Durante esos años florecieron en Montevideo las grandes tiendas que imitaban a las que brotaban como hongos en París y Londres, grandes centros de compras que fueron conocidas con la voz inglesa magazin,como sostiene el historiador Aníbal Barrios Pintos, en el libro La Ciudad Nueva.
Entre estas tiendas se destacaba Introzzi, en Avda. Rondeau y las calles Galicia y Paraguay, especializada en prendas y artículos apropiados a la vida rural, por lo que estaba emplazada en las proximidades de la estación del Ferrocarril Central del Uruguay. Introzzi, fue todo un símbolo. Se acuerdan de: «te queda Introzzi». Son de esa era la casa Soler, la tienda Inglesa, El Polvorín, La Madrileña, La Ópera, Caubarrere,Angenscheidt y la que le puso el sello a la época: el London París.
Introzzi manejaba un público más popular, principalmente por su cercanía a la estación del ferrocarril. Su enorme edificio abarcaba la media manzana delimitada por Galicia en esquina con Rondeau, llegando a Paraguay. Vendía de todo para todos. Trajes de confección y también se realizaban medidas en base a su gran registro de telas. Un gran taller de pantaloneras, sastres, modistas y cosedoras que abarcaba más de 200 personas. Las prendas de fajina y gauchescas eran un enorme atractivo para los paisanos que llegaban a la estación de trenes que estaba a una cuadra. Con gran novelería, entraban por la puerta principal de Rondeau y subían a la sección que vendía botas de potro, pañuelos nativistas y pantalones bombacha que aguantaban las domas más bravías. Uno de los rubros más fuertes de Introzzi fue su sección dedicada a los uniformes de importantes centros educativos como el José Pedro Varela, el Liceo Francés y el Elbio Fernández.
Por los fines de febrero, sus instalaciones se llenaban de padres con sus inquietos adolescentes que eran atendidos con la proverbial paciencia de los uniformados vendedores de ambos sexos. Los hombres de la casa aprovechaban para tomar un cafecito en el pequeño bar que tenía la tienda en su planta baja, exclusivo para sus clientes. En su vitrina estaban las ricas tortuguitas de jamón y las exquisitas plantillas de vainilla. En su sección calzado, los padres compraban para esos chicos los interminables zapatos Incalcuer e Incalflex. Introzzi, al igual que el London-París, editaba para sus ventas un lujoso catálogo en el que aparecían todos sus variados productos. Esa fina encuadernación era enviada a las principales capitales del Interior. La gente compraba “por catálogo” y recibía los pedidos en sus hogares por más lejanos que fueran.