Estamos acostumbrados al privilegio de tener a mano una hermosa y larga rambla, que abarca todo el litoral de la ciudad, así como playas urbanas accesibles y variadas. Por eso nos cuesta imaginar un escenario diferente en nuestra ribera platense. Olvidamos que en 1920 todavía no existía la rambla, y una década después aun Malvin y Carrasco eran lejanos balnearios. Les invitamos a hacer un viaje imaginario hacia el pasado, remontando la evolución de las viejas playas montevideanas hoy desaparecidas.
Ese era el paisaje de la costa montevideana antes de la construcción de la Rambla Sur
En aquella ciudad colonial y amurallada, los primeros en tomar de manera sistemática sus baños de mar fueron los padres franciscanos. Lo hacían en el lugar donde ahora muere en la rambla la calle Treinta y Tres; allí había una pequeña ensenada de arena entre las rocas, muy propicia para que los buenos frailes chapotearan en los días calurosos como Dios los trajo al mundo… amparados por lo recoleto del lugar.
Desde entonces se conoció popularmente la zona como el Baño de los Padres. Los montevideanos en general, en aquel momento y también un siglo después, no cultivaron la costumbre de bañarse en la costa. Sí lo hicieron -como es natural- algunos jóvenes osados, en las pequeñas playitas que en aquel período abundaban por toda la costa de la península urbana. Y en la lejana Aguada, donde se surtían del líquido elemento los barcos anclados en la bahía, se zambullían con gusto los marineros de todos los confines.
La Aguada
CUANDO EL SIGLO DE LOS BAÑOS AMANECÍA
Un poco antes de 1900 comenzó a influir por aquí la onda naturista en la alimentación, la salud y las costumbres. Había médicos que se afiliaban a esa corriente y la publicitaban a través de la prensa, y los montevideanos más evolucionados asumían con interés tales preceptivas.
Una de las consecuencias de toda esta movida fue el comienzo por estas latitudes del hábito de los baños de mar. Se comenzaron a popularizar por razones «terapéuticas»; se recomendaban para muy variadas dolencias, desde los problemas de huesos hasta la anemia pasando por los cuadros pulmonares.
A esa altura la capital uruguaya se habia extendido. El actual centro -entonce, la «ciudad nueva»- ya se codeaba con otro barrio en crecimiento: el Cordón. Y naturalmente, al ampliarse el espectro de los bañistas se descubrieron playas más alejadas e interesantes.
Vista de la playa Santa Ana en pleno proceso de rellenado para la construcción de la rambla.
En la actual Rambla Sur hubo varias de esas playas -que quedaron sepultadas por esa obra de ingeniería inaugurada en 1930-, siendo la más conocida la Santa Ana, ubicada donde está ahora la sede de la Unión Postal de las Américas y España. Todavía viven octogenarios memoriosos que de jóvenes pudieron disfrutar de esas playitas protegidas por grandes rocas; una señora nos contó que en la segunda década del siglo su abuelo la llevaba a caballo -por entre las grandes rocas- hasta el lejanísimo faro de Punta Carretas, y que en aquella época ese era el único modo directo de hacer el trayecto.
Vista del desaparecido Barrio Sur, «con su viejo murallón».
Las sudestadas traían por entonces inevitables oleajes que llegaban a entrar en las casas más cercanas a la costa. Solo el Barrio Sur original -desaparecido, aunque eternizado en la canción de Víctor Soliño- poseía un muro de contención para evitar las inclemencias del Plata enfurecido. Quienes habitaban en el barrio Palermo eran testigos habituales de grandes crecidas que cubrían más de una cuadra.
LOS PRIMEROS BALNEARIOS
Mientras tanto, por la misma época fueron surgiendo los dos primeros balnearios que tuvimos. Y ambos fueron posibles gracias al tranvía eléctrico.
La democrática Playa Ramirez a principios de Siglo
Ramírez fue la estación de baños democrática por excelencia, más allá de su elegante hotel y del incipiente y coqueto parque Urbano. Allí acudía en masa la clase media estable de los tiempos del primer batllismo. Todos llegaban rigurosamente vestidos, y mujeres y hombres tenían en la playa sus zonas exclusivas. Ellas se cambiaban en lo clásicos «carritos», que eran llevados por mulas unos metros dentro de agua; posteriormente las bellas, a salvo de los moros de la costa, salían a mojarse y a lucir aquellos trajes de baño enterizos que le cubrían casi todo el cuerpo. A alguien se le ocurrió colocar un telescopio en las canteras cercanas, con el pretexto de apreciar perspectivas y paisajes en la lejanía. Pero a los caballeros se les ofrecía, a mayor tarifa, la posibilidad de enfocar el objetivo hacia la zona femenil de Ramírez.
La suntuosa rambla de Pocitos de la segunda década del siglo XX
Pocitos fue un balneario con todas las de la ley. El hotel sobre la arena -con su muelle entrando mar adentro al mejor estilo de la ríviera francesa- pertenecía a La Transatlántica, la compañía tranviaria alemana que se disputaba con la inglesa los pasajeros. Los porteños pusieron de moda Pocitos, y luego la burguesía montevideana construyó a lo largo de esa rambla inicial de diez cuadras suntuosos chalets. Todavía faltaba mucho para que se pudiera acceder por la costa hasta allí, y el tranvía y los primeros automóviles llegaban por avenida Brasil y por Pereyra.
La moda de veranear en Pocitos tuvo su pico más alto en la segunda década del siglo XX. Pero en los años treinta, mientras los sectores pudientes descubrían el lejano y paradisíaco Carrasco, la clase media daba su perfil a Malvín.
Vista de la Playa Malvin
En medio de las grandes dunas se multiplicaron los ranchos. Muchos de ellos habían sido poco antes los «bulines» de la juventud divertida y cabaretera, y fueron adaptados para recibir a grupos familiares constituidos por madres con varios hijos, abuelos y perros, que transcurrían allí el cálido verano , mientras los padres trabajaban en el Centro y venían a pasar los fines de semana cargados de vituallas y regalos en el tranvía que tenía final de línea en el arroyo Malvín, sobre avenida Italia. Los que tenían mejor posición económica arribaban en un poderoso Ford o Chevrolet del 30, despertando admiración en los vecinos de balneario.
CARRASCO Y LAS ULTIMAS VACACIONES “MONTEVIDEANAS»
Cuando ya Pocitos se había transformado en barrio urbano, y Buceo y Malvín iban en camino de serlo a grandes pasos, Carrasco todavía ostentaba su carácter de balneario. Seguramente su ubicación en el extremo del departamento y su difícil acceso por mucho tiempo, favorecieron esta permanencia. Mantuvo su perfil aristocratizante, sus grandes residencias entre eucaliptos, el glamour de su gran hotel, su umbroso tajamar.
Su tranquilidad fue marco para el hospedaje de famosos visitantes extranjeros tan distintos como el poeta español Federico García Lorca y el maestro espiritual hindú Krishnamurti. Todavía, en mitad de los años cincuenta, hubo familias que seguían veraneando en Carrasco, cuando ya se vivía -a lo largo de la costa uruguaya- el pleno auge de balnearios como Salinas, Atlántida, La Floresta, Costa Azul, Piriápolis, Punta del Este y La Paloma.
Texto: ALEJANDRO MICHELENA
Fuente: Latitud 3035 – 1 de Marzo de 2001