El robo del Caño

Sensacional ha sido la última hazaña de los cacos, realizada en esta semana con todos los agravantes de nocturnidad, perforación y escalamiento. La relación de los diarios es espeluznante. Han producido pesadillas en muchos cerebros que sueñan á cada momento con rateros que surgen como por escotillón de los sótanos, de las paredes, de los techos.

Que ha sido audaz el golpe, que podrá registrarse entre las páginas de oro de la lunfardería, son dos cosas innegables. La policía, desde sus más altos jefes hasta el último de los sabuesos, no descansa hasta dar con los mal entretenidos que tuvieron la feliz ocurrencia de liquidar la casa de Leopoldo Carrara, situada en la calle Sarandí número 845.

El frente de la joyería robada.

Más que de obra de romanos puede calificarse la paciente operación de escavar á 5 ó 6 metros bajo el nivel del suelo el túnel que había de poner en comunicación á los escrushantes con el local de la joyería. Para llegar hasta ahí adoptaron el sistema de locomoción subterránea, más rápido sin duda y con mayores ventajas, que proporciona el laberinto del sub suelo con sus redes de cloacas.

Poca diferencia encontrarían sin duda entre esas vías y las de algunas calles de la ciudad que por obra y gracia de la incuria barrenderil no huelen ciertamente á agua de rosas. Damos en nuestras notas gráficas los grabados que representan las herramientas y demás artefactos de que se sirvieron los audaces cacos para llevar á cabo el robo, que llega á la respetable suma de 10.000 pesos.

El juez de instrucción y funcionarios de Policía en el sitio de la perforación del caño maestro, Cerro y Buenos Aires.

Al mismo tiempo verá el lector las maderas que perforaron y algunos objetos que abandonaron en su fuga, después de atrapar el rico botín. Decididamente en cuestión de robos estamos á la altura de las más adelantadas capitales!

Herramientas y objetos abandonados por los ladrones.

Una semana despues:

Continua siendo de actualidad el famoso robo de la semana anterior y del que dimos acabada información gráfica en el último número. La completamos ahora para satisfacer la natural curiosidad de los lectores, avivada estos días con las crónicas relatadas por los diarios sobre excursiones subterráneas en ese laberinto del subsuelo tan célebre ya como el de Dédalo.

De lo que se desprende de esas relaciones es que estamos resolviendo el problema de la ciudad subterránea y de la que un distinguido cronista, audaz excursionista de esas cavernas, nos ha dado preciosos detalles. «La atmósfera en ellas reinante no es absolutamente irrespirable. Al contrario: para un pecho medianamente constituido las horas se pasan desde este punto de vista, en una forma relativamente agradable, sobre todo en las regiones llamadas habitables por un lojo de imaginación reporticia.

Per ola marcha, sobre todo, la penosa trayectoria llena de obstáculos é inmundicias, el terrible pasadizo de la calle Cerro y Sarandí, verdadera Termopilas de nuestras cloacas, que también van teniendo su historia, sus episodios épicos y sus áticos narradores, hace que sea imposible concebir que un individuo pueda pasarse allí días enteros en una posición fuera de lo humano. Admitido esto, hay que convenir que deben haber hecho sus correrías por los caños sólo durante algunas horas de la noche, y como en este caso los viajes deben haber sido frecuentes, por disponerse de pocas horas, es de comprenderse la verdadera obra de romanos, la de los audaces ladrones.

Los reporters y la policía preparándose para descender al caño.

Bien se dice que ni con 10 veces más de lo robado hubieran conseguido pagarse su ardua tarea. Hay que estar allí, por unos momentos, aguantando la sofocación del antro, sus filtraciones, las aguas turbias y repugnantes que surcan su cauce, el estrechamiento de los tabiques laterales que parecen querer emparedar al transeúnte, para darse cuenta de la audacia temeraria, la inquebrantable fuerza de voluntad, el ánimo de hierro con que deben haber soportado todas las contrariedades estos ladrones ignorados, ya casi célebres, para hacer toda la terrible travesía, trabajar una ó dos horas en la calle Sarandí, desandar lo hecho casi en seguida y volver á hacer lo mismo cinco, diez, quizá quince noches seguidas.»

Desembocadura del caño

Publicado en la revista Rojo y Blanco en 1902

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