Heine y los Charruas

Hace unos veintidós años apareció en Alemania el «Reine Jahrbuch 1965, Herausgegeben vom Reine-Archiv, Düsseldorf», en correcta edición de la casa Hoffmann und Campe.

Este «anuario» dedicado a la obra y memoria del famoso poeta y prosador Heinrich Reine (1797-1856) fue realizado en equipo: se compone de diez ensayos, todos ellos de gran interés en torno a la personalidad del autor de Buch der Lieder.

El quinto de dichos estudios —que también circuló bajo la forma de apartado— se intitula «Charrúas und Tacuabé. Interpretation zu einem dunklen passus in Heinrich Reines Tableaux de Voyages» y fue redactado por el Prof. Dr. Claude R. Owen, escritor canadiense que desarrolla actividades en Estados Unidos, país en que se ha radicado. Se trata de un prestigioso especialista en numerosos y variados problemas que conciernen a la vida y obra de Reine.

La relación literaria de Heine con Tacuabé y nuestros indios charrúas fue, naturalmente, ocasional y asaz fugitiva; sin embargo, no por ello deja de ser interesante y muy curiosa para los uruguayos, sobre todo para quienes siempre hemos admirado a Heine.

En su trabajo, el Prof. Dr. Claude R. Owen reconoce —con esa buena memoria, con ese espíritu de justicia y ese detallismo de muchos investigadores anglosajones— la existencia de estudios acerca de ese sector heiniano: no tan sólo los de mi sobrino, el antropólogo y arqueólogo José Joaquín Figueira (en 1958), sino, asimismo, en un ensayo que en 1961 publiqué con el epígrafe de «El poeta Heme y nuestros charrúas».

En dicho ensayo, luego de evocar la tumba de Heine en el cementerio parisino de Montmartre, yo afirmaba que «está bien que repose en tierra parisiense quien tanto quiso a Francia e hizo de ella su verdadera patria».

Como es generalmente sabido, fueron cuatro los indios charrúas que, en el transcurso de los años de 1833-34, se exhibieron en París y en otras ciudades de Francia. Dichos indígenas habían embarcado el 25 de febrero de 1833, en Montevideo, en el bergantín «Phaéton» (su capitán: Jacques Peynaud) rumbo a Saint-Malo —patria de Chateaubriand— a donde llegaron el día siete de mayo del mismo año. 

«Les sauvages Charrúas» según una litografía descubierta por José Joaquín Figueira, en 1956, en el «Cabinet des Estampes» de la «Bibliotheque Nationale», de París (Fotografía de la Biblioteca Nacional, Litografía de Bernard (rue de l’Abbaye 4) y que distribuyera la editorial «Chez Aubert, galerie véro dodat». De izquierda a derecha los indios Senacuá Senaqué, María Micaela Guyunusa; Laureano Tacuabé y Vaimacá-Perú. 

Los llevaba Francois de Curel tío bisabuelo del prestigioso autor teatral cuasi contemporáneo del mismo nombre (1854-1928), tan popular a fines del pasado como —sobre todo— a principios de nuestro siglo. (siglo 20)

Es de destacar ahora que la salida de dichos indios charrúas había sido especialmente autorizada por el gobierno uruguayo, en expediente que se inició en Montevideo, hacia fines del año 1832. Esos cuatro últimos charrúas (que no fueron en verdad los últimos…) eran: Vaimacá-Perú (cacique), Senacuá Senaqué (el «médico»), Laureano Tacuabé (el joven guerrero) y una sola mujer: María Micaela Guyunusa (compañera de Tacuabé «después de haber sido la esposa del cacique Vaimacá-Perú»). (Como puede apreciarse, los nombres, en parte, mezclan la autoctonía y el aderezo hispano).

El primer libro de Heine, aparecido en 1822, lleva el sencillo título de Gedichte; es decir: «Poesías»; y si bien en sus páginas y lenguaje lírico es algo débil y confuso, ya están allí presentes la delicadeza de sentimientos y ese tono de «canción» inconfundible en su obra poética, con sus valores de gracia, poder evocativo y sugestivo, todo lo que —como acontece con Bécquer, en nuestro idioma—hace de Heine un poeta de valor duradero y uno de los más auténticos exponentes del romanticismo.

Pero es sobre todo en Lyrisches Intermezzo, del año 23, y en su Buch der Lieder («Libro de los cantares»), de 1827, en donde su mensaje poético aparece ya en su madurez plena.

Partida de defunción de la india Micaela Guyunusa, «esposa de Tacuabé», según reza el certificado, donde se expresa que falleció en el Hospital de Lyon, el 22 de julio de 1834. Este documento y los dos que detallan las declaraciones de viajeros hospedados en la pensión «Parret», de dicha ciudad, fueron descubiertos por el antropólogo uruguayo José Joaquín Figueira, en 1958.

La bibliografía de Heine es mucho más extensa y en ella se destacan muy especialmente sus Reisenbilder («Cuadros —o imágenes— de viajes»), cuya edición original, en cuatro tomos, apareció en libro; por vez primera, en los años 1826-31; obra fundamental para quienes quieran estudiar cabalmente la figura de este gran autor alemán.

En el año en que apareció el cuarto tomo de Reisenbilder, Heine viajó a Francia, país por el que siempre había sentido gran afecto, acrecentado en 1830 con motivo de la Revolución de dicho año. Establecido desde entonces en París, dedicado a su obra, y al periodismo, halló su musa en Eugenie Mirat, con quien contrajo nupcias en 1841.

Y es precisamente en los Reisenbilder —más concretamente, en el «prefacio» de la versión francesa, redactado por el propio Heine— donde aquel melancólico cuarteto de indios charrúas, desterrados y ambulantes en una «menagerie», habrían de hallar —sobre todo Tacuabé— una referencia, con un lamentable error que he de glosar.

Dice, en efecto, Heine, a propósito de una comparación entre el refinamiento francés y cierto carácter áspero del idioma alemán: «A mi parecer, no creo que se deba traducir el sauvage alemán en francés domesticado, y aquí me presento en mi barbarie nativa, a la manera de los charrúas, a los que el último verano (boreal) habéis hecho una recepción ásaz benévola.» Y seguidamente: «Yo también soy un guerrero, como lo era el gran Tacuabé, que ya murió y cuyo despojo mortal está preciosamente conservado en el Uardin des Plantes’, en el Museo Zoológico (Museo de Historia Natural); ese gran Panteón del reino animal».

Estas declaraciones fueron escritas directamente en francés (lo reiteramos) de puño y letra de Hemne, el 20 de mayo de 1834. Y fue el ya referido Dr. Owen quien nos llamó la atención acerca de ellas.

Por nuestra parte, creemos oportuno aclarar ahora que en tal fecha el indio charrúa Tacuabé no había muerto. ¿Pruebas? Que Tacuabé estaba todavía vivo en julio de 1834 (después de esta fecha se pierden sus pasos en una sombra inescrutable…) lo demuestra en forma expresa y terminante un único documento dado a conocer por el sabio francés Prof. Dr. Paul Rivet (1876-1958) y otros cuatro papeles descubiertos en Lyon, en 1958, por mi referido sobrino el arqueólogo y antropólogo José Joaquín Figueira, dos de ellos publicados por vez primera en su folleto de 1959, que reproduce y comenta críticamente el opúsculo anónimo distribuido (sobre todo en junio-julio de 1833) con motivo de la exhibición parisiense de dichos indios.

Ahora, en el presente artículo, damos al respecto a conocer otro documento enteramente inédito hasta el momento. Indudablemente, Heine confunde nombres; y ello se explica, desde luego, teniendo sobre todo en cuenta el parecido de ambos: así, en efecto, su referencia al joven guerrero Tacuabé, debe ser cambiada por senaqué, el «médico» charrúa, este, sí, fallecido antes de la referencia heiniana (el 26 de julio de 1833, en la «Maison royale de santé du Faubourg Saint-Denis» de París). Ciertamente, no fue Senaqué la primera lamentable víctima de esa criticada y criticable aventura de Francois de Curel (nacido éste en la hermosa ciudad de Lyon, Departamento del Ródano, el 4 de enero de 1778).

Según datos exclusivos de José Joaquín Figueira, el trece de setiembre de aquel mismo año de 1833 —sin clase alguna de publicidad (según aconteciera, poco antes, con Senaqué) — fallecía, sin que el público parisino se enterase de ello, el ex soldado de Artigas (de 1814 a 1820), el cacique charrúa Vaimacá-Perú.

He aquí, en efecto, el resumen de su acta de defunción: «VAIMACA PERU, Chef tribu indienne, décédé a 55 ans, (Rue de la) Chausée d’Antin n° 27, le 13 septembre 1833» (Datos hallados por José Joaquín Figueira en los índices de defunción del 5° distrito (antiguo) de París, ya que los archivos del Ayuntamiento y aun sus duplicados existentes en el Palacio de Justicia, de París, fueron total y sincrónicamente destruidos, en sendos incendios, durante los sucesos revolucionarios del mes de mayo de 1871).

Nuestros aborígenes, en efecto, habituados a la benevolencia de nuestro clima, tan sólo tristeza y desazón podrían hallar en una tierra tan exótica para ellos, como lo era Francia, en la que se les observaba como a extrañas bestias. (Hubo, con todo, muy honrosas excepciones, como las del artículo estampado en «Le Courrier de Lyon» del 25 de julio de 1834, del que se hiciera eco, a poco, el «Journal du Commerce de Lyon», criticando sobre todo a los empresarios exhibidores y compadeciéndose del «alejamiento de la patria» de los charrúas, en un suelto aparecido, esta vez, el 27 de julio de aquel mismo año). Y es de destacar que el sabio francés Prof. Dr. Paul Rivet ubicó la pista de los charrúas en Lyon, ya por la compulsa sistemática y exhaustiva del «Journal de la marine, des colonias, des ports et des voyages» o bien por una muy vaga referencia (que no menciona) contenida en la obra de Stanislas Marie César Famin (1799-1853); obra cuyo título es Chile, Paraguay, Uruguay, Buenos Aires (sic), y que forma parte de la colección «L’Univers. Historie et description de taus les peuples» (en este caso, en el volumen 25, publicado en París, por Firmin Di-dot freres, en 1840).

En efecto: en tanto que el «Journal de la marine etc.», reproduce casi textualmente el mencionado suelto del «Journal du Commerce de Lyon», opinamos, por nuestra parte, que Famin parece aludir más bien —y con la necesaria certidumbre del caso– al artículo estampado en «Le Courrier de Lyon». (Esta tesis se encuentra casi totalmente confirmada en la circunstancia muy especial de que Paul Rivet no efectuó directamente sus investigaciones en Lyon, sino que fue su colega, el Prof. Dr. Mayet (según él mismo lo dice), quien realizó dichas pesquisas en esa pintoresca ciudad, a expresa solicitud de aquél).

Y bien; ¿no es interesante  — y curioso— saber-que uno de los más finos y emotivos poetas del romanticismo tuvo un recuerdo escrito, para uno de los más famosos habitantes de nuestro suelo?

No es esa, desde luego, la única vinculación literaria de Heine al Uruguay. Todos los que gustamos de sus «Heder» sabemos cuán saludable fue la influencia que ejercieron en la primera etapa lírica de María Eugenia Vaz Ferreira, quien —aunque luego evolucionó a otros estilos— seleccionó algunos de aquellos sus poemas en tanto «heinianos»- heinianos, sin mucha mengua de su propia originalidad, para su antología, La Isla de los cánticos.

Y ciertamente, no fue tan sólo María Eugenia quien sintió en nuestra lírica, la sugestión heiniana; pero hemos preferido elegir a ella, por ser la más alta de las voces en que se percibió algún armonioso eco del autor de Lyrisches Intermezzo.

Gastón FIGUEIRA
Especial para EL DIA. 

Montevideo, 26 de febrero de 1988.

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