La fisonomía, de la calle Rivera se ha perdido. El progreso se ha colado con el hormigón y el trolleybus. Primero se fue la vieja Estación Pocitos, luego los tranvías que prestaban servicios desde el 17 de abril de 1907, y por último los adoquines, que fueron los primeros que tuvo la Avenida 18 de Julio.
El martes 5 de diciembre de 1950, le quitaron los cordones de la vereda para desatar los adoquines, que fueren sacando uno tras otro, como la vieja vía, luego de servir más de 43 años, dejando sobre la arena en que se apoyaba un surco, igual al de los antiguos carros de quinteros cuando la calle Rivera no era más que un sendero de tierra arenosa, entre las antiguas “chácaras”, y no había más que dos o tres casas en su trayecto.
Gran Portada del Cementerio del Buceo
EL ANTIGUO CAMINO AL CEMENTERIO
Lentamente fue creciendo “el camino al Cementerio”. Muy lentamente. A sus orillas comentaron a brotar muy iseminadas en los bordes de las quintas, las casas de color blanco o rosado —con sus fuertes enrejados— con puertas casi lisas y grandes cerraduras. Alguna que otra vez una madreselva subía con su aroma por los verdes hierros de las ven .anas. Eran otros tiempos…
El “camino al Buceo” se había transformado. Ya estaba adoquinado, con piedras de cuña, pero lo cierto era que ya no se hacían piruetas para cruzar las calzadas los días de lluvia. Ya andaban los trenes de caballitos y la Estación Pocitos había nacido en el antiguo campo de Marín y era la calle Rivera.
TREN DE CABALLITOS
Los tranvías eran abiertos, tirados por dos caballos. Había dos ramales: uno salía de la Estación (Pocitos) a Colonia y Ciudadela, el otro ramal era por Rivera, Comercio y tenía su parada en 8 de Octubre frente a La Liguria, luego de cruzar dos puentes: el que estaba entre 14 de Julio y Mac Eachen y el otro que estaba casi Anzani.
Se sintió entonces el cornetín de los cocheros y se escuchó el campanilleo de las cadenas y el chasquido de los látigos. El progreso había fijado una etapa el día qué el primer tranvía a caballos recorrió la calle, entre la algarabía de los vecinos. Nadie pensó entonces que, en un tiempo no muy lejano —casi cincuenta años— iban a hormigonar el antiguo carnino y colocar sobre él los medios de transporte más modernos, éntre el asombro y la nostalgia de los pocos vecino que nos pueden hablar de los barrios de la antigua calle, cuando ellos, que hoy peinan canas o muestran sus lustradas peladas, eran muchachos raboneros y hacían la coladera de los tranvías de “tracción a sangre» ante “la vista gorda” de los guardas.
La calle Rivera en 1952 a la altura de la antigua cancha de Peñarol y de la Estacion Pocitos.
ENTRE QUINTAS CRUZABA EL CAMINO
Quintas. Nada más oue quintas, salpicado por algún almacén, alguna barraca o alguno que otro tambo. En Pastoriza y Rivera era la quinta de Zunino; más allá.. la de Bianqui, la de Carlin, la de Panizza, la de Debenedetti, la de los Ingleses, Villa Dolores, la de Nicola y otras.
Era el barrio José Pedro Ramírez y eran sus antiguos vecinos D. Juan y Manuel Sacia, Elias Siutto, Eusebio Ferreiro, Pablo Ricci, Filemón Maeso y don Remo Caviglia, con quienes hemos conversado más de una vez sobre aquel perdido paisaje que hoy evocamos.
Por aquellos tiempos, detrás de la vieja Estación de los Potitos había un potrero de la “Sociedad”, donde los gauchos domaban los baguales, que luego habían de ser los que tiraban de los tranvías. Todo eso, junto a donde estaba la cancha de Peñarol, era el campo de Marín.
¡Cómo se divertía entonces, viendo al paisanaje “afirmarse fuerte” y alguna que otra vez pegar rodada! Cuando iba el tranvía con un recién domado y un “veterano” tirador, el viejo capataz don Juan Solari llevaba gratis, pues había que darle “peso” al tranvía y transar al animal y entonces subía toda la muchachada. Era un día de fiesta para la botijada y de quebranto para los padres.
Entrada de Villa Dolores
EL IMPRECISO SENDERO DE TIERRA Y ARENA
Muchas de las casas que florecieron al borde impreciso de la calle Rivera, ostentaban las puertas de las primeras,casas que se habían construido en Montevideo, en “los tiempos de don Bruno”, cuando la ciudad estaba ceñida por una fuerte y alta muralla erizada de cañones y el bastión de la Ciudadela repelía las agresiones de los indios o de algunos piratas portugueses.
Eran entonces “los campos de las chácaras”, el campo cercano al Buceo. Allí iban los montevideanos —españoles casi todos— de caza, para la cual se munían de un permiso especial. Entonces ya estaba el sendero de las «chácaras”. Por los muchos caminos que iban hacia la ciudad, treparon los ingleses en 1807 hacia la “Muy Fiel y Reconquistadora”. Sin duda, alguno de sus regimientos llegó por la futura calle Rivera, durante aquellos amargos días en que pelearon todos los grandes de la patria y José Artigas era un blandengue más, que había ído ganando prestigio en franca y denodada lucha. En todos los caminos luchó contra la invasión extranjera.
Luego vinieron los tiempos de las patriadas; después las revoluciones, y por último apareció la figura señera de don José Batlle y Ordoñez y la República se fijó un destino definitivo dé paz y trabajo, con libertad y democracia.
La vieja Estacion Pocitos.
POR AQUELLOS TIEMPOS
El sueldo de los “turnos grandes” en los tranvías era de treinta y seis pesos mensuales y había que trabajar 14 horas. Era el de los trenes que iban para el centro; esos llevaban tres caballos. Veinticuatro pesos ganaban los “turnos chicos” y diez y ocho los “relevos”.
Las herramientas de los cocheros del tren a caballitos, eran un látigo largo para castigar al “cadenero”, el que hacía sonar las “chuquinelas” (así le llamaban al collar que llevaba el animal), y el “bastitin”, un latigacillo corto con el que castigaban a los
“traseros”.
Castigar en realidad, no; sólo el chasquido bastaba para que los animales comenzaran la marcha. Paraban en cualquier sitio. Se cobraba cuatro centésimos el viaje, que pagaban con unas monedas chatas y grandes de cobre.
Mojón existente entre 14 de Julio t Mac Eachen del antiguo puente.
LOS “DIAS DE ANIMA” EN EL CAMINO AL CEMENTERIO
Los dias de ánima, que eran entonces tres, como los tranvías venian muy cargados, en vez de dos caballos se les agregaba uno más hasta Mac Eachen y de ahí en adelante, como era mucha la subida, tiraban cuatro caballos.
Esos eran los dias de fiesta para los vecinos, pues los “cuartiadores” paraban ahí junto al puente «Rivera entre 14 de Julio y Mac Eachen”, y mientras churrasqueaban y mateaban se divertían con canciones y guitarras.
Los tranvías se alquilaban para acompañar los coches fúnebres. Si habrán ido a entierros en tranvías los viejos de hoy, los muchachos de entonces! Si iban en coches, entre los saltos que pegaban por el adoquinado de cuña, a la vuelta tenían que acostarse, pues llegaban molidos.
El Buceo era el único cementerio que recibía “cuerpos”. El Central, alguna vez que otra. Entonces comenzó a llamársele a Rivera «el camino al Cementerio”. Los muertos de los hospitales que no tenian deudos que los reclamasen, los traían en unos carros negros que eran de Vilaza, el que vivía cerca de la Estación Pocitos; después ese servicio quedó a cargo de José Maeso. Traían de cuatro a cinco cajones por vez.
En el recuerdo de muchos vecinos desfilarán todos estos hechos, como si aún estuviera todo aquel pasado. Como si aún no hubieran colocado las planchadas de hormigón y cruzaran los ómnibus y trolleys…
Como si escucharan el cornetín de los cocheros, que se endulzaba a veces, al pasar frente a la muchacha de sus pretensiones, la que salía hasta el alambrado y esperaba el clavel rojo que iba con un beso. Eran tiempos sin apuros. Sin nerviosidad. El reloj parecía no andar y se vivía feliz.
Primera parte del Articulo.
Publicado en la revista Mundo Uruguayo, numero 1741 , año 1952. Efrain Quesada.
Una nueva fisonomía tiene ya el antiguo camino al cementerio, sin tranvías y sin adoquines. Un pasado, orillero de un presente, nos señala los cambios que ha ido experimentando la calle Rivera.
Ya no están más el almacén “El Liberal” en la esquina con Larrañaga, y el de “La Basura” en la casi esquina con Propios, con sus puertas y ventanas de alambre. Se han perdido junto al tiempo, como los médanos de arena que había desde la Plazoleta Viera hasta el Cementerio, donde los muchachos, los días de verano, iban a matar lagartijas.
Esquina de Larrañaga (Luis Alberto de Herrera) y Rivera, antiguo almacén «El Liberal»
SOCIEDADES “RECREATIVAS” Y OTRAS
Los viejos vecinos nos hablan de las antiguas sociedades recreativas, que a veces incursionaban en el carnaval: la de “Los Firmes Unidos”, “Los amantes al eléctrico” (por los nuevos tranvías que están al llegar), “Los hijos de la Esperanza” de los Pendibeni que eran todos músicos, de los integrantes de “La Primavera del siglo XX”. Entonces la calle Rivera se alumbraba a kerosene y todas las calles que la cruzaban tenían otros nombres.
Los barrios más famosos de entonces eran “La Montañita”, que estaba en Bv. Artigas y Rivera. En Méndez Nuñez y Lepante el barrio “Castelar”. En la esquina de “El Liberal” era la “Nueva Roma”; todo eso que es hoy el Parque Batlle y Ordoñez hasta casi Rivera era el “Campo Chivero”. Frente al almacén “Del Espejo”, casi Obligado, estaba el “Colegio de las muchas puertas” Ese almacén tuvo también su historia de peleas y alguna vez hasta muertes…
Junto al “Colegio” estaba el conventillo, igualmente llamado “de las muchas puertas”, donde alguna vez que otra se hacían bailes, por cuya razón muchos lo llamaban “El fonógrafo”: al fondo estaba la quinta de Tarino y más atrás la de don Antonio Pereyra.
Entonces Rivera se alumbraba con faroles, desde la calle Victoria hasta cerca de Villa Dolores.
Portada del Cementerio del Buceo
EL ALUMBRADO A KEROSENE DE LA CALLE RIVERA
El empresario era don Juan Sorín, que había sido Teniente Alcalde. El farolero los prendía cuando ya era casi la noche. Venía con una escalerita y una lata de kerosene. Era tan poco el que le ponía, que ya para las diez de la noche se apagaban solos. Si antes no les ganaba de mano la piedra certeramente dirigida por alguno de los muchachones que a esas horas recorrían la calle.
Por las mañanas, en sus recorridas, don Juan Sorin trataba, en medio de sus enojos, averiguar quién era “el gandul” que se entretenía en hacer “daño». Nadie sabía nada de nada.
La labor de la gente de la zona estaba circunscripta al trabajo en la Estación Pocitos, al de la fábrica de calzados, de cigarrillos, de fósforos, de chocolate y a las quintas que aún quedaban. Las diversiones de entonces eran “irse a truquear un rato al almacén” y dar unas vueltas antes de caer el sol. No había biógrafo. Don Federico Ferolla aún no había construido, su cine en la calle Rivera.
Alguna que otra vez se hacia un bailecito entre vecinos y allí “caían” todos. Sólo los domingos en la calle Numancia (Diego Lamas) se veía pasear a las empleadas de “La Garibaldina” (la fábrica de cigarros), entre el dragoneo y los piropos floridos de los muchachos. Muchos salieron novios de esos paseos. Muchos se casaron. “La Cotorrita del Liberal” era el periódico que hacia notida de todo aquello que llenaba de curiosidad y chismografía a aquel vecindario pacifico y de trabajo.
ALGUNOS CLUBES DEPORTIVOS
Frente a la Estación estaban “El Conventillo de Juan Chico» con más de 20 piezas y otros tantos escándalos, las fondas de “Blanco” y la de la “Vasca”. En la Proa, Pereira y Rivera, el antiguo almacén de Zunino, en un caserón viejo que ya la piqueta ha demolido, lo mismo que a muchos otros.
Las viejas peluquerías estaban en la Estación y eran la de Pratt, la de Pililo y por Pereira la de Antonio. Es que ese era el centro más poblado. Después vino la “electrificadón” y los trenes a caballo se vendieron. Al cambiarse las piedras de cuña por el adoquín, se fueron haciendo etapas para llegar a la calle de hoy.
Nacieron clubes de fútbol: el Misiones en 1906, el Pampero, el Chivero, el Miramar, el Lusitania, y junto a ellos los comercios que se adornaban con los nombres del cuadro favorito. La calle se floreó con veredas que nunca había tenido. Las quintas se remataron. El puente entre Mac Eachen y 14 de Julio fue cerrado. Ya no se alquilaban más los tranvías para acompañar los entierros. Los comercios fueron creciendo al borde de la calle Rivera.
Y un día como tantos, sin darse cuenta nadie, el antiguo sendero de tierra y arena era una artería más de las que dan vida a Montevideo. Se había transformado todo. Ya no eran los mismos vecinos. Ni los viejos quinteros. Ni los cocheros y cuartiadores de Rivera y Mac Sachen. El progreso estaba allí presente, hermoso y demoledor, sin preocuparse de los encantos ni de los nostálgicos recuerdos del pasado.
La calle Rivera no tiene ya el mismo encanto de cuando don Juan Solarí llevaba a los muchachos para amansar baguales, en los trenes abiertos de caballitos, ni cuando don Cándido Belando se vió rodeado de campos y yuyales, en la única casa de su manzana, y veía las crecientes del arroyo sin salir de su puerta.
Ya no suena por la brisa el cornetín del cochero. Ya no se oye el chasquido del látigo ni el golpe del «bastitín». Ya el aroma de la madreselva es otro aroma, y no se arrojan claveles rojos empapados de ternuras, con besos de amor. Todo ha cambiado definitivamente. Claro que este presente será tan pasado como los carros de los antiguos quinteros o el tren a caballito y nos llenaremos de nostalgia al recordarlo… ¡Pero aquellos eran otros tiempos!…
Segunda parte
Publicado en la revista Mundo Uruguayo, numero 1751 , año 1952.
Efrain Quesada.