En el período de auge económico que generó en Montevideo la Guerra de la Triple Alianza, la actividad financiera marcaba presencia con la construcción de su «templo»: la Bolsa de Comercio.
Sus promotores encontraron en el francés Rabu el intérprete adecuado de sus aspiraciones, injertando en el escenario heredado de tiempos coloniales una obra típica del «eclecticismo» desde entonces dominante, con referencias formales tomadas de diversas fuentes históricas -europeas-, más la inevitable presencia de la torre, remate propio de la importancia de un edificio de ese rango.
Los historiadores formados en el cauce de la arquitectura moderna no han sido muy benevolentes con las obras de Rabu, pero buena parte de ellas forman parte del paisaje protegido de la ciudad (baste el ejemplo de la capilla Jackson). Hacia 1930 el funcionamiento del edificio de la Bolsa que se encontraba en Zabala esquina Piedras estaba en precario estado; y su demolición, otra muerte anunciada.
Texto extraído de la exposición del Parque Rodo Arquitecturas ausentes
Fue la Bolsa, no hace muchos años, un Emporio, una Jauja, un Pactolo desbordante, que arrastraba fortunas en sus raudales de oro… ¡Oh dichosas épocas de los Fomentos!… ¡Oh reinado inolvidable del Mago Reus!… Se entraba pobre, en esa Bolsa hoy vacía -como la de casi todos los que la frecuentan,- y se salia rico, en una hora, en cinco minutos, de aquel torbellino del ágio, de aquel hormiguero de intereses, de aquel pandemónium de actividades encontradas.
Había también el vicie-versa: se entraba rico y se salia pobre, pero el caso era mas raro, y desaparecía como una expedición desgraciada, bajo el montón enorme de las especulaciones felices. Había el derecho de decir, desdeñosamente, en aquellos tiempos del ansia enérgica del lucro, en que todo el mundo se arrojaba intrépido a las revueltas olas de la especulación, que solo los tontos no llegaban a la orilla.
Algunos, sin saberlo, poseedores por la mañana de algún terrenito de mala muerte, eran a la noche acaudalados rentistas, y la fortuna individual de los tenedores de títulos crecía como la espuma a medida que subía la prima en las cotizaciones. Es verdad que también esa fortuna improvisada solía desvanecerse como la espuma, y duraba, como la rosa de Malherbe l’espace d’un matin! ¡Cuanto ha cambiado todo desde entonces!…
La especulación en vasta escala ha desaparecido por completo y el reducido numero de operaciones ha limitado las posibilidades de una rápida ganancia. El Ring de corredores es casi el mismo de hace quince años, y en las fotografías que acompañan a estas lineas figuran algunos que domesticaron a la suerte y sujetaron a la veleidosa Fortuna, encadenandola a su carro triunfal de vencedores!…Pero hasta los más audaces, los que jugaban con los millares de pesos con soltura y desenfado de malabaristas, tirándolos al aire y recogiéndolos como quien tira y recoje naranjas, se ven obligados á la miseria del picholeo, para asegurarse el pucherete de cada día. Todo hoy se reduce á vender ó comprar un poco eje Consolidada, y á intentar de cuando en cuando, si el cielo político se encapota, un tímido torito, que á veces resulta comeando al mismo que lo echa al ruedo!…
Nuestros lectores encontrarán, en las tres fotografías que publicamos, — y que debemos á la amabilidad de uno de los más distinguidos corredores, la reproducción exacta de la Bolsa en la hora de la rueda oficial. Ahí están casi todos los habitúes de la casa: á lo sumo faltan dos ó tres que han esquivado el objetivo de la cámara oscura por modestia… ó por convicción de la propia fealdad. Como se ve, el Ring será hoy en día muy reducido, pero en cambio es selecto, y, cuando el día se presenta mal y no hay ocasión de ganar una comisión ó una diferencia, como hay vieja amistad y confianza entre todos, el patio de la Bolsa resuena con los gritos y las carcajadas de esos graves señores entregados a juegos y bromas casi infantiles. Parece increíble, pero es verdad… ¡Hay que ver a esos personajes que cotizan nuestro crédito publico, encendiendo paquetes de cohetes de la india, o jugando a baldes y a jarros de agua, cuando se acerca la alegría del Carnaval!
Publicado en la revista Rojo y Blanco en 1900.