La victoria de Peñarol es, más allá de preferencias individuales, un triunfo uruguayo. Es el triunfo del coraje y la maestría, pero es también el resultado de una esforzada carrera por el perfeccionamiento de las posibilidades tácticas y físicas del fútbol celeste.
Por encima de todos los resultados que arrojen los campeonatos oficiales e internacionales, por buenas o malas que sean en el futuro las actuaciones de su equipo superior, Peñarol será, por lo menos durante un año, el mejor equipo de fútbol del mundo. En nuestro medio, donde a veces las pasiones de círculo y la falta de proyecciones amplias en tantos aspectos, tratan de restar importancia a los hechos históricos, se ha recibido el triunfo del club aurinegro como uno de los más grandes logrados por el fútbol de este país.
Después de las conquistas olímpicas de París y Amsterdam y de los triunfos en los torneos mundiales de Montevideo y Río de Janeiro, jamás —se señala— tuvo tantas resonancias un éxito deportivo como éste que ha logrado Peñarol derrotando dos veces al Benfica de Portugal. Tan grande es, pues, la conquista y tanta importancia tiene para el fútbol profesional uruguayo —que se caía, que declinaba, que no era casi nada (internacionalmente hablando) antes de las salidas de Peñarol al exterior en busca de cetros más prestigiosos—, que es necesario repasar profundamente los aspectos de la hazaña para situar su comentario en la órbita internacional, mirando ya hacia el Campeonato del Mundo en Chile.
PEÑAROL. EL MEJOR DEL MUNDO
Hubo una vez, el martes de noche, un país llamado Uruguay que no pudo, ni quiso dormir, porque su equipo de fútbol más querido y arraigado, Peñarol, acababa de clasificarse campeón mundial. Fuera de ese país, chiquito y callado, nadie más podía participar, ni comprender esa alegría enorme. Pero el paisito escondido, sí, porque se conocía a sí mismo, y sabía que el triunfo de Peñarol era el triunfo de su propia gente sencilla y buena, que vive y sufre al ritmo de sus equipos de fútbol favoritos, que tiene en la gramilla, el escape de sus pasiones apretadas toda la semana en las cuatro paredes de su trabajo, el olvido de sus problemas, el descanso de sus fatigas. Por eso nadie quiso dormir esa noche. Por eso, aquel martes, el pequeño país, humilde y tímido, cambió su nombre y esa noche, sólo por esa noche, se llamó Peñarol.
Real Madrid, el primer escalón
Sorpresivamente, la Copa Intercontinental cobra interés universal cuando Real Madrid, varias veces campeón de Europa, cree que los torneos deben tener también una ampliación hacia América. Buscaba Real —con una pupila deportivo-comercial propia de Bernabeu— darle categoría mundial a sus triunfos resonantes. No le bastaba al club madrileño aplastar a todos los conjuntos del Continente: quería también ser campeón del mundo ya que el título europeo era para ellos algo permanente y al decir de algún crítico definitivo. Cuando Peñarol, San Lorenzo y otros equipos de menor renombre estaban terminando aquí el Torneo de Campeones de América, apareció la invitación del Real: dos matches por el título intercontinental. En una semana lo que era un certamen de poca monta y sin duda de características “domésticas” se transformaba en una puja de alcances universales. Ya era tarde para los brasileños, argentinos, chilenos, peruanos, bolivianos: Peñarol había sacado claras ventajas y sería el encargado de defender el prestigio de América en la contienda mundial.
Peñarol jugó en Montevideo su primer match con Real y empató en un partido memorable. Recién esa tarde vimos algo grande en el club aurinegro: su contextura de gran equipo, su fondo y su estampa, esa endurance de los equipos con planes tácticos y además con la suficiencia técnico-artística propia solamente de los elencos del Río de la Plata.
El empate con Real causó estupor en Europa y euforia en Uruguay. Cuando Peñarol fue por la revancha a Madrid, allá se le miraba como un rival grande de los campeones europeos. La debacle de los cinco tantos a uno nos tocó hondo a nosotros, pero en Europa fueron más amables, más certeros, más proféticos en los juicios «Peñarol mereció la derrota amplia, pero tiene algo de gran equipo que se verá más adelante», dijo Miró, prestigioso entrenador del club Sevilla y actualmente coach del club Barcelona. La prensa del viejo mundo no tuvo la causticidad de la uruguaya. Alla el profesionalismo se encara de otro modo y un solo match no desespera a nadie. Mucho menos los periodistas.
Las estrellas, pero también la táctica
«Desde ahora vamos a trabajar para probar en Europa que Peñarol es un gran equipo, le dijo Roberto Scarone al cronista, la noche del desastre. «Lo malo no es perder, sino no saber recoger las enseñanzas», afirmó poco después, cuando volábamos de regreso hacia Montevideo. Desde entonces Scarone planificó su tarea aplicando lo suyo y lo que había visto y aprendido en Europa. Peñarol tenía la base de un gran conjunto con estrellas adquiridas a precios récords en nuestro medio. Era una máquina costosa, a la que había que hacer funcionar rítmicamente con los engranajes sudamericanos y los pistones europeos.
Trataremos de hacer de Peñarol, por ahora un pequeño Real Madrid. Vamos a copiar algunas de sus innovaciones en el profesionalismo y volveremos a Europa a tentar fortuna». manifestó cierto día el delegado Cataldi a quien firma esta nota.
Las innovaciones del Real Madrid eran: comprar lo mejor en jugadores y pagar más que nadie. Peñarol compró lo mejor que había en plaza y en el exterior, y empezó a pagar más que nadie. Los jugadores de Peñarol han cobrado por mes diez mil pesos oro. Y algo más, en algunos matches. Estaba en marcha pues, el ambicioso plan profesional, para muchos obra de locos, porque el Uruguay —se decía— era una plaza pobre y Peñarol quería remontarse tanto que soñaba con plazas millonarios del tipo de Madrid, Roma, Milán, Londres y París.
Con ese equipo bien pagado y lleno de estrellas, Scarone inició silenciosamente su tarea. Jugó y ganó la Copa Uruguaya, pero miraba hacia la segunda conquista de la Copa de América para regresar al Viejo Mundo y tomarse allá cumplida revancha, vieja esperanza, sueño a realizar, seguridad, allá en el fondo de los directivos inteligentes, pero proféticos, profesionales y tallados “a la imagen y semejanza» del gran Bernabéu.
Contra la historia y contra los mejores
«Lo del año pasado fue un batacazo. Nadie sabía que había que ir a Europa para tentar el título de campeón del mundo», se argumentó aquí en ciertos ambientes enrarecidos de pequeñas pasiones, mucha crítica y pocas luces. Los grandes conjuntos de América estaban ya alertados por las sensacionales características del certamen a disputarse: Palmeiras, Colo Colo, Olimpia, Independiente, entre otros, estaban prontos para ocupar esta vez el lugar de Peñarol. No podía darse un caso único en la historia de que el equipo campeón del último año fuera nuevamente el campeón del siguiente año: todos miraban hacia Europa y todos esperaban la fama y los millones.
Peñarol fue otra vez campeón, contra la historia y contra los mejores de América. Esa victoria fue tan grande que cuando se le ganó a Palmeiras en Pacaembú en un match “heroico”, pensamos nuevamente en aquel empate bajo una fuerte lluvia frente a Real Madrid cuando dijimos: «Este cuadro tiene contextura para hacer cosas grandes».
Un trabajo intenso para “hacer roncha”
Lo de ahora es fresco. Es de nuestros días. Queda por decir lo que hablamos con Scarone en Cádiz. «Hace un año que estoy trabajando y si Dios me ayuda vamos a andar mejor, pese a que todo es difícil. Pero estamos mucho mejor y creo que haremos roncha. Peñarol, con planos tácticos que el año anterior habían sido pulverizados por Real, con un equipo más fuerte y mejor entrenado, le ganó al Atlético Madrid, perdió por un gol con Barcelona en un match muy parejo y también cayó por un gol frente al Benfica en Lisboa en el primer match por la Copa Intercontinental. Dos derrotas y una victoria es poca cosa», dijeron aquí, donde la miopía crítica de algunos es a veces desesperante. En cambio en Europa se hablaba con creciente respeto de Peñarol: «Será el campeón del mundo, Benfica tiene que caer ante los uruguayos», fueron frases y títulos comunes en los diarios del Viejo Mundo.
Todo para ser el Campeón del Mundo
El match más fácil que jugó Peñarol en Europa fue precisamente contra el Benfica, quien debió liquidar en el primer periodo por tres tantos. No porque Benfica fuera flojo, sino porque Peñarol ya tenía todo para ser campeón del mundo. Una defensa inexpugnable, estratégicamente colocada, donde la cortina de tres zagueros mostraba una muralla china y donde los dos volantes componían una fuerza de avance y de defensa notable. Un quinteto con las fallas de la gambeta demasiado pegada al hombre individualista, pero de enorme empuje, de acoso seguido y especialmente de maniobras habilidosas que no tienen los cuadros de Europa con la sola excepción de los húngaros y austríacos. Un plan de juego serio, que se llevó a cabo en todos sus aspectos. El juego de fútbol de nuestros tiempos no radica en la vieja improvisación de los astros, sino en el ordenamiento táctico del técnico que los jugadores cumplen, poniendo además en contribución a la victoria sus armas personales, únicas en el mundo. «Si a un cuadro uruguayo —dijimos hace muchos años y lo hemos repetido siempre— se le agregan a su arte los planes lácticos, la seriedad y la disciplina de los europeos, los campeonatos mundiales regresarán al Uruguay.»
Cuatro palabras para explicar la hazaña
Benfica defraudó en su primer match por causas ajenas a su real valor. Durante cuarenta y ocho horas tuvimos que batallar en nuestro medio enrarecido de pequeñas pasiones y de incomprensión para probar «y jugarnos una carta de prestigio» que el campeón de Europa era tan bueno que pese a los cinco goles de un domingo podía hacer peligrar el triunfo de Peñarol un martes, dos días después. Así sucedió, para que la victoria de Peñarol fuera más resonante, más prestigiosa y más completa. «Si realmente —deciamos el Benfica es un cuadro del montón, la victoria uruguaya no tendría ninguna significación». Por lo demás, Benfica había ganado a los húngaros, a los catalanes, a los austríacos, en este momento la flor y nata” del fútbol de Europa.
Probó que valia la noche que cayó por dos a uno, y fue la noche de la consagración final de Peñarol como el mejor equipo de fútbol del mundo. «Los planes se cumplieron», dijo apenas Scarone, después del match histórico. Cuatro palabras para explicar el trabajo de un año. Hoy les decimos a los lectores cómo se ganó el día martes 19 de setiembre de 1961. En verdad, esa noche culminó un arduo trabajo del técnico que durante un año, poco a poco, quemando etapas, avanzando y retrocediendo, trabando líneas, poniendo y sacando jugadores, engranando piezas y metodizando el trabajo, supo llevar hacia arriba a un equipo de estrellas bien pagado, pero que tenía que ser campeón del mundo, para que «fuera algo asi como Real Madrid», como un día lo pronosticara el delegado Cataldi.
«Los planes se cumplieron» Peñarol era campeón del mundo y se le daba al Uruguay otro título grande después de Maracaná. Pero detrás de esa frase —también histórica— habían quedado en el camino muchos afanes, muchas noches sin sueño, muchos papeles con líneas cruzadas donde se dibuja la estrategia del fútbol moderno para llevar a la cancha los planes tácticos, que junto a la clase desbordante del jugador uruguayo, traen estos triunfos excepcionales.
Revista Reporter, 27 de Setiembre de 1961