Fortaleza del Cerro

En lo alto del pequeño monte que limita el frente norte de nuestra ciudad, se levanta esa vieja fortaleza del Cerro, que ha sido teatro de frecuentes episodios de nuestra historia patria, tanto en la época colonial como luego, cuando el Uruguay llego a ser, después de un tiempo triste de lucha heroica y sacrificios cruentos, nación independiente.

Los cañones que en ella queda, con sus enormes bocas vacías frente al cielo, y sus lomos roídos por la lluvia, son ya inútiles, y no causan ya ningún temor al caminante. Inspiran, por el contrario, un profundo respeto, el respeto a los testigos mudos de la tradición. Las troneras abiertas siniestramente en los muros y enfiladas sobre el campo, tampoco producen terror al caminante. Hoy es la fortaleza un pacifico recuerdo, y tiene en lo alto, como la ultima utilidad posible, un faro luminoso.

Vista de la fachada principal y puerta de entrada en 1924

Fuimos a verla un día claro, de terrible viento en aquellas alturas, de brumosa apariencia en las perspectivas lejanas. La pequeña guarnición que aun queda allí, como vigía cuidadoso del puerto, nos recibió con la sobria amabilidad que siempre tiene el soldado con el visitante civil. El oficial que mandaba a las gentes, fue a nuestro lado con exquisita cortesía, abriendo todas las puertas, explicando el uso actual de todas las cosas.

Y que vida silenciosa y tranquila y sana, la de esta pequeña guarnición allá en lo alto, descubriendo las miradas en lentas contemplaciones. La lejanía infinita del mar y los pintorescos alrededores de Montevideo! Los soldados, curtidos por el sol y el viento, cantan alegremente aires criollos, mientras se dedican a las poco urgentes tareas de vigilancia, o toman el sol, a caballo sobre los cañones, como sobre un extraño monstruo prehistórico petrificado.

El primer patio y perspectiva de la ciudad por la puerta. (1924)

Porque son pocas las tareas que exige ahora el Cerro a su guarnición. Limpiar, mirar a lo lejos, sin temor al enemigo (que hoy no viene), y en el crepúsculo, disparar ese cañón reliquia, que la ciudad demasiado ruidosa no oye ya.

Nosotros lo vimos, reunidos todos, solemnemente, disparar esa salva, ingenuamente ruidosa, al sol que se va. Las sombras nos envolvían y en el horizonte, los últimos destellos del día extremesian misteriosamente los cirros, encendidos, de colores diversos. Entonces, el disparo levanto asustados a algunos pájaros que a pesar de anidar hace tanto tiempo en los muros, aun no se han acostumbrado a esta fugaz e inofensiva violencia. Y el ruido, que en nuestro tímpano produjo una vibración fuerte, se perdió ondulante por la inmensidad del espacio, sin eco siquiera.

Uno de los viejos cañones de la fortaleza apuntando a la ciudad. (1924)

La arquitectura colonial ha dejado pocas huellas visibles en lo que es ahora la histórica fortaleza del Cerro. La silueta exterior, sin embargo, conserva a pesar de los acoplamientos que la civilización actual ha hecho preciosos, una linea general, muy aproximada tal vez a lo que fue su configuración primitiva. No es un castillo de torres perfiladas en el cielo, como los que se ven todavía en España, o en la romántica Alemania (orillas del Rhin). La época de su construcción hacia ya innecesarias las altas torres almenadas, los cubos redondeados y terribles, las grandes puertas monumentales, y el foso fatal, o el puente levadizo. Todo esto ya estaba abandonado en la técnica militar, cuando los conquistadores españoles pusieron el pie en nuestro país. Así resulta el Cerro desprovisto de aquel valor decorativo y romántico de los castillos europeos; pero no es por ello menos evocador.

En la época dura de los primeros pasos del Uruguay como nación independiente, durante los sitios crueles de Montevideo, en aquella sangrienta etapa que desde Buenos Aires informaban el espíritu del tirano Rosas, el Cerro hervía íntimamente con la fantástica vitalidad de la guerra. Su amenaza constante hacia temblar a la gente y por sus patios interiores paseaban febrilmente las botas armadas de espuela, se arrastraban los sables y trepidaba el suelo con las cureñas de los cañones y patear de los caballos.

Se oían entonces las fuertes canciones de los soldados en las largas noches de alerta, en las lentas esperas y las inquietudes de la guerra. Y esta es la única evocación que verdaderamente nos asalta al pasar por aquellos patios silenciosos y abandonados, donde nuestras pisadas suenan de un modo hueco y vació.

El patio de armas con la bandera del Uruguay flameando sobre su antena. (1924)

Las guerras probablemente no volverán. La vida de nuestra república es ahora una marcha pacifica hacia un gran progreso material y cultural. Nuestra significación en la historia de Sudamérica no se marcara en un sentido realista. Las conquistas que deseamos para el porvenir, no serán, precisamente, de las que se logran a cañonazos. Y entonces el Cerro no sera la fortaleza terrible, imponente que amanece desde lo alto con sus bocas cargadas de metralla, sino una gran antena receptora de los latidos espirituales del mundo y encargada también de llevar al mundo los latidos de la nación uruguaya.

A nuestro carácter de contempladores modernos y progresistas le cuadran mas las consideraciones del porvenir esplendido del Cerro, que las evocaciones de su glorioso pasado. Nos interesa mas pensar en lo que sera el Cerro, en el porvenir, que en lo que ha sido el pasado, por muy hermoso que este fuera. Porque el Cerro es símbolo gráfico de Montevideo, y Montevideo el corazón vital del Uruguay, y nosotros por muy sensibles que seamos a la emoción histórica de lo que fue, sentimos mas ardientemente la ansiedad de lo que queremos que sea.

El cañonazo del atardecer. (1924)

Con el sol asomando sobre su linea airosa, el Cerro representara siempre al Uruguay, y lo que fue centinela defensor hace un siglo, sera ahora, cada vez mas, vigía atento y despierto, que llame la atención del mundo sobre esta nación, territorialmente pequeña, que agrandan con sus obras los hombres que hoy la forman, y agrandan cada día los hijos y nietos de estos hombres. Vigía de constantes novedades como corresponde a la nación nueva que simboliza, cada día mas valiosamente útil, y cada día contemplado con mas respeto por las gentes que pasan en los grandes vapores modernos, por ese gran rio de la Plata, que sera el Mediterraneo de esta América nueva; las gentes de todos los países, que traen aquí, ansiosas de ser útiles, sus cerebros y sus brazos.

Vista del cerro desde la fortaleza.

Lo primero que ve el hombre que llega a Sudamérica por el Plata, es el Cerro, este recuerdo ilustre que no se duerme en su gloria, y esta cargado todavía de aspiraciones ideales. Primera impresión de América, que no puede ser mas bella. La silueta de esa pirámide aislada frente al mar es como un grato saludo, como una alegre bienvenida. El mar esta abierto ante el Cerro, y lo acaricia risueñamente. Los dos tienen que hacer todavía, en espontanea colaboración, muchos servicios al Uruguay.

Publicado en la revista Actualidades el 24 de Setiembre de 1924

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