Podrá discutirse si la columna de la Plaza Cagancha que corona la matrona en bronce modelada por Livi fué erigida en honra de la Libertad, de la Ley, de la Paz y hasta de la Revolución triunfante en 1866. Hay argumentos para sostener cualquiera de las tesis. Lo que nunca podrá discutirse, en cambio, es que la estatua de la Plaza Cagancha constituye una lección, permanente y formal, de modestia y sencillez ciudadana.
Analizando las circunstancias que concurrieron a su elevación y la época y el temperamento político de la hora, aquella opinión individual ha de ser compartida por muchos de mis consecuentes lectores. Erigida bajo el gobierno discrecional del general Venancio Flores, en los días en que la carrera política del caudillo estaba en su ápice, la iniciativa surgió de uno de los militares que lo habían acompañado en la revolución triunfante y en esos momentos jefe político de Montevideo.
La estatua de Livi constituía entonces el único monumento público de esa índole existente en la capital y desde luego en toda la república, atreviéndome a pensar que en Buenos Aires tampoco había otro que no fuese la Pirámide de Mayo tan modesta de fábrica como gloriosa. Los materiales nobles, las líneas esbeltas y la elevación del fuste realzaba todavía el mérito del monumento que, en medio del descampado de la plaza, cruzada por la desolación de la calle 18 de Julio, entre casas paupérrimas y barracones, destacaba la silueta de una columna romana.
Pues bien, en semejantes circunstancias de excepción, ni el gobernador Flores se sintió tocado de vanidad, ni el Jefe político cayó en pecado de adulación, y el monumento se inauguró sin ninguna inscripción conmemorativa, sin un nombre, sin el simple, obligatorio al parecer, milésimo de 1867, siquiera. La lección de la estatua no se discute. Y más notable esta modestia del vencedor y este pudor de un funcionario subalterno impermeable a la adulación, aquí donde el afán de notoriedad desasosiega a los de arriba y donde, abajo, hay quienes viven atisbando el instante de la reverencia y de la bajeza grata al amo…
La primitiva idea de los que pensaron en levantar un monumento público a raíz del cambio efectuado en el país el 20 de Febrero de 1865, fué erigido en el centro de la Plaza Constitución, ocupado nada más que por una vereda circular enlozada. Dentro de ese marco el Jefe político Coronel Manuel M. Aguiar solicitó algunos proyectos en forma privada, a los pocos artistas existentes entre nosotros.
Dos escultores respondieron al llamado. José Livi, Italiano, y Andrés Bramante, que supongo italiano también y del cual no tengo mayores noticias. Livi no era la primera vez que encaraba un asunto semejante. En los últimos días de la presidencia de Pereyra, tenía confeccionada la propuesta para construir en la misma plaza una estatua en mármol de la Constitución, de tres varas de alto sobre una columna redonda de cuatro varas por una y media de diámetro, destacada sobre una gradería de tres peldaños, cuyo costo se calculaba cuatro mil patacones.
Al diferir al pedido del Coronel Aguiar, Livi presentó dos proyectos distintos y Bramante uno que exhibió al público en su taller, calle 25 de Mayo N55. De los proyectos de Livi uno era más estudiado que el otro y en mayor tamaño. Representaba la Libertad teniendo en la mano el libro abierto de la Constitución. Mediría 16 varas y en el pedestal iba esculpido el escudo nacional.
Jose Livi, después de vivir algún tiempo en Buenos Aires y Entre Ríos, había llegado a la república el año 59, anunciándose como alumno de las academias de Florencia y Carrera. Estableció el primer taller en la calle Andes N.o 02 donde tenía expuesta su escultura “La Caridad», grupo de tres figuras existente ahora en el Hospital Maciel. Según los términos de una carta de presentación del Arquitecto Bernardo Poncini al presidente Gabrlel Pereira, fechada en enero de 1860. Livi era su concepto “el primer artista de cultura que ha venido al Río de la Plata» añadiendo «que él quería confiarle la formación de su busto, estaba seguro que sabría desempeñarse como verdadero profesor que es”
Aceptados los servicios de Livi, éste modificó su proyecto de acuerdo con las ideas y sugestiones de los señores de la Comisión Popular que secundaban celosamente la iniciativa y trabajos del coronel Aguiar. La obra definitiva traducida a las dimensiones correspondientes quedó ajustada en 7.200 pesos. La jefatura puso en manos del fundidor Ignacio Garragorri dos cañones de bronce para la estatua. Poco después principiaron los trabajos de cimentación en el cruce de las calles 18 e Ibicuy. Acompaña a esta crónica una vista panorámica de la que hoy es nuestra primer avenida capitalina donde se ven las piedras amontonadas, al costado de la fundación en marcha.
En Enero de 1866 la figura fué fundida en bronce. Actualmente está modificada pues la espada romana que ostentaba en la mano derecha se le quitó, colocándole en la muñeca una anilla con fragmentos de cadena rota. Con estas variantes se entendió, durante un gobierno posterior que el simbolismo de la estatua acentuabase en sentido de personificar la Libertad.
El gladio esgrimido en la diestra y la planta del pié hollando la cabeza de un monstruo abatido, inducían a pensar que la esbelta matrona fuese no ya la Libertad clásica impersonalizando la Libertad de la Cruzada del 63-65, y como entonces los vientos que soplaban eran de fraternidad nacional, las modificaciones tuvieron andamiento.
El 20 de Febrero de 1867, aniversario segundo del triunfo de la revolución florista el mismo general pudo Inaugurar la estatua de la Plaza Cagancha. Desde el 29 de diciembre de 1865, esta plaza había recobrado su primitivo nombre, cambiado durante el gobierno de Aguirre por el de Plaza 25 de Mayo. El batallón Libertad, al mando del coronel Fortunato Flores formaba en alas por la calle 18 y en una de las rinconadas de la plaza estaba una sección del regimiento de artillería. Inició los discursos el jefe político Aguiar siguiéndole el señor A. Labandera en nombre de la Comisión Popular. Respondió el Gobernador con la sencillez cordial que lo caracaterisaba, en términos de inspirado patriotismo, y procedió a descorrer la cortina.
Los veintiún cañoneros de ordenanza conmovieron las viejas paredes circunvecinas y un momento después la comitiva oficial encaminábase a la ciudad vieja donde, en la calle Sarandí debía ser inaugurado el nuevo edificio de Correos: la misma casa que todavía presta servicios pero con un piso alto únicamente.
Aislada en medio de la plaza, sin ninguna defensa contra un posible accidente de tráfico permaneció la estatua por varios meses. Los cuatro pilares de mármol que figuran en el proyecto y que debían sustentar una cadena no se aceptaron o no se pusieron nunca. Recién siendo jefe político de Montevideo José Cándido Bustamente en 1888 la estatua fue rodeada por una verja de poca altura que la resguardaba sin perjudicar la perspectiva. Con igual fecha se prohibió el tránsito de vehículos a través de la plaza, restablecido ahora no hace mucho.
El Dia, 1936