio, un santo portugués que fuera obispo de Braga.
Algunos de los historiadores que sostienen que el Río de la Plata fue descubierto por el portugués Juan de Lisboa en 1514, antecediendo al viaje del malogrado Piloto Mayor de España, Juan Díaz de Solís, acreditan dicha interpretación. Roberto Levillier, a su vez, considera que la primera denominación de nuestro Cerro fue Pinachullo detentio, asignado por América Vespucio (pináculo ante el cual se detuvieron sus carabelas, según aquel autor alrededor del 10 de marzo de 1502). Pasan los años y en el 1531 arriba el portugués Pero Lopez de Souza quien escribe en su Diario de Navegación, el sábado 23 de noviembre, que «pasando adelante de la isla [de Flores] deseubre un alto monte al cual le puse nombre -monte de San Pedro». Agrega, luego de haber subido al Cerro en dos oportunidades, que «no se puede describir la hemosura de esta tierra; son tantos los venados, gacelas, avestruces y otras alimañas del tamaño de potros recién nacidos y de su aspecto que el campo está todo cubierto de esta caza … «
A partir de la época en que Pedro Millán reparte tierras, en 1730, a los pobladores de Montevideo, las tierras situadas sobre la margen derecha del Pantanoso constituyeron la «Estancia de la Caballada del Rey», de dominio fiscal, lugar destinado, fundamentalmente al cuidado, conservación y cría de équidos para el sevicio real. Estos vastos campos que se extendían por el Pantanoso, Las Piedras, Santa Lucía y el Río de la Plata, serían otorgados en 1814 por el Director del Estado don Gervasio Antonio Posadas a su entonces Ministro de Guerra y Marina, general Francisco Xavier de Víana.
Una alta cruz en la cima del Cerro señalaba el lugar a los marinos de los barcos surtos en la bahia que se adentraban tierra adentro en procura de caza. En 1802 comienza a funcionar el fanal erigido en el Cerro y ordenado por Real Cédula de 1799. Dos años después se instala en su falda el saladero de Miguel Antonio Vilardebó, al que se llegaba por mar o por un camino que costeaba la bahia. En 1833 los sucesores de Viana vendieron sus tierras a Bertrán Le Breton y Cia. y a Miguel Martínez y Cia., ambos asociados, tierras que en menor extensión fueron adquiriridas en 1835, por Juan Miguel Martinez, Francico Lecocq y Atanasia Aguirre.
Fue en la época, en 1834, que a solicitud de Antonio Montero, -y no Damián Montero, como se ha dicho y repetido–, quien pretendia levantar como negocio particular una población en la falda meridional del Cerro, el gobierno nacional resolvió fundar, durante el itinerario de Carlos Anaya, la «Villa del Cerro bajo la» advocación de Cosmópolis», denominada asi pues se esperaba que recibiera inmigrantes. El decreto de Anaya fue dictado el 30 de diciembre de ese año. Por esos dias se dio principio al amojonamiento de las chacras de la futura Villa. Con una punta de iroma la ·»Gaceta Mercantil» de Buenos Aires comentó que mejor seria llamarla «Angola», «en atención al gran flujo de inmigrantes de esa parte del África».
De la compulsa de los documentos de la época surgen datos que confirman la distancia que mediaria, en la fundación, entre las intenciones y los hechos. «El Universal» del 26 de junio de 1837 dice que «la fundación de la Villa del Cerro, que hasta hoy sólo existe en el nombre, y en cuyos solares se han empleado sin fruto miles de pesos, ocupa en estos momentos la atención de muchos propietarios para darle impulso y el fomento que merece su situación ventajosa y que reclama también las necesidades de una población creciente como la de Montevideo.
Los graves hechos militares que culminan con lo renuncia del presidente Oribe en octubre de 1838, y posteriormente la iniciación de la Guerra Grande, impidieron su desarrollo. . En 1841 el agrimensor Enrique Jones levanta un plano de la Villa, situada en campos de los mencionados Aguirre, Martínez y Lecocq; con posterioridad el proceso de poblamiento adquiere mayor empuje, ya que hasta entonoces muy pocos edificios se habian levantado.
Fue precisamente en enero de 1841 que en la prensa se anunció la venta, «en el nuevo Pueblo del Cerro, de solares de una superficie de 12 1/2 varas de frente y 50 de fondo al precio de 70 patacones; de 12 1/2 de frente y 37 Y medio de fondo, a 60 y otros de 12 1/2 de frente por 25 de fondo, a 50». En cuanto a los terrenos situados en las esquinas de las calles, de 25 varas por ambos frentes, se ofrecían a cien patacones cada uno.
Existe una libreta escrita por J. Sandres, constructor de casas de la Villa, radicado en el Cerro en 1841. En ella el maestro de obras francés dejó una serie de valiosos apuntes sobre los costos de albañileria de aquellos tiempos y también sobre la vida doméstica entre el 50 y el 60. En una de las páginas se lee: pan, mensual, $ 0.98. Y en otra: junio, verduras, $ 1.02. En 1843 la sociedad Stanley Black y Cia. adquiere terrenos que le permiten extender hacia el mar su saladero, levantado en tierras libres, «algunos con el objeto de dejar la calle que cuando la Villa del Cerro se formase» cruzarian dicho saladero.
En una acuarela del veraz y detallista dibujante Juan Manuel Besnes e Irigoyen sobre un episodio del sitio de Montevideo, pintada en el mediodia del 10 de noviembre de 1844, se puede apreciar en la falda del Cerro no más de una docena de casas. No es de extrañar que en 1846 el alcalde de la jurisdicción del Cerro informara que en su zona no existía ninguna escuela. En 1859 iniciará sus actividades una, la actual escuela N 29. Un censo estadistico de la sección del Cerro levantado en 1852 arrojó la cantidad de 700 habitantes, de los cuales 325 eran extranjeros, 54 nacionales (de 14 años arriba) «y 6 negros».
En cuanto a sus viviendas, fueron censadas 45 casas de azotea, 30 con paredes de material y 112 ranchos de estanteo. Con relación al ganado existente en la sección, se registraron los siguientes guarismos; 832 haciendas vacunas costeadas, la mayor parte bueyes, 419 caballos, 80 yeguas, 139 mulas, 60 ovejas, 68 cerdos y 275 cabras. A su vez, el establecimiento de Francisco Lecocq, al cuidado de dos peones, tenia 200 animales de pastoreo. Finalmente, por lo que respecta a las industrias y comercios existentes, éstos fueron los datos obtenidos; 4 saladeros (los de Henrique Jones, Pablo Duplessis, que también tenía jabonería y velería, Manuel Gonzalves y Tomás Tomkínson), 12 negocios por menudeo, 2 fondas (las de Bernardo Anchordoqui y Juan Fialho) y 3 hornos de ladrillo.
Por decreto de 1867 se establece la nomenclatura de las calles del Cerro. Un diario de la época dice que sus nombres eran los de «veintisiete naciones, una confederación y una provincia de España». En las faldas del Cerro se siguen instalando saladeros, cuyos muelles van marginando la bahía. En 1873 existían nueve, algunos de gran costo, que tenían un alto movimiento de matanza: los de J. R. Gómez. Jaime Cibils, Pedro Piñeyrúa, Tomás Tomkinson, Luis J. Anaya, Apestegui, Pauleti y Duplessis, Correa, Lemos y ,Cía. y Buther y Martin.
El 12 de febrero de 1878′ el Poder Ejecutivo concedíó la autorización para establecer una escuela práctica de agricultura por el término de seis años en la manzana número 109 de la Villa, destinada a plaza pública. Esta primera escuela agrícola autorizada oficialmente en la República, estimulada por José Pedro Varela, fue dirígida por el maestro de la ,escuela de varones del Cerro, don José María López. En 1879 entraba en servicio el dique de carena Cibils – Jackson en Punta de Lobos, en la costa del Cerro. Era el más importante del contínente y «permitía la entrada de los buques de mayor tonelaje que cruzaban el Océano». Entraba en servicio después de haber insumido un costo global de un millón de pesos oro. En 1911 el dique se convirtió en «Arsenal de la Marina y Dique Nacional» al ser adquirido por el Estado.
Jaime Cibils y Puig, nacido en Cataluña y formado en Marsella, estuvo vinculado a Félix Buxareo, a cuyo servicio -y luego independientemente- efectuó grandes negocios de importación y exportación. Fuerte armador, creó una flota que desarrolló intenso tráfico con Europa, Brasil y Cuba. Levantó asimismo un saladero en Punta de Lobos, del cual se ha dicho que fue el primero que tuvo digeridores de hierro en su graseria, el gran dique de carena al cual nos referimos y un teatro que llevó su nombre, inaugurado en 1871 en la calle Ituzaingó casi Piedras. Presidió el Banco Comercial.
Su socio, Juan Dámaso Jackson era hijo de Juan Jackson, súbdito inglés, y de Clara Errazquin, uruguaya, emparentada con el presbitero Larrañaga. Herredó cuantiosa fortuna y dilatadas posesiones rurales. Su padre fue propietario de la.antigua estancia jesuítica «Nuestra Señora de Los Desamparados», que tenía unas 41 leguas cuadradas de superficie. Integró Comisiones de Caridad y Beneficencia Pública, Presidió también el Banco Comercial y tuvo fuera de sus actividades agropecuarias, negocios de barraca. Estaba emparentado con Félix Buxareo. Jackson y Jaime Cibils integraron asimismo el primer directorio del Ferrocarril Central del Uruguay. Los malos olores propios de los saladeros envolvían la atmósfera de la Villa del Cerro «con una ola pestífera». Su progreso era lento, a pesar de la intensa fuente de trabajo en la zona.
Dice Fernández Saldaña que su Comisión Auxiliar enumeraba en 1885, como mejoras urgentes de la localidad, un muelle oficial de pasajeros, alumbrado público, servicio de serenos, chapas de nomenclatura y arreglo de la única plaza pública. Calculábase que en toda la sección había unos 3.200 habitantes, casi todos «supeditados al trabajo que proporcionaban los once saladeros agrupados en la zona». Las futuras obras del puerto influyeron para que la zona adquiriera cierta importancia. En 1890 visita la villa un periodista, que dice en su crónica: «Hace apenas cuatro o seis años, el Cerro era una localidad despoblada, sin más atractivo que varios edificios vetustos, y un centenar de ranchos habitados por las familias de los peones de los saladeros. Ahora existen allí soberbios edificios, chalets, buen número de casas de comercio, varios saladeros que constituyen el pan de cada día de millares de obreros, colegios donde se instruyen algunos cientos de niños de cada sexo, un club social [Recreativo Igualdad], etc., etc. Es bellísima la entrada a la villa; una calle larguisima, regularmente empedrada, a cuyos costados se levantan ora grandes barrancos, ora caprichosas quebradas, ora pequeñas lagunas y allá a lo lejos se divisa la bahía en cuyas aguas’ se mecen las embarcaciones.»
En la época la Villa del Cerro tenia unos 8.600 habitantes y una intensa actividad industrial: además de sus nueve saladeros, una fábrica de lenguas conservadas propiedad del Sr. Mac Coll, otra de dulces, del Sr. Mongrell y dos barracas de carbón de la Sucesión Braga. Posteriormente se instalaron nuevos saladeros como el de Duclós, en 1902, y poco tiempo después un grupo de capitalistas uruguayos funda, en los predios adquiridos a los propietarios. de los saladeros «18 de Julio», «San Miguel» y el de Punta de Lobos, el primer frigorífico uruguayo para la explotación de nuevos sistemas en la conservación de carnes. Se denominó «La Frigorífica Uruguaya» y dio comienzos a sus tareas en diciembre de 1904. En 1911 es comprado por una firma anglo-argentina que en 1929 arrendará sus instalaciones al Frigorífico Nacianal.
El Frigorífico Montevideo se funda en 1911 y dos años después adopta el nombre de «Frigorífico Swift»; pertenece a un consorcio norteamericano. Faenará en gran escala. A su cierre definitivo pasó a propiedad de EFCSA (Establecimientos Frigoríficos del Cerro S.A.). Finalmente, un recuerdo para la fortaleza. Fue mandada construir en 1808 por el gobernador Francisco Xavier de Elio. Su papel fue importante en la Guerra Grande, como punto de apoyo en operaciones militares. En 1870, en la llamada «revolución de las lanzas» fue tomada por los coroneles Salvañach, Leyera y Mendoza y los comandantes Veles y Carreras. En 1916 una ley estableció que en la cumbre del Cerro se haría un parque público. Hasta 1929 no se fíjaron sus límites. Y el 12 de octubre de 1939, la Fortaleza, incorporada a la heráldica nacional y también a la municipal de Montevideo, agregó en su ámbito un instituto de cultura, el Museo Militar, en cuya organización se venía trabajando desde tiempo atrás.
En 1953 comienza a funcionar el liceo. La Villa del Cerro tiene una enorme trascendencia en el desarrollo económico de la república. La industria saladera y frigorífica la eligió como máxima sede, dándole una fisonomía intransferible. Insufrible vaho de sangre y carroñas; fábricas de labor sin pausa, que convierten la riqueza semoviente en divisas del comercio de carnes; calles pobladas de gente humilde, laboriosa, con una decidida conciencia obrerista: todo eso ha sido el Cerro, de bravías tradiciones, de gente sufrida, de familias muy unidas, que han coreado el nombre del pais en horas de alegría y atrapado la atención del Uruguay entero, en horas de hoscas huelgas casi revolucionarias. El Cerro tiene algo muy cosmopolita y algo profundamente terruñero: es una síntesis del Uruguay rural y del Uruguay urbano, una imagen simbólica del país, en el ruedo de una bahía universal.
Del libro: Los Barrios de Aníbal Barrios Pintos