La casa donde murió Zorrilla de San Martín

Se ha cerrado el ciclo de las evocaciones del Poeta de la Patria, al recordarse el año del centenario de su nacimiento. Nosotros queremos hoy, referirnos, como un homenaje más a Juan Zorrilla de San Martín, a una casa en la que aquél eminente ciudadano — jurisconsulto, poeta, periodista, escritor, diplomático, alto funcionario del Estado— pasó quizá los mejores y más fecundos años de su existencia.

La casa, no existe más. En donde ella se levantaba desde 1872, se alza hoy uno de los más grandes macizos de cemento, hierro, granito y vidrio, de la Capital. En el mismo sitio donde está actualmente —con su enjambre de oficinas comerciales y bancarias, cancillería de Legaciones, todo unido a la calle por rapidísimos caminos verticales de ascensor— durante años y años vivió, soñó y escribió el gran poeta…

Era otro Montevideo. Tenía perfiles aldeanos; casi todos sus habitantes se conocían y la figura pequeña y nerviosa de Zorrilla de San Martín, al dejar el zaguán ya recibía los primeros saludos de sus conciudadanos. Y al «buenos días» afectuoso o el más melancólico “buenas tardes”, le seguían por la calle Rincón, por Treinta y Tres — en ese ángulo es taba su vivienda, ahora asiento del majestuoso Palacio Artigas — por los senderos transversales de la Plaza Constitución, por Cerrito cuando iba o dejaba el Banco de la República donde representó al Gobierno por espacio de décadas enteras, o mientras su particular dandysmo llamaba la atención en los atardeceres elegantes de Sarandí…

CASA DE UN POETA

Hace ya muchos años, ese compatriota insigne que es el escritor Raúl Montero Bustamante —yerno de Zorrilla de San Martín, precisamente— nos contaba en su retiro de la calle Tabaré donde le conocimos presentados por el común e inolvidable amigo Angel S. Adami, la historia de la casa que por entonces amenazaba la demolición, ubicada en Rincón y Treinta y Tres.

Fue construida en 1872. Asi lo señalaba, al estilo antiguo, la fecha grabada en material en su frontispicio. Balcones de mármol y balcones de hierro. Celosías de dura madera y escalera severa de blancos mármoles.

Las fotografías que tomamos en los días en que la casa era amenazada por la piqueta, muestran la construcción de bello estilo. Rafael Frigerio fue el primer habitante. Allí soñó y escribió el poeta, cuyas páginas de valor indiscutible han caído —como el nombre de su autor- en un pronto olvido.

CASA PRESIDENCIAL

Allá por 1875 habitaba la planta alta, don Pedro Varela. Aquel hombre austero y sin ambiciones al que el destino había señalado para desempeñar un rol que aflige recordar, había hecho instalar un motorcito que produjo, probablemente, la primera electricidad con que se iluminó una casa montevideana.

Después del motín, Varela recibió en su casa a un grupo de jefes de batallón: Navajas, Latorre, Casimiro García, Elcheverry, Casalla, Casariego y Tezanos.

Había caído Ellauri. Le entregaban un insólito documento con un no menos insólito ofrecimiento cuya aceptación le perdería para siempre. En el segundo parágrafo, la carta decía textualmente: «Los jefes de los cuerpos reunidos hemos resuelto nombrar como Gobernador Provisorio al ciudadano don Pedro Varela, el cual esperamos sabrá;.. etc., etc.”.

Desde ese instante, la casa de Rincón y Treinta y Tres fue residencia presidencial.

LAS VICISITUDES EPOCALES

Nombrado Ministro de Guerra y Marina don Lorenzo Latorre, cada mañana el terrible coronel subió la empinada escalera de esta casa destinada al procerato. Allí, en la sala, se redactó el tremendo decreto deportando a los opositores en la “Puig” mandada por Ernesto Courtin. Allí se firmaron muchos documentos atroces y allí se leyó, recién abierto, el parte de la batalla de Guayabo con la indicación de la degollatina general de prisioneros…

El dueño de casa, poco a poco, descubrió que era él también un prisionero. El coronel Gaudencio, a principios del 1876, declaraba públicamente que el Presidente estaba “coacto”, porque Latorre ejercía una absoluta preponderancia sobre el gobernante. Varela redactó un manifiesto, defendiéndose y expresando que no necesitaba ayuda, si acaso esa era la intención de Gaudencio, dimitente Jefe de Policía. Era el 6 de marzo. En la mañana del 10, recibió Varela la visita de Latorre. Breve entrevista; pero le bastaron al dueño de casa las pocas palabras de don Lorenzo, para comprender que el suelo temblaba bajo sus pies. Fue amable y acompañó al visitante hasta la cancela alta. En seguida se sentó en su escritorio de la salita más íntima, redactó una carta y se la envió por un criado de confianza a don Juan A. Magariños Cervantes, a la sazón Presidente del Senado. Tras el criado, salió Varela y minutos más tarde estaba, como asilado, en la Legación de Francia. Magariños se vino con la cartarenuncia (era efectivamente la dimisión) a ver a Varela. Supo lo de su asilamiento y le imitó. Los dos personajes, con la renuncia, estaban poco después en la cañonera gala “Diamant”. La casa presidencial fue visitada — o quizá registrada por los amigos de la víspera. La casa se separó, ese 10 de marzo de 1876, de nuestra historia política.

OTROS DESTINOS

Allá por el año 1890. allí estuvo funcionando el Club Uruguay, teniendo esa finca por sede, a la espera de qué Luis Andreoni terminara el palacete de la calle Sarandí. Los salones altos, como en los días áulicos de Varela, reunieron a la mejor sociedad montevideana.

Mariano Maza, yerno, del general Oribe, porteño que no regresó más a su patria después de Caseros. Allí falleció el viejo guerrero al que envuelve la bruma denaceadora de Metan, según cuenta una leyenda, por una de las bromas terribles de Latorre.

En la finca lindera de un solo piso, por Rincón, vivió José Pedro Ramírez. Y el inolvidable Samuel Blixen — hijo político del primero — también moró en una parte de ese edificio, vecino a la histórica casa. Los dos personajes fallecieron allí. Una familia de arraigo vivió también en esa casa, Uno de los varones, estudiaba derecho e hizo su carrera allí. Dejo la finca al contraer enlace. Estaba señalado para altos destinos nacionales, legando, incluso, a la Presidencia de la República. Hablamos del doctor Juan José Amézaga…

ZORRILLA DE SAN MARTÍN EN LA CASA

El poeta, que ya había peregrinado por América, estudiante primero y exiliado después, viajó más tarde por Europa. Iba investido de alto rango diplomático, escribía obras que hacía imperecedero su nombre ya famoso y sacudía a las multitudes con su ademán y su prosa de tribuno.

Juan Zorrilla de San Martín fue núestro Ministro en España, en Portugal, en Francia, en el Vaticano. Pasaron los años y él trabajó con el ahinco habitual, para su patria y para las bellas letras universales.

Al morir el siglo diecinueve, regresa. Una de las travesuras criollas lo eliminó sin destituirlo: suprimieron su cargo del presupuesto. Y Zorrilla pasó a ocupar aquella casa. Vivió años y años en la casa ya rica en historia. Estudió en su biblioteca, trabajó en su gabinete, soñó por las alcobas…

Batlle y Ordoñez — amigo personal y adversario político— tuvo la hidalguía de designarlo en 1905 para un encumbrado cargo público. Y el poeta, cada mañana, salía de la casa de Rincón y Treinta y Tres, dirigiéndose al Banco de la República donde controlaba la impresión de su firma en todos los billetes que se emitían…

No abandonó la función bancada hasta su muerte.

OTRA FIGURA

Raúl Montero Bustamente, casado con una de las hijas del poeta, habitaba a partir dé su enlace, un sector de la finca. El literato al que recientemente se le ha tributado un merecido y gran homenaje, escribía en una de las salas cuyas ventanas se abrían a la calle. Zorrilla de San Martín trabajaba, produciendo por caminos de belleza épica en un ala de la casa. Su yerno, laborioso poeta, escritor, ensayista, cumplía en otro extremo de la vivienda, su alta misión intelectual.

¡Qué pedazo de historia de nuestras letras representó esa casa levantada en 1872 y demolida hace un lustro largo! Cada uno de sus ladrillos, de sus cuadriláteros de mármol, de sus ventanas y barandales, eran una reliquia, porque por sus escaleras, sus patios y sus habitaciones pasaron hombres que dejaron huella en nuestra historia y, especialmente, por que en tantas y tantas vigilias fecundas Zorrila de San Martín fue enriqueciendo su acervo poético y literario americano!

LA VIDA Y LA MUERTE

Zorrila con su familia vivía en invierno en la casa de Rincón y Treinta y Tres trasladándose en la buena época a su chalet con sombríos jardines de Punta Carretas. Alli frente al mar, donde ahora funciona el Museo y Escuela Cívica que lleva su nombre.

Su hijo José Luis nos evocaba al poeta en una charla reciente, en su diario viajar en aquel lento tranvía 35 del Centro a la costa. “Iba a ver sus árboles’, según su propia expresión. Conversaba con todo el mundo en el coche, leía o meditaba a ratos. Cada tarde hacía el viaje, con calor, frío, lluvia o sol. Cuando se encendía la luciérnaga del faro, volvía a la casa
de la calle Rincón.

En los meses de la buena estación, los Zorrilla se trasladaban a Punta Carretas y el viaje lo hacía el poeta, cada mañana, al Centro, para cumplir con sus ocupaciones bancarias. Tenía siempre la tarde para ver sus árboles.

Y en la asa de Rincón y Treinta y Tres que evocamos, murió políticamente don Pedro Varela. Cerraron allí sus ojos Mariano Maza y pared por medio, Jose Pedro Ramírez. «Suplente” y quizá algún otro habitante anónimo de aquellas casas de la esquina ahora desaparecida.

La muerte vino, una vez hacia fines de 1931. Exactamente, el 3 de noviembre. El morador estaba preparado para el viaje del que no se regresa. La Parca entra silenciosamente «caminando descalza por los corredores como dice Pablo Rojas Paz. Se acercó al lecho del poeta, que recién regresaba de Mercedes y conservaba la visión dulce del Hum caudaloso.

En los meses de la buena estación, los Zorrilla se trasladaban a Punta Carretas y el viaje lo hacía el poeta, cada mañana, al Centro, para cumplir con sus ocupaciones bancarias. Tenía siempre la tarde para ver sus árboles.

Y en la asa de Rincón y Treinta y Tres que evocamos, murió políticamente don Pedro Varela. Cerraron allí sus ojos Mariano Maza y pared por medio, Jose Pedro Ramírez. «Suplente” y quizá algún otro habitante anónimo de aquellas casas de la esquina ahora desaparecida.

La muerte vino, una vez hacia fines de 1931. Exactamente, el 3 de noviembre. El morador estaba preparado para el viaje del que no se regresa. La Parca entra silenciosamente «caminando descalza por los corredores como dice Pablo Rojas Paz. Se acercó al lecho del poeta, que recién regresaba de Mercedes y conservaba la visión dulce del Hum caudaloso.

Hubo en seguida, un alto en el trajín de la ciudad.

La noticia de que el cantor de la patria y del indio no escribiría ya más ni agitaría tampoco sus brazos en magnífico ademán tribunicio, ni que su verbo corono en el día de su discurso de la Rábida volvería a enfervorizar jamás a las multitudes, se difundió por la Capital, por la República, por América.

De la casona de la calle Rincón sacaron horas más tarde el ataúd conteniendo los restos de Zorrilla de San Martín. Lo llevaron a la Plaza Independencia para velarle al pie del bronce del Primer General.

por HAMLET SICARDI

Relacionado: