Poder mirar, tocar, e incluso revolver, así como elegir sin premuras ni consejos de vendedores, fueron siempre anhelos insatisfechos de amas de casa abocadas a la monótona tarea de la compra diaria de alimentos. Desde la época de la reja del pulpero hasta la del mostrador del almacenero la relación entre comerciantes y compradoras no han sido del todo cordiales, estando siempre sometidas las segundas a la pequeña dictadura del producto impuesto con la frase «no tenemos otra cosa, si lo quiere lo toma, si no lo deja», el precio muchas veces abusivo y el peso casi siempre Inexacto.
No es de extrañar, pues, que la actual posibilidad de servirse uno mismo en medio de productos amontonados, de romper la barrera del mostrador que separa público de comerciantes, de sentirse poseído por la sensación de «estar haciendo negocios» y de gozar, en fin, del espectáculo colorido de cosas y gentes que brindan los Supermercados haya sido la principal base psicológica de un sistema impuesto rápidamente y con éxito en un medio tan reacio a los cambios como el nuestro. Pero estas pequeñas satisfacciones, además de ciertas ventajas económicas, ahora accesibles a todo montevideano, han supuesto y suponen en forma apenas visible por el público consumidor un cambio radical en los medios de distribución ordinarios, cambio que ha sido calificado en forma unánime por los economistas como una ‘auténtica revolución comercial».
Presentación, lo esencial
Ahora hay en Montevideo varios Supermercados —SOL, DISCO, Valdés—, se anuncia la inauguración de otros —STOP y un tercer DISCO— y la barriada de la Unión recuerda el fracasado experimento de SUMESA. Contra lo generalmente supuesto, establecer este sistema en nuestro medio no ha sido nada fácil, aunque las principales etapas superadas no se hayan visto rodeadas publicitariamente de los escándalos, de la política como en Francia o la lucha entre bandas de gangsters como en EE. UU. La historia apenas se remonta a 1954 —concretamente al 1 de agosto— cuando la Granja Valdés. sustituyendo los clásicos modos de venta, lanzó una consigna por prensa y radio: «Sírvase Ud. mismo sin personal». En el pequeño local de la calle Sarandí, Mario Valdés llevó a cabo el primer experimento, ampliamente consagrado en EE. UU. y Europa, con el asesoramiento de un norteamericano radicado en nuestra ciudad. Ahora reconoce que un carrito entregado en la puerta no es lo esencial en un Supermercado». Están, sobre todo, las relaciones con los consumidores —»que se hacen más exigentes»—, con los intermediarios, en su mayoría eliminados— «hemos saltado una costosa etapa de la comercialización en beneficio del acercamiento de productores y público»— y con los productores mismos, que «ven salir directamente sus mercaderías sin necesidad de representantes, distribuidores o almacenistas».
Sin embargo, aquella primera experiencia de 1954 —que habría de permitir la más amplia de Pocitos en 1956— valió a los hermanos Valdés un lugar en los boletines del Discount Department Stores (larga cadena de Supermercados de EE. UU.) donde eran elogiados como pioneros de avanzada en América del Sur». Aunque —como recuerda con una sonrisa amarga Mario Valdés— sus colegas montevideanos al mismo tiempo se referían a ellos como «los locos Valdés».
Primero, » ferias indias»
Pero el Uruguay no ha hecho más que recoger un sistema consagrado en otros países. Fuera de aquí. principalmente en EE. UU. es donde han debido librarse las verdaderas batallas para imponer la fórmula americana de «Apile alto y venda bajo». Los precursores de los Supermercados hicieron su aparición alrededor de 1912 en California. Instalados en viejos depósitos abandonados, en garajes, dejando las mercaderías por el suelo y permitiendo circular al consumidor por todos los rincones, fueron los primeros en recoger la burla sarcástica de los minoristas, que los creían «haciendo ferias indias para blancos». Hubo, sin embargo, que esperar a 1930 para que se desencadenara la formidable revolución comercial de los Estados Unidos.
1930 significaba en ese momento la crisis y la desocupación, para Mike Culleu un ambicioso aventurero, la oportunidad de decir: «Quiero vender 30 artículos a precio de costo, quiero vender 200 con el 5% de beneficio y 300 más con el 15%. Quiero que haya una catástrofe, quiero llamar a la policía para canalizar las muchedumbres!’. De ese llamado delirante lanzado desde un viejo garaje a la gran cadena de Supermercados King Cullen apenas pasaron diez años.
Un factor fundamental —que no coincide con el Uruguay— estuvo dado en Estados Unidos por el origen de la iniciativa que no partía de trusts anónimos sino de particulares poco afortunados. Así pudieron ser explotadas las fórmulas populares de «Two guys from Harrison» (traduzca usted por «Dos sujetos del Cerro») que no querían decir otra cosa que » no somos más que dos tipos de barrio y nosotros los tipos de barrio vamos a demostrar a los presidentes de las grandes sociedades, bien sentados en sus sillones, que podemos hacer las cosas mejor».
Lógicamente, los miembros de Directorios comprendieron las alusiones y respondieron con una ofensiva financiera a través de la Atlantic and Pacific (potencia sólo comparable a la General Motors), la Kroger, estableciendo en todo Estados Unidos sus cadenas de Supermercados. Embrionarios en 1930 los nuevos establecimientos cubrieron en 1952 el 43%, de las cifras totales del comercio en alimentos, el 62% en 1956 y el 69% en 1959. Más de 30 mil Supermercados, igualmente repartidos entre independiente y sucursales, realizaron bien pronto el 75% de las ventas. En esos mismos años el comercio minorista caía del 22%, al 10% y finalmente, al 1%. En treinta años, un millón de almacenes habían cerrado sus puertas, los 250 mil que quedaban apenas representaban una pequeña parte del comercio de distribución americano.
Dictadura sobre el productor
Este proceso, repetido en Alemania (30 mil minoristas con sus puertas cerradas y Supermercados cubriendo el 65% de las necesidades del consumidor), en Francia (30 Supermercados en las afueras parisienses han desterrado al pequeño comerciante) y otros países europeos, parecería haberse iniciado en nuestro país, aunque no faltan opiniones contrarias. Un dirigente del Supermercado DISCO cree que «los minoristas pueden subsistir perfectamente». Mario Valdés afirma que «todo ésta en que ellos también se modernicen», y algún escéptico acota: «¿Qué Super-mercado puede desterrar de nuestra tradición
la clásica libreta del almacenero?».
Las bases del Supermercado —que el común de la opinión confunde con toda forma de auto-servicio— están dadas en el complejo circuito económico que va desde el productor hasta el consumidor. En nuestro país, donde el sector de intermediarios (parte del «sector terciario») es el más importante en el proceso económico, en desmedro del productor (sometido a precios y con márgenes de ganancia mucho menores), la ruptura de las estructuras clásicas que se han propuesto los Supermercados tienen que en contra una oposición abierta o solapada. En el intento de acercamiento al productor, un dirigente de DISCO ha dicho: «Los mayoristas se van a ver reducidos a la importación. Almacenar productos elaborados, una vez que los distribuidores al público tienen capital suficiente para hacerlo ellos mismos en la medida de sus necesidades, resulta ya una función inútil». Por otra parte, un promotor del futuro Supermercado STOP considera que «en el régimen de libre importación actual los Supermercados pueden llegar a importar ellos mismos la yerba, el café, todos los artículos que ahora monopolizan los mayoristas.» En cualquiera de los casos no se habla de «especulación», ni de «almacenaje para control de precios», ya que la principal finalidad del Supermercado está en presentar al público «el conjunto mayor de precios más bajos», como resume ese mismo dirigente de DISCO.
No son sólo los mayoristas los enfrentados por esta revolución comercial, sino también los representantes de marcas, los simples distribuidores de productos elaborados. «Queremos tratar directamente con el productor», resume Mario Valdés. Pero esa supresión de etapas de comercialización en productos elaborados (ha habido ya graves roces entre los laboratorios, los farmacéuticos y los Supermercados que tratan de romper el absurdo y monopolizado régimen de fijación de precios) puede no ser muy difícil. Las verdaderas dificultades radican en el acercamiento al productor de aves, huevos y verduras, sometidos en nuestro país a una verdadera red de especuladores, almacenistas, revendedores y simples intermediarios que detentan las llaves de distribución y precios. Romper esa red —como ha dicho alguien— «será la más dura batalla a librar por los Supermercados».
El que ha ganado en todo este actual proceso de cambio es sin lugar a dudas, el consumidor. La fórmula americana de la «higiene, peso, calidad y precio» se ha venido imponiendo en barriadas como Pocitos (Granja Valdés, DISCO N9 1 y próximamente STOP), como la Comercial (Granja Valdés), como Paso Molino (SOL y DISCO N9 2) y antes de dos meses en el cordón (DISCO N9 3). No se trata, en ningún caso, de imponer marcas sino de trabajar con marcas acreditadas ya en plaza, así como tampoco se trata de producir directamente (como hace MANZANARES) sino simplemente de «envasar lo ya producido». Es así como en Supermercados como DISCO la presentación al público de la mercadería es considerada como esencial y el departamento de envasado es el más importante del establecimiento. STOP planea que las verduras, despojadas de las partes que no serán consumidas, sean envasadas en bolsas de polietileno y en máquinas a la vista del público. En última instancia se trata solamente de modernizar sistemas caducos de venta al por menor, evitar que «en 1961 se siga vendiendo la carne envuelta con un pedazo de diario» o que las «verduras y frutas sean manoseadas antes de llegar a la mesa del consumidor».
Una gran revolución
Sin embargo, pese al beneficioso saneamiento de la economía de la distribución uruguaya que permitirá, a la corta o a la larga, el sistema de los Supermercados hay que prever —y no faltan observadores que ya lo han señalado— los males (padecidos en EE. UU.) que una extensión y monopolio de los Supermercados traen inevitablemente. Por lo pronto, frente al productor una cadena de Supermercados puede llegar a fijar los precios, a imponer condiciones y a restablecer la dictadura que ahora ejerce la red de intermediarios. En segundo lugar, el Supermercado es una fórmula esencialmente ciudadana, que favorece —una vez más— al consumidor de grandes capitales en un imperdonable olvido de la campaña. Así, puede no ser muy difícil caer en el régimen norteamericano, donde el almacenero de campaña, ha descargado (en parte obligado por los » trusts» y monopolios ciudadanos) todo el peso de sus dificultades, abusos en pesos y precios, intereses de los créditos que concede, sobre el campesino. Tampoco pueden evitarse los comentarios ante la velocidad de implantación de Supermercados en nuestro medio que «no es local», como ha dicho algún estudioso del punto.
Efectivamente, deberá preverse (y conocerse) la constitución de todas las sociedades anónimas (respaldadas por capitales extranjeros) que surjan con el objeto de establecer Supermercados (se sabe de un vasto plan que cubrirá prácticamente todo Montevideo), para evitar la pregunta que ha debido hacerse un especialista francés —Henri Hermán— al decir: «la revolución comercial ha comenzado en Europa», la desaparición progresiva de una gran parte de detallistas están ya inscritas en los hechos; el ritmo de esa sustitución es indiferente. A partir de ahora, lo único interesante será saber: ¿Por quién y en provecho de quién esta revolución está siendo hecha?»
Publicado en la revista Reporter en 1961