Confesamos que hemos hecho reportajes muy diversos. Hoy a Primo Carnera, ayer a Gabriela Mistral un día de hace 30 años al Cardenal Pacelli, después Papa; una.- tarde a Gardel a comienzos del 35 fatal; poco después a aquel apóstol de la humanidad que fuera Franlclin D. RooBevelt, entre otros tantos que llegan al recuerdo.
Pero, no habíamos interviuvado nunca, a una esquina asesina, a un cruce homicida. El periodismo es así: cambiante, apasionante, fascinador. Nos dijeron que debíamos tomar el ómnibus 169 en Andes y 18. Preguntamos, porque no la ubicábamos en este ya largo peregrinar por las calles montevideanos, a esta esquina maldita de Cuchilla Grande y General Osvaldo Rodríguez. Y ya una vez en el ómnibus, hablamos con el chofer sobre ella, como de una mujer con otro hombre que la conoce.
Tres jóvenes vecinos de Puntas de Manga, contemplan y señalan el lugar o mejor dicho la tumba de los automovilistas en Cuchilla Grande y Osvaldo Rodríguez.
Siéntese, siéntese, que faltan tres lunas para llegar… Nos caímos en el asiento. Se resignó el fotógrafo que nos acompañaba y para que no nos odiara le hicimos cuentos de boxeo, para después terminar teniendo a Zeze y a Bela Guttman. De vez en cuando mirábamos al conductor que había tenido respuesta tan inesperada al dar a la contestación el sentido del tiempo desdeñando la geografía..
Evocamos a los indios que así medían las horas y a Zorrilla que en “Tabaré» emplea recurso semejante. No pudimos ni bostezar, pese a que era la hora de la siesta y el viaje era más largo que esperanza de pobre. Divisamos la Estación Manga, la Granja Dominga. Cruzamos la vía férrea y el chofer nos sigue ilustrando: pasando la vía, entramos en Matto Grosso. Aquí se terminó la civilización. Puede pasar cualquier cosa. Baje, pero regrése antes de las sombras, le advierto. Nosotros tenemos miedo hasta de pinchar por estos parajes de la seccional 27 policial.
Aquí tiene su esquina, nos agregó. En la próxima parada. Es un cruce cualquiera. No parece peligroso pero donde vea vehículos que se aproximan, mire mucho porque recibirá la sensación de que si bien no hubo nunca varita de tránsito, el diablo invisible debe atraer a los autos como las sirenas a los barcos, en los bellos tiempos de la mitología.
Descendimos, mirando en las cuatro direcciones. No fuera a ser que el fotógrafo sirviera para documentar nuestros últimos segundos de vida… El ambiente diurno es de paz. Doble hilera de plátanos al borde del hormigón angosto, pájaros cantando en el follaje. Zanjas entre aquéllos y la línea de edificación bastante retirada. Niños y muchachos tomando el sol otoñal, tibio aún. En una esquina, dos cipreses como avanzada del cementerio. En otra, una palmera, en la tercera tres paraísos.
Estábamos escrutándolo todo, cuando se oyó una voz. No pudimos ubicarla en boca alguna de la rueda que ya estábase formando al ver al fotógrafo en su labor. Más aguda y firme que las otras que charlaban bromeando, se dirigía a nosotros: Eran cuatro ésos paraísos que usted está contando. El que falta, voló una madrugada junto a restos de coches y carne humana.
Era evidente que la esquina salía a nuestro paso y nos facilitaba la tarea: En siete años van trece muertes en mis dominios y los heridos ya son incontables. ¿Recuerda las fechas?
Antes sí, pero los hombres, con su velocidad, me han hecho olvidar el tiempo. Cuando había un ritmo más lento, cada accidente era un hecho tremendo, de esos que no se olvidan. Ahora no, es cosa tan vulgar…
Pero, debe recordar las características de algunos… Voy a hacer memoria… sí, anote: hace pocas semanas, un hombre se mató al perder la dirección del auto. Su acompañante, no. Cayeron ambos sobre el pasto muelle y alto, allá como a 30 metros. Después, se supo que era cardíaco. En verdad, sufrió un ataque. ¿Cómo tenía libreta de conductor? Callamos.
La esquina tenía toda la razón. ¿No hay revisaciones médicas periódicas, anuales? Anteriormente… pero, miren, que sin orden les diré los accidentes… chocaron dos camiones y destrozaron a un ciclista. Chocaron tres camiones. Dos parados y el tercero embistió a uno de ellos y éste al restante. Un muchacho del barrio, muy amigo mío, que estaba allí, quedó muerto en el acto. Un ómnibus de Cita arrolló a un niño. Velocidad e imprudencia de ambos. Murió el pibe que crecía hermoso en esta zona. Un camión con mucha carga, dejó exánime bajo sus ruedas a un muchachito travieso que cruzaba la calle. Un camión deshizo a un negro bajito que tenía una sonrisa ancha que alegraba esta esquina. Ni lo quise mirar porque quedó horrible y eso que ya he perdido sensibilidad, como los policías que miran un cadáver como si fuera una muñeca. Un automóvil colachata que era una luz verde casi confundido con las hojas de los plátanos, mató a un hombre que iba al trabajo. El piloto iría apuradisimo, de paseo.
Faltan todavía para las trece que dijo… Es cierto, pero yo no llevo un libro de muertes. Vaya a la seccional 27 y tendrá los datos más precisos, amigo periodista. También recuerdo algunos accidentes sin muertos. Los hubo. Lea citaré algunos. Espere un momento. Un “Cita” agarró a un ciclista con tanta suerte que sólo se pegó un julepe pero después se lamentaba que le mataran dos patos y le rompieran la chiva. Cuando arrancaron el paraíso, que era flor de árbol, un camión se llevó el paragolpes de un auto y se fue a la zanja. Sólo hubo heridos. Un semi-remolque se prendió fuego al chocar a un Forcito, pero lesiones sin importancia se registraron. Dos camiones se rompieron volcando la carga de pedregullo y vino. Los choferes y acompañantes, lesionados. No hace mucho, un camión embistió a un vecino. Resultó con el cráneo roto. Ahora deben operarlo nuevamente. El volante huyó y nunca más se supo. El hombre es tan irresponsable que comete el delito contra la integridad física de un semejante y no es capaz de levantarlo, agonizante.
Por hoy basta, como dicen los catedráticos. No puede quejarse… ¿A qué atribuye los accidentes en Cuchilla Grande y Osvaldo Rodríguez? A que yo soy una esquina en la mitad misma de la pendiente bastante pronunciada. Por aquí sólo se pasa a gran velocidad. La segunda razón: que Osvaldo Rodríguez está tomando mucha importancia, de unos años a esta parte. Tiene más tránsito y la imprudencia lleva a asomarse sin mirar, La tercera: los árboles, que están muy cerca de la calzada. El vehículo que salga, ya está rozando un tronco. Aquí sí que haría falta un semáforo, aunque son capaces de burlar el color rojo y sería peor.
Una noche en Miami, recuerdo y se lo dije a la esquina parlanchina, a las 4 de la madrugada, estaba en un octavo piso del Hotel Colonial Miraba el paisaje. Recién llegaba. Miré hacia abajo y vi cómo se detenía un auto que iba a gran velocidad. Clavó los frenos porque apareció el rojo en el semáforo. No había un alma en lado alguno que lo pudiera controlar. Lo que es la educación… que nos hace tanta falta…
Nos alejabamos ya de la esquina asesina, cuando nos pidió que dijéramos algo sobre su colaboración con el conductor: En cualquiera de los cuatro puntos que caiga un hombre, el golpe estará amortiguado por el pasto. Lo ha puesto y lo cuido mucho. No lo hago por los Fangios, sino por los acompañantes y los peatones que no tienen la culpa. Los parientes, a veces, son los peores.
La voz se apagó de golpe. Un camión con seis mil kilos de trigo subía el repecho, rechinando todo, al mismo tiempo que un 169 bajaba como mandinga por el valle del infierno. Se saludaron los pilotos: ruteros amigos ya. No les sobró muchos centímetros de luz. Los plátanos agitaron sus hojas con violencia. No era el pampero que llegaba. Habíanse cruzado dos choferes en la esquina homicida de Puntas de Manga.
Publicado en Mundo Uruguayo, 1963
Según pudimos averiguar la calle o camino Cuchilla Grande hoy es la Avenida Belloni.