Fotografía de Batlle y Ordóñez

Esta fotografía de Batlle y Ordóñez, si bien publicada otras veces, incluso en la primera edición de mi libro «Anoche me llamó Batlle», es de las menos difundidas. El retrato fue tomado en 1906 por Fitz-Patrick en su fotografía de la calle Rincón.

Presenta a Batlle en la madurez robusta de sus cincuenta años, con mirada serena y profunda, en actitud deliberada de pensador y no con pose de gobernante, vistiendo la elegancia de la época. Batlle se la obsequió a mi padre, al final de su primera presidencia con esta dedicatoria, escrita de su mano: «A mi amigo P. Manini Ríos. Febrero 17 de 1907.
José Batlle y Ordóñez».

Mi padre era, por entonces diputado y redactor político de EL DIA. Un mes después Batlle, habiendo terminado su mandato, se embarcaría con su familia para Europa, presidiendo la delegación de nuestro país a la Conferencia de la Paz de La Haya. Mis padres, recién casados, les acompañarían —mi padre viajaba, en calidad de secretario del presidente, con la delegación. Batlle va a quedarse casi cuatro años en Europa, no regresando hasta febrero de 1911, en vísperas de su elección para la segunda Presidencia.

Manini regresó el mismo año 1907 para hacerse cargo de la dirección de EL DIA, junto con Domingo Arena, así como de la vigilancia de los hilos políticos, a fin de desbaratar o eludir cualquier maniobra para socavar a Batlle en su ausencia. En 1909 mis padres retornaron a Europa. Manini quería informar personalmente a Batlle sobre la marcha de su candidatura presidencial para 1911 y sobre los pormayores y pormenores de la administración de Williman, que no en todo les resultaba satisfactoria.

Fue en ese viaje que yo nací, en París, el 18 de octubre, en un apartamento del XVIéme, a pocas cuadras de aquel en que se domiciliaba Batlle. Fueron doña Matilde y don Pepe las primeras visitas que echaron una mirada a este recién nacido. La relación política y afectiva de mi padre con Batlle comenzó en la redacción de EL DIA, donde en 1897, el adolescente de 17 años, había sido aceptado como cronista por Antonio Bachini que, con Campisteguy, estaba al frente del diario. Se afirmó luego en la guerra civil de 1904, habiéndose presentado Manini como voluntario del ejército nacional desde el primer momento, y terminando la campaña como capitán secretario del comandante en jefe general Pablo Galarza.

Por entonces, fueron muy frecuentes los contactos telegráficos de Batlle con Manini, el presidente instalado en la Estación del Ferrocarril Central, junto al telegrafista en Morse, el segundo en la Estación de Nico Pérez, donde por entonces terminaba la línea, Batlle se comunicaba diariamente con el Ejército en la campaña para dar precisas y minuciosas instrucciones, estando en todo, en lo importante y en el detalle sobre la marcha de la guerra, según se comprueba en las copias de los mensajes archivados en la Biblioteca de EL DIA.

En esa misma redacción mi padre se había vinculado estrechamente con Arturo Santana y con Domingo Arena, ambos del hondo afecto de Batlle. Santana era el brazo derecho de Batlle. Noviaba por entonces con Corina Rodríguez Silva, prima suya, y Manini le acompañaba habitualmente en la contradanza ritual de la época, cuando las buenas maneras exigían que el pretendiente o «dragón» pasara varias veces frente a la casa de la amada, saludando con cortesía; ella aguardaba en el balcón el paso del galán. Allí la acompañaba su hermana Teresa y, en esas, mi padre comenzó a cortejarla con saludos y miradas.

Santana murió intempestivamente de una aguda congestión pulmonar y Batlle, en cierto modo transfirió el afecto que le tenía a Manini, quien años más tarde se casó con Teresa. El casamiento se postergó hasta último momento porque Teresa —en las Teresas educada— no admitía boda sin ceremonia religiosa y mi padre, en su radicalismo anticlerical, racionalista y garibaldino, se negaba a tal ceremonia. (Era hijo de un piamontés, combatiente irredentista que, después de la derrota de Custozza en 1866, con una medalla de bronce y un gran desaliento por el futuro de su patria subyugada por los austríacos, emigró a Montevideo). El casorio estaba urgido por la inminencia del viaje y por fin se encontraron componedores que arbitraron un matrimonio hemirreligioso para el 18 de marzo de aquel año: mi madre se casó por la iglesia pero mi padre solamente participó con muda y estatuaria presencia.

En cuanto a Arena, se conocieron en EL DIA y compartieron las aulas en la Facultad de Derecho. Arena, que le llevaba nueve años, había demorado estos estudios porque primero hizo la carrera entonces corta, de farmacéutico, y regenteaba una «botica» para costear sus estudios de derecho. (También era hijo de inmigrantes, de Italia meridional, quienes le habían traído a los cuatro años a Uruguay). La amistad de ambos era estrechísima; cuando se recibieron abrieron bufete en sociedad y durante los cuatro años de ausencia de Batlle (1907-1911) ambos se ocupaban de todos los asuntos periodísticos y políticos de Batlle y, preferentemente Arena, de los personales.

Esta amistad fue inconmovible. Arena no llamaba ni nombraba a Manini sino como «hermano Pedro»; más adelante se formó el hábito de que almorzara una vez por semana en nuestra casa, y és allí donde mejór disfruté de su inteligente y amenísima conversación. Este hábito sólo se interrumpió por un mes o algo así cuando ocurrió el golpe de Estado de 1933 que dividió hondamente a los dirigentes del partido.

Durante años mi padre había sido comensal familiar de Batlle, y en 1911 y 1912 era habitual su presencia en la mesa de la quinta de Piedras Blancas donde, con el estímulo de Batlle, se exponían y discutían todos los temas políticos o sociales, con la participación de sus jóvenes hijos y de su sobrino dilecto Luis. Batlle, al asumir la Presidencia en 1911, había designado a Manini ministro de Interior.

La ruptura o distanciamiento sobrevino cuando Batlle inició la campaña de reforma constitucional. Manini, a quien se le había ofrecido la senaturía por Flores, le informó al presidente que, si era elegido, se opondría a la iniciativa y, por ende, a la ley de convocatoria de una constituyente. Batlle le respondió que no veía ningún inconveniente y aun pareció complacido de tener en el Senado a un adversario cuya inteligencia estimaba, para vencerlo con su dialéctica. No contaba con que Manini lograría reunir a otros diez senadores —el Senado se componía de 19 miembros— que bloquearon el proyecto de Batlle, dilatando las elecciones de constituyentes hasta 1916 y demorando la reforma hasta 1918. Batlle varias veces señaló a sus fieles, cuando atacaban a Manini reprochándole deslealtad, que mi padre le había comunicado sus propósitos antes de ser electo senador.

Por lo demás, años después, cuando en 1919 se levantó tremendo remolino contra el presidente Brum, seriamente amenazado de juicio político, y Brum recurrió a Batlle pidiéndole consejo, éste, que le recibió ya acostado, se limitó a indicarle: «Nombre ministro de Interior a Manini», con lo que fue sorteado el mal paso. De todos estos vínculos obtuve un cúmulo de informaciones, referencias y anécdotas sobre una de las épocas más intensas de la política nacional, por supuesto de mi padre, pero también en buena parte de Arena, de César Lorenzo Batlle Pacheco y de Luis Batlle Berres, cual creo conocer con bastante aproxima personalidad de José Batlle y Ordóñez.

Dr. Carlos Manini Rios

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