La muralla norte con casernas, tradicionalmente conocida por «Las Bóvedas», cuyas ruinas atraen la atención del caminante por la zona portuaria, formaron con el Fuerte Elio, los extremos norte y sur, respectivamente, de las fortificaciones españolas, que defendieron la parte Este, de la península de Montevideo.
Esta sólida muralla a prueba de bala de cañón, con traza de rediente, parte integrante de las obras de fortificación que se iniciaron en enero de 1794, para reforzar las defensas de la Plaza de Montevideo, tuvo por misión primordial la de proteger el flanco izquierdo del Cubo del Norte, oponiéndose a una infiltración de enemigos por el lado norte de la ciudad en el caso de un posible desembarco en la bahía.
En el adarve o porte posterior, de esta muralla, se construyeron casamatas o bóvedas, para almacenes de boca y guerra, destinadas a sus defensores. Tal es el origen de este importante conjunto defensivo, de esta monumental obra de arquitectura militar, la más sólida y completa que defendiera la ciudad. Murallas ciclópeas, amplios y sólidos terraplenes, anchos y profundos fosos, cavados, en gran parte, en roca viva, en cuya construcción, que duró cerca de trece años, se emplearon cuantiosas sumas y legiones de trabajadores, reforzados con presidiarios indios de distintos pueblos de nuestro territorio.
Las bóvedas, destinadas, como hemos visto, a satisfacer necesidades materiales o morales de las guarniciones que en distintas épocas defendieron la ciudad de Montevideo, sirvieron además como prisión, como refugio de familias, de enfermos y heridos. Posteriormente, se les dió otro destino ajeno a las funciones militares, instalándose en ellas, barracas, herrerías, etc. Varias veces se ha intentado hacer desaparecer esta materialización de aquel pasado pleno de evocaciones; sin embargo, la destrucción no fué completa, merced a la intervención de espíritus comprensivos. El abandono en que se ha tenido esta ruina, ha hecho opinar a muchos sobre la conveniencia de hacerla desaparecer, invocando razones higiénicas y artísticas.
La conservación de esta obra, verdadero monumento histórico de la ciudad, auténtica reliquia, imperecedero recuerdo del ayer, que marca una de las etapas más interesantes de nuestra evolución ascendente, ha sido anhelada por los hombres estudiosos del país y se impone por los prestigios que, con justicia, gozamos de pueblo culto, si hemos de creer con Tetreau, que: «La historia de los orígenes de un país, de su civilización y de sus genios, están escritos en sus monumentos».
Cap. Ret Mariano Cortés Arteaga.
Revista Turismo en el Uruguay – 1939