El Uruguay a través de un siglo

El Uruguay a través de un siglo:la jornada civilizadora realizada en la República Oriental del Uruguay y el brillante porvenir de esta nación americana.

El Uruguay no tiene aún un siglo de vida autónoma, puesto que la consagración de su libertad data de ochenta años atrás, pero hemos querido fundar su partida a la conquista de los ideales de transformación política desde el grito de Mayo de 1810, porque en realidad fue entonces que comenzaron nuestras agitaciones y esfuerzos por alcanzar el derecho de gobernarnos por nuestra voluntad soberana.

Los dos principales componentes del antiguo Virreinato del Río de la Plata, durante el Gobierno Colonial, la República Oriental del Uruguay y la República Argentina, constituidas hoy en dos Naciones libres e independientes que han marchado en líneas paralelas a sus grandes destinos de pueblos ricos y laboriosos, pueden, vencido el primer siglo y bajo un cielo de venturosa paz, volver la vista al pasado y desde las cumbres del progreso a que han llegado, contemplar la huella luminosa de la brillante jornada que respectivamente han recorrido.

En medio del júbilo que le embarga en su primer glorioso centenario, la Nación Argentina hace recuento de sus fructíferos afanes y de los grandes progresos conseguidos y nosotros también, en este modesto libro, queremos presentar al mundo el inventarío de las victorias alcanzadas por el Uruguay en el campo hermoso de las instituciones, del trabajo, de la utilización de sus enormes riquezas, de las ciencias, de las actividades fecundas que dignifican y enaltecen los pueblos, exhibiendo todos los títulos que nos dan derecho a ocupar puesto de primera fila entre las jóvenes Naciones de América y a que el Uruguay sea incorporado al grupo de aquellos Estados que constituyen la tierra ideal para los hombres de otras latitudes que desean mejorar sus condiciones de vida, por el ejercicio amplio de sus ideas políticas y religiosas y por el goce de los bienes materiales que ofrece la labor magníficamente remunerada.

Se ha sombreado muchas veces el concepto de las nacionalidades americanas, calificándolas de agrupaciones inorgánicas, incapaces de la estabilidad institucional, desprovistas de toda noción de gobierno regular y considerando sus revoluciones como fermentos naturales de su descomposición ingénita. Los americanos hemos sido acusados de un salvajismo cruel, de una ineptitud radical para fundar sociedades regidas por leyes y no por voluntades caprichosas. Se nos ha juzgado con un criterio especial, que no es el criterio humano que ha presidido el juzgamiento de los hechos fundamentales á que ha obedecido la evolución sufrida por las Naciones Europeas para llegar a la hora y al estado presente. Nosotros habremos pasado por pruebas dolorosas para fundar principios de libertad y justicia, implantar la democracia triunfante y consolidar el derecho propio y el ajeno, pero esas pruebas no han tenido la intensidad terrible y feroz que para alcanzar idénticos fines han sufrido Estados Europeos que figuran al frente del avance civilizador de esta época: la sangre que han derramado las revoluciones Americanas forma un mísero arroyuelo comparado con los mares de sangre que se han vertido en Europa para satisfacer ambiciones de déspotas o alcanzar la libertad apetecida. Y eso ha sucedido durante siglos y siglos y aún hoy algunas Naciones del Viejo mundo experimentan periódicamente sacudidas formidables, sangrientas convulsiones, porque no han podido ofrecer a sus ciudadanos la suma de bienes morales a que tienen derecho la dignidad y la razón humana.

No abrigamos la intención de establecer paralelos para justificar las turbulencias de América ni los errores cometidos en la infancia de su constitución política: esas turbulencias inherentes a las luchas de su desarrollo y organización pertenecen ya al dominio del pasado, son transiciones en la vida de los pueblos que la historia de la humanidad explica a la luz de la filosofía, turbulencias y errores que cada día que transcurre se amortiguan más y más por el poder de la autoridad constituida y por la fuerza de la razón pública.
Hemos querido solamente levantar un cargo injusto que ha pesado sobre la América Latina, protestando contra ese criterio inflexible con que se le ha flagelado siempre. Quién no haya pecado que tire la primera piedra!

Podrá objetarse que hay Vanidad o petulancia en expresarse así y que somos aún muy pequeños para erguirnos ante Europa y hablar con arrogancia. No! Hemos hecho una obra colosal en pocos años, constituimos el mundo del porvenir, la raza que marcará un día los rumbos de la civilización universal y tenemos el derecho de exhibir nuestro bagaje repleto de grandes progresos en las ideas de las multitudes, de herniosos principios consagrados en las leyes, de sentimientos nobles grabados en el alma popular, de titánicos esfuerzos para avanzar en el ideal humano hacia la libertad en el orden y afianzar como lo hemos realizado los derechos del hombre al perfecto dominio de su conciencia y de su razón. Y si a ese monumento levantado en el orden moral, agredamos el cultivo de las inteligencias por la instrucción popular y el catálogo inmenso de nuestras riquezas, del desarrollo del comercio y de las industrias, los millones de hectáreas de tierras entregadas a la maravillosa multiplicación del capital por las faenas agrícolas y ganaderas, el cruzamiento de las soledades campesinas por el ferrocarril haciendo surgir ciudades y pueblos a su paso, y la cadena, de oro que constituyen las múltiples operaciones ligadas a la vida activa de pueblos afanosos y llenos de recursos, dígasenos si no tenemos el derecho de enorgullecemos de nuestra jornada brillante!

Los Estados Unidos de Norte América que hasta hace poco desde la altura de su poderío gigantesco nos habían juzgado como países casi indignos de un concepto mediocre, han salido de su profundo error y sus hombres eminentes, sus estadistas recorriendo la América Latina se han asombrado de nuestro estado y han vuelto a su gran tierra dando la voz de alarma, diciendo que al Sud de sus fronteras habían brotado Naciones donde antes habían desiertos, que las tribus indígenas se habían convertido en agrupaciones de millones de hombres, cultores del pensamiento moderno, atletas del trabajo, dotados de todas las armas para luchar y Vencer en las lizas fecundas de la actualidad de los pueblos y que urgía afianzar el sentimiento americano para alzarnos juntos sobre el soberbio pedestal que la naturaleza nos ha cincelado, ostentando el grandioso lema: América para la libertad, el bien estar y la riqueza de la humanidad!

Europa no ha podido dejar de ver nuestros adelantos. A ella le debemos casi todo lo que somos, puesto que ella nos ha traído hombres, ideas y capitales y debe contemplar en la América Latina su mejor obra: ha sabido amamantar gigantes que hoy van alzándose en toda su pujanza y tienden al viejo mundo sus robustos brazos para estrecharle con afecto y gratitud. Singulariza al espíritu latino americano una tendencia marcada a identificarse con el espíritu europeo, a convivir su existencia, a compenetrarse de sus alegrías y dolores. No se forma en nuestro continente una raza étnicamente diferente, que un día pudiera llegar a ser hostil a Europa: no, la raza que si levanta es fundida en el mismo molde, nutrida en las mismas ideas, orientada en iguales rumbos. Se realiza acá, pero por otros medios, el ideal vanamente acariciado en Europa por los apóstoles de la confraternidad humana: la concordia de las Naciones antagónicas por la fusión de los seres y de los sentimientos en el seno de los hogares cosmopolitas, de donde luego surgen los hombres que albergan ideas y nutren cariños de diferentes nacionalidades sin ninguno de los odios que hoy alejan a aquellos pueblos.

La República del Uruguay constituye un hermoso ejemplar de los nuevos pueblos que toman por derecho propio, asiento en el gran Congreso de las Naciones libres consagradas al bien social. No abrigamos sentimientos hostiles, no aspiramos a engrandecernos con perjuicio de nadie: mantenemos una tradicional política de confraternidad con todos los Estados del Orbe: nos hemos constituido en forma perfecta dentro de un sistema democrático que llenaría las aspiraciones más exigentes y nos hemos consagrado a elevarnos en el concepto universal por la seriedad y honestidad de nuestros procederes, por el trabajo que hace brotar a flor de tierra inmensas riquezas y por un anhelo vivísimo de progreso que nos ha conducido en corto tiempo al goce de una situación feliz. Nos falta aún población: la necesitamos para poblar nuestra campaña donde caben 15 millones de habitantes y los tendremos, porque ningún país de América, como el Uruguay, ofrece al hombre trabajador, una suma de ventajas iguales. Lo hemos dicho en otra ocasión y lo repetimos hoy con la convicción de las grandes verdades.

Debemos luchar contra el único enemigo que tenemos; la ignorancia de las riquezas del país, el desconocimiento de los asombrosos progresos que hemos alcanzado, de las transformaciones una veces lentas, otras vertiginosas pero siempre incesantes, de nuestras condiciones de pueblo batallador, idólatra de su independencia y libertades, una vez conseguidas y afianzadas estas, a pueblo trabajador y progresista, á sociedad en que germinan todas las aspiraciones elevadas, conformada para ser una entidad importante en el concierto de las naciones y una avanzada de la civilización Americana.

Y es la ignorancia de nuestro estado, de nuestros tesoros naturales, de nuestro grado de civilización, lo que necesitamos combatir sin tregua, exhibiendo el cuadro demostrativo del desarrollo de nuestras fuerzas comerciales e industriales, de las conquistas políticas e institucionales que hemos alcanzado, de la intelectualidad á que hemos arribado, mostrando todo el inmenso catálogo de los ramos de trabajo y producción que aún no se han explotado o se operan en pequeña escala, siendo susceptibles de colosal desenvolvimiento.
Es recorriendo las cifras de las estadísticas que sobre viene el asombro porque allí los guarismos demuestran con elocuencia el engrandecimiento alcanzado. Y esa acción del progreso se ha extendido a todas partes y a todas las manifestaciones de la actividad. Hasta el último confín de la República ha recibido los beneficios del adelanto, y el estado intelectual de nuestras poblaciones rurales es tan superior, si no más, que el de las mismas en las naciones más avanzadas de Europa, con la Ventaja de que tienen abierta el alma a las expansiones de la hospitalidad considerando al extranjero como un hermano que estaba ausente y vuelve al hogar.

Tenemos el país más hermoso, más rico de América. Se engrandece el pensamiento y se dilata el alma pensando en el porvenir de nuestra patria. Todo lo que hoy está sujeto a un mísero cultivo, a una pequeña elaboración o al abandono, será mañana venero de riqueza, colosal fuente de prosperidades, no necesitando para ello sino el estallido de la idea que señala el rumbo y abre el manantial de la fortuna, como el pico hace saltar el cuarzo aurífero de un terreno aparentemente árido: bastará la apertura de un canal, la navegabilidad de un trozo de río, el acceso cómodo de un puerto natural, el establecimiento del riel, el lanzamiento de un puente o la brecha de un camino a través de la sierra, para transformar una región apartada y poner sus productos en el vehículo que debe con dúdelos a los mercados consumidores, desarrollando por la emulación y el éxito tantas industrias lucrativas, tantas explotaciones de la tierra Virgen y exuberante que aún no se conocen entre nosotros, que están dormitando entre los montes, al borde de los majestuosos ríos, en el subsuelo, en los Valles y en las cuchillas, esperando la Varita mágica que en nuestra época es el capital, el trabajo y la concepción de las grandes empresas, para brotar y difundirse en torrentes de oro y bienestar. Regiones que hoy parecen destinadas exclusivamente a inspirar églogas por la hermosura de su panorama, serán mañana centros bulliciosos de población, de fábricas, mercados donde afluirá la enorme masa de producción nacional, nuevos Chicagos de la América del Sud que surgirán por la necesidad de la oferta y de la demanda, en medio del esplendor de la naturaleza bondadosa y maternal que nos ha dado una tierra de hadas, donde las creaciones de la fantasía son pálidas ante la realidad.

Debemos declarar que si esta obra está escrita con profundo amor al Uruguay también lo está con sujeción a la más profunda verdad. En sus páginas no se encontrará sino la realidad de lo que es nuestro país y Ja justa presunción de lo que será, fundada en sus recursos y desarrollo actual. Hemos deliberadamente suprimido todo aquello que pudiera ser considerado como una exageración, aunque en estos países de América nunca se exagera cuando se habla del porvenir, porque su desenvolvimiento y adelantos escapan a toda previsión razonada en el tiempo y en la importancia.
EL URUGUAY A TRAVÉS DE UN SIGLO, más que para los habitantes de la República, está escrito para el extranjero. Es fuera de nuestras fronteras donde debemos ejercitar el noble derecho de mostrar nuestro grado actual de Nación floreciente, exhibir nuestros tesoros naturales y revelar como hemos cumplido nuestra misión de hombres libres.
Un siglo es apenas un año cuando se trata de la existencia de una Nación. Véase en estas páginas lo que hemos hecho en ese corto lapso de tiempo y hónrese como se merece el nombre de la República del Uruguay!

CARLOS M. MAESO

Otras obras de Maeso: https://autores.uy/autor/3120

El libro completo puede verse y descargarse desde Internet Archive: https://archive.org/details/1910-el-uruguay-a-traves-de-un-siglo-carlos-m-maeso

Otra versión del libro en baja calidad puede obtenerse de la Biblioteca de España: http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000078297&page=5

La siguiente galería son las imágenes del libro como van apareciendo a lo largo del mismo. Son 588 imágenes.

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