No vamos a asegurar que Pan duro va a pasar a la posteridad en calidad de hombre celebre, pero es innegable que es uno de nuestros mas reputados héroes callejeros. Ahí lo tienen ustedes en el retrato, descansando de una de las muchas batallas que sostiene a diario con las turbas de pilletes, que no solo lo persiguen gritándole el apodo, sino también con proyectiles muy primitivos pero igualmente contundentes. Pan duro no ha tenido mas remedio que quedarse con el apodo y comerlo muy a menudo. Inútiles han sido sus protestas a mano armada de formidable garrote.
Dos o tres generaciones de muchachos se han transmitido la solemne obligación de no dejar al hombre a sol ni a sombra y de no llamarle de otro modo, y por eso le verán ustedes seguido siempre por pilletes, amenazándoles el, al mismo tiempo que masculla insultos entreverados con mendrugos. Parece que Pan duro fue hombre de fortuna, tanto, que según se cuenta, no solo fue un fuerte comerciante de campaña sino que en 20 años, se gasto… tres mujeres, una después de otra unidas a el legítimamente por el sagrado e indisoluble lazo. Las tres mujeres murieron y esto hace que Pan duro, viejo, tenga todavia un prestigio terrible entre el bello sexo, para quien es simpático hasta un ogro que enviude una docena de veces por haberse almorzado a sus doce costillas.
El verdadero nombre de Pan duro se ha perdido ya en la noche del olvido. Parece que nuestro héroe, por razones ignoradas (aunque se supone que fue por la perdida de sus tres esposas) se decidió a ingresar en esa respetable bohemia de calle y mendrugo, y decidió consolarse de su triple pena con alcohol. Y en caña se le ha ido diluyendo la memoria de tal modo, que a la fecha, cuando después de una limosna que pase de dos vintenes se le pregunta por su estado civil, no sabe que contestar; se le ha olvidado todo.
Sin embargo nosotros podemos asegurar que si bien Pan duro no sabe su nombre y apellido, en cambio ha usurpado el apodo y ni siquiera ha tenido la modestia de llamarse Pan duro II. El Pan duro I murió hace unos diez años en el Asilo de Mendigos. Era un hombre temible, de fuerza hercúlea, que cuando no alcanzaba a pegar un garrotazo, lanzaba el palo de una manera terrible. El Pan duro II heredo, sin quererlo sin duda, el nombre y el palo, pero no la fuerza y de ahí resulta que la raza de los Panes duros ha degenerado considerablemente en este ultimo, que a pesar de sus protestas, tiene que confesarse impotente de los pilletes, cuando no se consuela en algún despacho de bebidas.
Armand De Larsal.
Articulo publicado en la revista Rojo y Blanco en el año 1901