Al tocar fin la Guerra Grande, el destino nacional parece encauzarse por senderos de paz. Montevideo emerge a la vida con el aporte de sus criollos y de sus inmigrantes —fundamentalmente de los Italianos— pero teniendo como paradigma la Francia del Tercer Imperio.
El Teatro Solís será la cristalización de esa concepción mundana del teatro, verdadero espacio de lucimiento social, en el cual el espectáculo que se desarrolla en palcos y foyers es tanto o más importante que el que se lleva a cabo en el escenario.
No tendrá el Solís rival por más de una década, el escaso número de salas que completan la infraestructura teatral montevideana —el San Felipe y Santiago y los precarios Teatro Francés y Teatro Italiano— no pueden competir con la cuidadosa concepción arquitectónica ni con la majestuosidad del gran coliseo. Sin embargo, el público asiduo al San Felipe, nombre dado a la antigua Casa de las Comedias luego de su remodelación en 1855, consideran excesivo el lujo y la magnificencia del Solís para una ciudad como Montevideo y deciden no concurrir a sus funciones, ni siquiera al estreno, «prefiriendo aquella noche y las subsiguientes, previo pago de un patacón, presenciar las proezas del forzudo Mr. Charles que ofrecía 500 patacones a quien lograra vencerlo». (1)
La actividad del «Teatro de Solís» muestra en estos primeros años la preferencia de la sociedad por la ópera, fundamentalmente las de Verdi, Donizetti y Bellini. Mas el comportamiento de los espectadores no siempre es acorde con la grandiosidad del espectáculo. Crónicas de la época recuerdan un incidente ocurrido pocos días después de la inauguración, cuando algunos concurrentes comienzan a usar naranjas como proyectiles. Curiosamente, «las naranjas esta vez volaron de abajo hacia arriba, desde la culta platea hasta el plebeyo gallinero. Mientras aquello acontecía, con el tumulto que es de suponer, en el escenario del augusto Solís recién inaugurado los atribulados cantantes procurarían no perder pie con su versión del famoso Rigoletto». (2)
La exclusividad de gran sala del Solís comienza a tener competencia con los nuevos teatros que surgen: el Alcázar Lírico (1869), que dedicará su actividad fundamentalmente a los géneros de la Ópera buffa y las bufonerías y es concebido según Fernández Saldaña como «un teatro ligero, resonante, luminoso, donde se bailara can-can —escándalo de la época inocente— y donde brillara un reflejo siquiera de lo que París, en las postrimerías de la orgía del Tercer Imperio desparramase por el mundo al compás de la música de Offenbach», y el Cibils (1871), considerado por el Arg. Juan Giuria como «el mejor teatro capitalino por su concepción arquitectónica con su fachada neoclásica y por su capacidad».
Hacia fines del siglo pasado se consolida en al Montevideo una clase alta de origen patricio plebeyo, que comienza a abandonar la Ciudad Vieja para radicarse en el Centro. Pierde entonces vigencia el salón romántico y la vida social se hace activa en calles y paseos públicos, siendo los principales Sarandi, 18 de Julio, y las plazas Constitución, Independencia y de Cagancha. El afán por los lugares de reunión exclusivos se concreta en clubes privados de influencia inglesa, como el Jockey Club y el Club Uruguay. La «belle époque» comienza a principios de siglo y se muestra en la febril actividad de los foyers y antepalcos de los teatros, hasta la primera Guerra Mundial.
Con respecto al teatro de la época, Ángel Rama lo define de la siguiente manera: «El teatro no es solo un local donde se va a escuchar buena música, buen canto o excelente declamación; es un campo de sociabilidad también, precisamente el mejor, porque todo lo que se mueve allí, mujeres, hombres y cosas, dan tema a la plática, a la galantería, a la «causserie» que es polvo de oro sobre las riquezas de la vida, decía Carlos M. Maeso, para comprobar de inmediato que al igual que en los paseos del Prado, o en las reuniones de las terrazas de los Pocitos, estas ocasiones propicias al encuentro de los sexos no resultaban aprovechadas. Fuera timidez, cortedad o apocamiento de un medio que seguía siendo aldeano bajo los nuevos oropeles, el resultado era el mismo: los hombres se reunían en los entreactos en el foyer, mientras que las mujeres se exponían en los palcos a las miradas, nada más que a las miradas ardientes de estos voyeurs que fueron los uruguayos del 900.»
Comienza hacia 1880 una época gloriosa del teatro en Montevideo, tanto por la gran cantidad de salas inauguradas, cuanto por la calidad de las representaciones allí ofrecidas. Y así las dos últimas décadas del siglo ven surgir el nuevo San Felipe, dedicado fundamentalmente a lá zarzuela, también denominada género chico, La Lira, luego denominado Odeón, la Sala Verdi, el Stella d’Italia, el Recreo de Verano, abierto en tres de sus lados y rodeado por jardines, un café y locales con billares y tiro al blanco, y el Politeama, la mayor de las cuatro salas estables Con sus 3.000 butacas. El nuevo siglo será, por su parte, testigo de la inauguración de otros escenarios: el Victoria, el Urquiza, el 18 de Julio, el Apolo, el Artigas, el Coliseo Florida y el Catalunya, conformándose así una infraestructura teatral que cubre diversos géneros. Algunas de ellas se convertirán en verdaderos rivales del Solís, tal como sucede con el Politeama, dedicado principalmente a la ópera, o el Cibils y el Urquiza, reino del género «chico» y las compañías saineteras porteñas.
Más el brillo de las temporadas del Solis nunca llegó a apocarse, y su historia conoce de momentos memorables como la función de gala del 25 de agosto de 1896, al respecto de la cual Samuel Blixen sostiene: «Aquello era un estruendo continuado, duraba minutos y seguía in crescendo. El entusiasmo rayaba el delirio. La gente más seria, más circunspecta y más formal, se había puesto en pie y aplaudía como cuando se quiere que suene el aplauso. Del paraíso surgía algo así como un rugido de satisfacción, un clamoreo que hubiera parecido infernal al no bajar de las celestes esferas. «Es la representación de ‘Aida’ cantada por el tenor italiano Francesco Tamagno y la soprano Hericlée Darclée.
Mientras tanto el drama inscribe en la historia del Solís finisecular nombres como el de Eleonora Duse, con su magistral estilo naturalista y el de la «divina» Sarah Bernhardt. Con respecto a su «Fedra», Teófilo Díaz expresa: Por eso en Fedra, personificando el amor, la tenacidad de la venganza, el despecho y la ira, se propuso estrujarnos a todos, transportándonos con ella de una pasión a otra, de una emoción a un dolor profundo: arteria, médula y sangre, todo sufría la intensidad eléctrica de la artista».
El nuevo siglo se inicia con una lucida temporada lírica, refiriéndose a la cual «La Razón» del 2 de Agosto de 1901 manifiesta: De modo brillante se inicio anoche en el teatro Solis la temporada lírica de este año. Lo más selecto de la sociedad montevideana allí se había dado cita para asistir al estreno de la compañía Bernabei efectuada con la sentida opera de Beihni «La Sonámbul». «Desfilarán en pocos años por su escenario figuras que marcarán verdaderos hitos. Figuras como el gran Nijinsky, figuras como el director Arturo Toscanini «el director»,subraya una crónica— «sin mirar siquiera la partitura, con una precisión y una seguridad asombrosas, hacia destacar las bellezas, las delicadezas exquisitas, al par que sencillas a las que la inspiración de Puccini había dado forma. A cada momento se cubría una una cosa nueva, una frase que antes nadie había notado y que anoche se oía nítida, en toda su fuerza y sentimiento»; figuras como el tenor Enrico Caruso «se trata de uno de esos artistas que reúnen el mayor número de cualidades: voz hermosisima, talento, buen gusto y sobre todo, un alma dedicada exclusivamente al arte. Pocas voces hay, en efecto, como la de Caruso, por la belleza del timbre la homogeneidad la extensión y la dulzura, y pocos o ningún tenor canta actualmente de una manera tan sentida».
A este apogeo de la actividad teatral seguirá una etapa de decadencia, consecuencia de la problemática europea y del desgaste de la actividad cotidiana, más es en esa etapa que se generará el surgimiento de un teatro nacional. «Alguna vez pensé Que el velatorio de los restos de Florencto Sánchez, realizado en el Solis, expresaba en símbolo algo asi como la iniciación de la decadencia del teatro en nuestro medio. Pasaron los años. Diversos hechos nacionales y universales parecían dar la razón a aquel pensamiento. En 1937 se disuelve la Sociedad del Solis».
J.C Sabat Pebet
NOTAS: 1. Aguirre, J. C. «La memorable noche del 25 de agosto de 1856». 2. Schinca, M. «Boulevard Sarandi».
Arqtos. Fernando CHEBATAROFF RETA, Ruben GARCIA MIRANDA y Mariella RUSSI PODESTA
(Adaptación de un capitulo del trabajo de investigación: Historia del Teatro Solís». Segundo Premio en el con curso organizado por la intendencia Municipal de Montevideo en el año 1984)
Publicado en la Revista dominical de El Día.