Borges y su Milonga para los Orientales.

En su tomo de poesías Para las seis cuerdas (Buenos Aires, Emecé, 1965) Jorge Luis Borges dio a conocer, una serie de cantos a la manera popular, desprovistos de todo artificio académico. Dijo, al respecto, en el prologo del citado volumen: “En el modesto caso de mis milongas, el Iector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes».

Milonga para los orientales evoca, uno de los grandes amores de Borges: el Uruguay, patria de dos de sus abuelos: el coronel Francisco Borges Lafinur, nacido en Montevideo y Leonor Suarez Haedo, en Mercedes.

Borges aludió muchas veces -a lo largo de su obra en prosa y verso- a la Banda Oriental. Así lo hizo en Funes, el memorioso (cuyo extraño protagonista parecería haber existido en la localidad de Fray Bentos); también en La forma de la espada y en El muerto (cuentos de sus libros Ficciones y El Aleph), que transcurren en Tacuarembo; en El otro duelo e Historia de Flosendo (relatos de EI informe de Brodie) o en La otra muerte y La espera (de nuevo, en El Aleph), vinculados todos ellos con Uruguay. Con “su” Uruguay, como le dijo Ernesto Sabato, en uno de los Diálogos, entre ambos, que publico Emecé. A Io cual le respondería Borges: ese Uruguay “esta hecho con recuerdos míos de infancia”.

Tales evocaciones mentan las temporadas, sobre todo veraniegas que, cuando niños, pasaron Jorge Luis y su hermana Norah, en Montevideo. O en Ia estancia familiar de Fray Bentos, acompañados por su prima Ester, casada luego con Enrique Amorim.

En Luna de enfrente, poemario que siguió al inicial Fervor de Buenos Aires, hay un nostálgico recuerdo, titulado Montevideo, que propone casi al comenzar: “Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejo quietamente».

A su vez, Borges se dispuso exaltar en algunos libros de ensayos, la trascendente labor cumplida por varios escritores orientales: de los poetas Fernén Silva Valdes y Pedro ‘L  Ipuche, en inquisiciones; de Bartolomé Hidalgo y Antonio Lussich, en Discusión; de Vicente Rossi, a quien, junto con el pintor Figari, tomo por “causa remota» en la vigorosa pagina que abre su Historia universal de la infamia.

Esta afición de Borges por Uruguay -a veces lamentablemente desmentida con alguna declaración extemporánea- culminaría en las dieciséis estrofas de su Milonga para los orientales, donde quiso resumir los múltiples vínculos y lazos de afecto entre los habitantes de ambas margenes del Rio de la Plata.

Comienza por agradecerles allí; a los uruguayos, los momentos felices que vivió, ciertas tardes, a la sombra amiga de algún ceibo. También en aquella quinta montevideana, con mirador y zócalo de azulejos, cerca del Paso del Molino y de Ia playa donde iba a reflejar sus luces la farola del cerro que dio nombre a la ciudad.

Se entretuvo luego en relatar las hazañas de un matrero que, según dicen, atravesó el rio Uruguay prendido a la cola de su caballo. O de los troperos «hartos de tierra y camino” que solían comprar tabaco negro al llegar a los poblados.

EI sabor de lo oriental, con estas palabras pinto; es el sabor de Io que es igual y un poco distinto.

Asoman después las imágenes de un tango primigenio, según se lo bailaba en las casas prohibidas de Ia calle Yerbal (en Montevideo) o en sus correspondientes de Ia calle Junin (en Buenos Aires). Y, para demostrar que ese destino paralelo también se daba en hechos de mayor enjundia agrego:

Como los tientos de un Iazo se entrevera nuestra historia: esa historia de a caballo que huele a sangre y a gloria.

Sigue, en el poema, Ia enumeración de batallas cumplidas en ambos territorios. Cargas donde el gauchaje peleo con denuedo -en Ia pampa, en Ia cuchilla de Haedo, en el Cerrito, en Cagancha- sin que, a veces, quedara en claro Ia verdadera filiación de esas supuestas “Ianzas enemigas que ira desgastando el tiempo”.

Hombro a hombro o pecho a pecho, cuantas veces combatimos, cuantas veces nos corrieron, cuantas veces los corrimos

Allí estuvo el “olvidado que muere y que no se queja», con su garganta tajeada. Allí el “domador de potros de casco duro», con su apero de plata.

Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras; por algo tienen los mismos colores las dos banderas

Doctor Jorge Oscar Pickenhayn

Para la revista dominical de El Dia.

Poemas:

Montevideo

Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive. La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas. Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente. Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas. Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran el pasado más leve. Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias. Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol buenaventura tus quintas. Ciudad que se oye como un verso. Calles con luz de patio.

Luna de enfrente (1925)

El arroyo bravío

“En el Prado, me acuerdo, había un arroyo con un nombre increíble. Se llamaba el Quitacalzones. ¿Verdad que es gracioso? ¡Qué lindo lugar, me acuerdo! Nosotros tomábamos el tranvía para bañarnos en Capurro. ¡Qué lindo era todo aquello! Ahora, ¿cómo está?

Luna de enfrente (1925)

Milonga para los orientales

Milonga que este porteño dedica a los orientales, agradeciendo memorias de tardes y de ceibales.

El sabor de lo oriental con estas palabras pinto; es el sabor de lo que es igual y un poco distinto.

Milonga de tantas cosas que se van quedando lejos; la quinta con mirador y el zócalo de azulejos.

En tu banda sale el sol apagando la farola del Cerro y dando alegría a la arena y a la ola.

Milonga de los troperos que hartos de tierra y camino pitaban tabaco negro en el Paso del Molino.

Milonga del primer tango que se quebró, nos da igual, en las casas de Junín o en las casas de Yerbal.

Como los tientos de un lazo se entrevera nuestra historia, esa historia de a caballo que huele a sangre y a gloria.

Milonga de aquel gauchaje que arremetió con denuedo en la pampa, que es pareja, o en la Cuchilla de Haedo.

¿Quién dirá de quienes fueron esas lanzas enemigas que irá desgastando el tiempo, si de Ramírez o Artigas?

Para pelear como hermanos era buena cualquier cancha; que lo digan los que vieron su último sol en Cagancha.

Hombro a hombro o pecho a pecho, cuántas veces combatimos. ¡Cuántas veces nos corrieron, cuántas veces los corrimos!

Milonga del olvidado que muere y que no se queja; milonga de la garganta tajeada de oreja a oreja.

Milonga del domador de potros de casco duro y de la plata que alegra el apero del oscuro.

Milonga de la milonga a la sombra del ombú, milonga del otro Hernández que se batió en Paysandú.

Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras; por algo tienen los mismos colores las dos banderas.

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