Marc Blancpain está publicando en ‘Le Parisien” una serie de artículos bajo él título común dé “Viaje a través del continente de la amistad”. Y ha dedicado una nota —y anuncia otra— a Montevideo y al Uruguay. Hay en el tono del artículo una buena voluntad muy afectuosa para nosotros, como podrá deducirse de su lectura. Y aunque el lector pueda encontrar errores de apreciación o información, ellos no tienen verdadera trascendencia en el sentido general del comentario. El título de la nota que va a continuación es “El Uruguay, una verdadera Suiza americana».
Junio, 1952. — Para dar al viajero una impresión de conjunto de Montevideo no es necesario organizar un itinerario complicado… En realidad con dos largos paseos basta… Montevideo es una ciudad que mira al mar, que respira sobre el mar, una ciudad que frente al mar se ha instalado cómoda y confortablemente.
Un primer paseo, de unos veinte kilómetros, consiste en partir del puerto, y seguir las grandes ramblas que bordean el rio. Se ve entonces, a la izquierda, subir pequeñas calles de aspecto europeo, que hacen pensar en las de un puerto del pais vasco o de Galicia. Después se divisa por encima de jardines verdes magníficamente cuidados —es un césped vivaz, y bosquecilios de eucaliptus, pinos, palmeras y laureles— la altura de los grandes inmuebles de los barrios centrales de la ciudad.
Al fin vienen una serie ininterrumpida de chalets, florecidos, nuevos y de exquisito gusto. Yo diría que los arquitectos de Montevideo —y hay una Facultad de Arquitectura justamente reputada en el continente— han logrado un tipo de chalet variado en su decoración exterior y que es una especie de adaptación del estilo vasco al clima y a las condiciones de vida de América.
No hay aquí nada de la extravagancia californiana y de esas absurdas copias yuntapuestas de casas normandas, italianas, japonesas, canadienses, moriscas y suecas que tan espantosamente —y de manera tan ridicula— han estropeado el paisaje de Hollywood. Todos estos chalets de Montevideo, encima de la rambla, no estan separados del mar sino por esta rambla, y es una sucesión de playas de arena dorada y me imagino que todaa las mañanas los habitantes de los chalets deben aprovecharlas. Estas playas se prolongan, por otra parte, hasta el extremo mismo del país, y una de las extremas, Punta del Este, es hoy una playa de moda, como las europeas.
EL PROGRESO DEL TURISMO
El Uruguay, muy hábilmente, ha sabido sacar partido de estas ventajas naturales. Ha equipado bien sus playas y ha lanzado una hábil campaña de publicidad turística hacia la Argentina y el Brasil, pobres en playas naturales. En 1946, la entrada anual debida al turismo fue de diez millones de dólares americanos, y al año siguiente, el doble.
Más se aleja uno de Montevideo y más es tentadora el agua de las playas, porque en Montevideo mismo, está todavía —aunque se jure lo contrario— el agua del Río de la Plata, es decir un agua fluvial. El mar toma su turno progresivamente y está sólo ya en Punta del Este. Un segundo paseo hay que aconsejarle al viajero: de un extremo al otro de la ciudad una inmensa avenida moderna va de un solo tiro; la avenida 18 de Julio. Toda la vida parece ordenarse en ella, de un lado y otro. Es la columna vertebral de la ciudad. Atraviesa las calles principales, y cambia de nombre. Nos hace seguir toda la historia del crecimiento de la ciudad.
Se dice corrientemente que Montevideo es un pequeño París y que es en las calles de Montevideo, donde, en América del Sur, el parisiense se encuentra menos exilado. Es exacto, en cierta medida. Ningún exotismo aquí, ni en las construcciones, ni en los negocios, ni en las gentes. Es el ritmo y la fisonomía de Europa. Es Barcelona o Milán en sus barrios nuevos. Estados Unidos no está presente sino por algunos edificios muy grandes: un hotel de no sé cuantos pisos, de hermoso aspecto pero que no está abierto todavía porque es muy grande para ser explotado; o bien una policlínica de 22 pisos situada en las alturas de la ciudad, radiante de blancura, dominadora, pero también vacía, por la misma causa.
En América se hace a menudo las cosas para mañana, mejor que para el día mismo. He aquí pues nuestros dos grandes paseos terminados. Para tener una idea más justa de la ciudad seguramente nos hará falta marchar hacia el oeste, siguiendo un itinerario más caprichoso. Veréis entonces el puerto y los barrios industriales, en los que he encontrado un aspecto bastante italiano. Veréis altas y nuevas construcciones que son, o depósitos de lanas, o frigoríficos. Llegaréis, por fin, a la vista de la montaña de la ciudad: el Cerro. No hay que burlarse: los habitantes toman al Cerro por una montaña, lo mismo que nuestros flamencos llaman “montes” a las subidas de Cats y Capelle. El Cerro debe tener un centenar de metros de altura y esto es suficiente para que el viento de fuera lo barra vivamente,y para que, desde su cima, se aperciba toda la ciudad y la extensión del Rio de la Plata.
LA “CIUDAD DE LOS CORAZONES APRESURADOS”
Esa tarde, por un juego de luz crepuscular que se me dijo que era bastante raro, el Río de la Plata me pareció que merecía realmente su nombre: era en verdad un río de plata mate, y, en algunos sitios, vagamente relumbrante. Pero yo sabia, porque me lo habían dicho, que el Río de la Plata se llama asi no a causa del aspecto de sus aguas ciertas tardes, sino porque durante siglos, fué penetrando en este estuario enorme, y después remontando el Paraná que los españoles se acercaron a las minas preciosas de los altos Andes, Perú y Bolivia. Una ciudad, allá arriba, la ciudad más alta del mundo, pues se encuentra situada a 4.200 metros de altura, la ciudad de las más ricas minas de plata. Potosí, llegó a tener más de cien mil habitantes. Hoy no ha muerto, tiene todavía 30 mil y se agranda a medida que el estaño ha reemplasado a la plata en la ambición de los hombres. El Rio de la Plata era, en fin, el camino de Potosí.
Alguien habia en estos tiempos de antiguas rapiñas apodado a Potosí como la “ciudad de los corazones apresurados”, a causa del deseo de riquezas, de la fiebre ambiciosa, y de la altura. Quien encontró ese nombre debía ser un poeta y era portugués. Es el mismo que llamó, —y el nombre ha quedado— sobre los bordes del rio de oro en Minas Geraes, aua ciudad situada no lejos de las minas, y donde se detenían los hombres en su camino ansioso “la ciudad del pantano de las almas”. Los portugueses han nacido poetas, como los españoles han nacido elocuentes y nerviosos.
IDIOSINCRASIA E HISTORIA
El Ministro de Instrucción Pública del Uruguay vuelve de Europa. No es a menudo tierno para lo que ha visto en el viejo continente. Es un americano orgulloso de ser americano. Es un uruguayo, es decir, un hombre robusto, directo, y sinduda realista, como son a menudo los de esta tierra. Se expresa con una franqueza casi ruda, bastante rara en América Latina.
Se me explica que está allí el trazo característico del Uruguay y que se debe a los orígenes mismos de sus 2.700.000 habitantes más que a otra cosa. En el Uruguay el fondo de la población es de origen vasco —vasco y bearnés cuando se trata de franceses—, asturiano y gallego. Nada de común con los castellanos, ni con los catalanes. Estas son gentes del Atlántico, y no del Mediterráneo: y cultivadores de montaña. Gente ruda y que no tiene pelos en la lengua. La palabra “gallegos” que sirve para designarlos, tiene simpatía e ironía. Quiere decir algo asi como “buen rústico”. Todos ellos construyeron después de duras batallas conducidas por Artigas, después por Lavalleja, contra los portugueses y la gente de Buenos Aires, y que duraron desde 1811 hasta 1830, una patria independiente. Amenazada nuevamente por Rosas, tirano de la Argentina, ayudada por una legión francesa de 2.000 voluntarios, la joven república conoció todavía largos años de guerra. Se repuso difícilmente, tan difícilmente que en 1880 el presidente Latorre renunciaba voluntariamente al poder declarando a los uruguayos ingobernables!
El siglo XX mismo conoció una vida política agitada, tumultuosa, que frenó sin duda el desarrollo económico del país, pero que engendró, poco a poco, las instituciones liberales y hoy día perfectamente estables.
UN “PAIS NACIDO” REPUBLICANO
Muy imbuidos de espíritu francés, grandes lectores de nuestros filósofos del siglo XVIII, los uruguayos tienen una república en la cual el clero y el ejército no juegan ningún papel. Todas las libertades están aseguradas. Todos los ciudadanos son electores. Las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. Cinco grandes partidos, de los cuales dos tradicionales (blancos y colorados) se disputan el elector. En el dominio social quedan todavía en la campaña gente bastante miserable, pero las instituciones públicas son excelentes y la salud pública está bien protegida. Un Consejo de nueve miembros está a la cabeza de la república, y cada uno de estos miembros es presidente, a su turno, por un año.
El ministro de Instrucción Pública me dice rotundamente que los fundadores del Uruguay no se rebelaron solamente contra la dominación española sino también contra el realismo: “Mi país nació republicano”. “Igualmente —agrega— nos rebelamos contra el envejecimiento, contra la esclerosis intelectual y espiritual de la España antigua, y tomamos nuestras inspiraciones en la Revolución Francesa. Mi país ha nacido moderno”. Y agrega que si el espíritu francés se esclerosa a su vez ya no será en Francia, sino en otras partes, y además en sí mismo, que el Uruguay tomara sus inspiraciones.
El peso uruguayo es una buena moneda “mas sólida que el dólar” —se dice orgullosamente. Pero esta solidez no está tampoco al abrigo de vaivenes. El Uruguay a pesar de su voluntad de construir una industria —no tiene ni carbón ni hierro— es esencialmente un país agrícola, cuyos productos prinripales, la lana, la carne y el cuero, dependen de un mercado internacional, controlado sobre todo por los americanos. La necesidad de importar la mayor parte de los productos manufacturados de los que tiene necesidad, lo pone en la situación de vender los productos agrícolas que posee en abundancia.
Todo los países sudamericanos, más o menos, están igual. Son países incapaces de vivir en autarquía. Son países cuya vocación actual es la de estar colocados en los grandes circuitos internacionales. El Uruguav tiene posiblemente una moneda más sólida que el dólar, pero esta moneda depende del dólar.
La salud del peso depende también en una buena parte a la juiciosa política financiera de los gobiernos uruguayos. Se bromea a menudo con la prudencia de “los pequeños burgueses franceses” en las capitales de América del Sud. Se bromea pero se la envidia, sin decirlo Porque en fin, una moneda cubierta al más del 100% por sus reservas de oro es posiblemente “prudencia burguesa” pero es también una manera excelente de asegurar la prosperidad y la evolución de un pueblo y una economía.
El Uruguay es un país envidiable. De dimensiones relativamente modestas, se ha, podido organizar más ligero que países grandes. De población homogénea fácilmente definible y no presenta, en cuanto a los hombres, ningún problema temible. Las largas guerras entre las que nació lo han detenido menos de lo que pudiera pensarse en su evolución, y hasta se puede argüir que ellas están en el origen de la madurez política de sus habitantes.
Cierto que no todo es perfecto. El campo está insuficientemente poblado. La ciudad de Montevideo, con un millón’ de habitantes, cuenta más del tercio de la población total. Hay que encontrar aún el equilibrio entre el agricultor y la industria nacíente. Se calcula en un 20% los iletrados. En el interior el problema del transporte no está resuelto aún. Pero se trata de un país que no tiene más que 75 años de independencia pacífica. Se trata de un país en su infancia, y es admirable que se le pueda comparar ya, sin exageración, con los viejos países ricos, sabia y democráticamente casi perfectos como Suiza, o más exactamente como Dinamarca”.
Se habla además en el articulo de la enseñanza francesa en el Uruguay — tan avanzada—, del teatro francés, y de las representaciones de obras de ese teatro por la Comedia Nacional (Tartufo, por ejemplo). Se recuerda de qué manera emotiva el pueblo uruguayo celebró la liberación de París, y termina diciendo: “En ninguna parte del mundo nuestra libertad fué tan espontáneamente exaltada como en esta ciudad del Uruguay. Por qué pues llamar al Uruguay la Suiza de América Latina? Por qué no decir simplemente, que se trata, del otro lado del Atlántico, de úna hermana de Francia?”
Revista Mundo Uruguayo, numero 1741, año 1952